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ACTUALIDAD

10 de marzo de 2021

Jubilar políticos o evitar la “calesita” electoral.

Consideramos indispensable que los candidatos mayores de 65 años, o que hayan acumulado más de seis (6) cargos electivos como gobernantes o representantes, indistintamente de los que fueren, no sean más del 20 % de las listas electorales, a los efectos de establecer una igualdad ciudadana, dado que en todas las actividades, salvo en el poder judicial, las personas son invitadas a retirarse al júbilo o jubilarse a una determinada edad y dejarle la faz activa a las generaciones que vienen detrás de las mismas. 

El Instituir un cupo que limite la participación de los mayores de sesenta y cinco (65) años o de quiénes hayan acumulado más de seis (6) mandatos como gobernantes o representantes electos por voto popular, en una proporción que no sea mayor a la del veinte (20) por ciento del total de las candidaturas, tiene como principal objetivo, el avanzar en modificaciones concretas en la conformación de las listas electorales, a los fines de contribuir con la postergada reforma política.En cumplimiento del Artículo 14 bis de la Constitución Nacional, se debe garantizar la jubilación de aquellos que contando con más de sesenta y cinco (65) años, atenten contra el debido y merecido retiro, que no sólo les corresponde constitucionalmente, sino que usufructúa el resto de los ciudadanos que han trabajado en distintos ámbitos, que no fueran el de la actividad política. Por tanto consideramos indispensable limitar el número de candidatos mayores de sesenta y cinco (65) años o quienes ya tuvieron más de seis cargos electivos, por ser lesivos de los propios derechos hasta de ellos mismos. No podemos dejar de señalar que una medida como la propuesta, generaría una dinámica positiva dentro de la actividad política. Existieron y existen muchos casos, en donde determinadas celebridades públicas aprovechan el libre arbitrio que la ley les otorga, de no adscribirse en la edad correspondiente a un sistema jubilatorio, para desnaturalizar el proceso político, que precisa y se ve urgido de una renovación de sus actores, por tanto se consolidan, peligrosamente y desde un sentido peyorativo, en la actividad pública, que no prevé un tiempo de retiro, a los fines de permanecer hasta la finitud de sus vidas, en detrimento no sólo de sí mismos (cómo veremos más adelante es indispensable para el hombre que a una edad avanzada no se ocupe de asuntos fatigosos) sino también, y lo que es más preocupante, de la república toda.           Consideramos que lo que se denomina “crisis de legitimidad política”, o “necesidad de una reforma política”, son apreciaciones, sensaciones, que luego se traducen en estudios y análisis, que tienden a señalar, la disconformidad o desaprobación, previa al momento de la emisión del voto, de gran parte de la ciudadanía ( o al menos la gran mayoría que genera un ida y vuelta con los medios masivos de comunicación) , hacia esa oferta  que realizan los diferentes partidos políticos, que en los tiempos electorales se conoce, cómo el momento de las campañas, o en donde los candidatos políticos aparecen con atosigante asiduidad, y con una llamativa serie de promesas de dudosa consecución. Por tanto, antes de que se cumplan los tiempos electorales, el proceso eleccionario, cae en una flagrante ausencia de legitimidad, y por ello la gravedad institucional y republicana, que implica que una gran parte de la ciudadanía, (que tiene incidencia directa en el gran espejo, reflector y también generador, de los actos y acciones públicas, los medios de comunicación) descrea de las ofertas electorales, respetando, con resignación, el proceso eleccionario, a través de la no participación (índices de ausentismo elevados), o la votación masiva a la nulidad. Más allá de que sea un respetuoso proceder,  el proceso eleccionario, la dinámica y el ejercicio más sagrado, y sindicado cómo el símbolo por antonomasia de la democracia, se lesiona en grado sumo, ante la abstención de compromiso político, o de resignación respetuosa, con la que reacciona una gran parte de la ciudadanía, que de tal manera, intenta manifestar su disconformidad con las ofertas o boletas electorales.Pensamos que podemos instaurar modificaciones a nuestro Código Electoral Nacional, sin recurrir a la necesidad de una reforma Constitucional. En la misma se establece que los partidos políticos, son los pilares de nuestra república, desde los que surgen los representantes del pueblo. Independientemente que se indique que los partidos políticos, nos son transparentes, o son estructuras obsoletas y destinadas a la prebenda y la limosna pública, o son las herramientas de un conjunto de inescrupulosos, que hacen negocios oscuros, debemos entender que constituyen en la actualidad, la forma, el camino institucional, promovido y amparado por la Constitución. Creemos que el punto neurálgico, la piedra basal, el elixir de los problemas, o el quid de la cuestión, se encuentra en la conformación de las listas, o boletas electorales. Que es ni más ni menos, cuando los partidos políticos definen puertas adentro y por intermedio del fenómeno del lápiz ( dirigentes más encumbrados se ponen de acuerdo para anotar a los candidatos) a diferencia de años atrás cuando se acostumbraba a realizar elecciones internas, para terminar ofreciendo a la sociedad, sus candidatos. Podríamos erigirnos en fiscales putativos de la nación, y esgrimir como razonamiento, que si se cumpliera con lo dispuesto por los corpus normativos, no deberíamos tropezar o enfrentarnos a la “falta de legitimidad política” o “necesidad de reforma política”, no queremos ingresar en polémicas bizantinas que nos conducirían a analizar si las campañas deben durar cincuenta días o sesenta y que en definitiva nos hagan perder tiempo y energía en gestas de poca monta. Que es precisamente la razón del fracaso de la micro-reforma elaborada por la clase política (Ley N.º 25.611), que apunta paradigmáticamente a los tiempos de campaña y de elecciones internas, práctica está última que ha caído en desuso, por obra y gracia de la misma clase política que propuso modificaciones a un proceso que han dejado de utilizar. La actividad política es una de las pocas, que para desarrollarla, no se precisa en forma imprescindible de un título terciario o universitario. Tampoco la actividad se encuentra colegiada o cuenta con un conjunto de reglamentos normativos internos. Obviamente que exigir a la actividad política, de este tipo de requisitos sería más que risible y ridículo. Pero debemos tener en claro, que tampoco se puede continuar en calidad de simples observadores, dado que los abusos y las distorsiones que se hacen de las amplias libertades, terminan posibilitando los excesos que nos llevan finalmente a una anomia anárquica en donde prevalece el arcaico principio del más fuerte. La historia de la humanidad nos señala que en los incipientes años de formación del Imperio Romano (550 ac), los romanos expulsaron a los Estruscos e instauraron la república. Narran los historiadores que en los primeros tiempos, sólo los miembros de las familias poderosas intervenían en la ciudad, integrando el Senado en forma vitalicia. Los plebeyos fueron reaccionando contra estos privilegios con tal fuerza, que el Senado hubo de autorizar las asambleas populares que nombraban a los tribunos, quienes debían proteger al pueblo de las arbitrariedades de los magistrados. Hacia el año 450 a.C. se promulgó la ley de las doce tablas, embrión del extenso cuerpo jurídico que Roma legó al mundo, el Derecho Romano. Observamos con la precisión objetiva que nos brinda el testimonio histórico, de los primeros pasos republicanos dados por el hombre, la conformación de la cofradía o facción política nutrida de privilegios, que el mismo transcurso de los años, hizo al género humano, superarlo a tal punto, de inmortalizar gracias a la acción de la contundente reforma, las bases mismas del sistema jurídico occidental, que tras dos mil años de historia, aún se sigue estudiando en los claustros universitarios. Pese a que la experiencia del Senado vitalicio, hubo de dar paso a asambleas con verdadera representación ciudadana, creemos que aún el género humano no ha podido despojarse, en forma definitiva, de esta práctica mañosa y lesiva de las instituciones democráticas, prueba contundente de lo que afirmamos es la conformación, en la hermana República de Chile, de un Senado vitalicio, y en nuestro país, es notorio y evidente, el ejercicio continúo por parte de la clase política y dirigente, de una forma solapada y encubierta de garantizar a los adultos mayores de la política, una jubilación en funciones, que es ni más ni menos, que una especie, distorsionada e indirecta del imperio de la lógica vitalicia.Necesitamos una norma que les imponga un límite, una barrera, sustentada en las raíces más puras de la Constitución Nacional, a los que desde hace tiempo manejan la cosa pública, y que conformaron una cofradía de características masónicas, para que oferten a las ciudadanía, candidatos que tengan currículum y no antecedentes, y para evitar que estos vacíos normativos, se transformen en oportunidades para destrozar la institucionalidad, cómo el hecho de instaurar una lógica vitalicia encubierta.         Una de las mayores controversias que genera una animadversión litigiosa en la sociedad en relación a los actores políticos, es la reiteración de los nombres para ocupar cargos públicos. El fenómeno se podría denominar como “calesita electoral”, dado que los hombres que los partidos políticos ofrecen a la ciudadanía van rotando indefinidamente, permitiendo que el otrora concejal en la elección venidera se postule cómo diputado provincial, para luego hacerlo en otro cargo representativo. A priori esto podría obedecer a una lógica normal de la democracia. La persona que ha ejercido con probidad y que obtiene el respaldo popular, naturalmente debe asumir mayores responsabilidades políticas, o al menos tener la oportunidad de presentarse ante el electorado. La normalidad se transforma en patología social, cuando observamos fehacientemente, que un grupo de profesionales políticos de diferentes partidos, acumulan decenas de años en cargos públicos, sin encabezar las listas (es decir que van detrás de figuras con mayor popularidad) y que pasan con holgura la edad que establece la ley para la jubilación, afianzándose o atornillándose en cargos representativos, conformando o resucitando, la máxima estipulado miles de años atrás en el nacimiento del imperio Romano o imitando el condicionado régimen de la República de Chile, por el poder de los ex dictadores, pero sin la institucionalidad de los sistemas mencionados, y cobijados por el oscuro y lúgubre manto de la ausencia de normas que fortalezcan un verdadero sistema democrático y republicano.Consideramos que establecer una representación máxima para aquellos ciudadanos mayores de sesenta y cinco (65) años o que hayan acumulado más de seis cargos electivos, alternados o consecutivo no sólo que no lesiona o perjudica a los adultos mayores, sino que por el contrario, los dignifica y enaltece, dado que significaría un manto de ecuanimidad inexistente  para todas las actividades y por tanto para sus actores. No existe razón alguna, ni parangón normativo, que se precie de justo, que otorgue a los que se dediquen en forma profesional (es decir con una amplia trayectoria de cargos públicos) a la política, la facultad de no atenerse a un régimen jubilatorio, tal como todos los argentinos sin prerrogativas como las que gozan los altos miembros del poder judicial.                   Existen razones naturales, que imprimen límites insalvables, cómo los biológicos o clínicos, que fijan agudos problemas a los que se expone un adulto mayor, tanto a él mismo cómo a la actividad en la que se empeña en seguir desarrollando, si no cumple con su retiro garantizado por la ley de leyes.    A partir de una determinada edad, los problemas suscitados por el envejecimiento, se disparan o se desarrollan, por intermedio de la pérdida de habilidades cognitivas (memoria, lenguaje, cálculo, pensamiento abstracto) que pueden desembocar en demencias o enfermedades como el alzheimer. Se encuentra científicamente comprobado, que a una determinada edad, los riesgos de toda índole (desde padecer accidentes a diferentes enfermedades complejas) se incrementan notablemente, por una cuestión que obedece a un mandato de la naturaleza. El ser humano desde su nacimiento hasta la finalización de su desarrollo físico, se encuentra en un proceso definido cómo anabólico (desde las células hasta los sistemas se encuentran en desarrollo) hasta llegar a una etapa de consolidación o madurez definitiva. La edad bisagra que señala el peligroso descenso de capacidades, por motivos naturales, y que al no ser tratadas se pueden transformar en patologías, para los científicos internacionales y los análisis y estudios que desarrollan, se ubica entre los sesenta (60) y sesenta y cinco años (65).Cabe aclarar, para los detractores de siempre, que en definitiva no son ni más ni menos que funcionales a la clase política, que mediante subterfugios y chicanas argumentativas de nimia consistencia, pueden alegar que mediante la propuesta se está instaurando una prohibición, lesiva de los principios constitucionales, que nada está más alejado de lo propuesto, tanto en letra cómo en espíritu. Simplemente se estipula un límite, un tope máximo de candidatos mayores de sesenta y cinco (65) años o de los que con seis cargos electivos ya vivieron su vida política ratificada por lo electoral a los fines de desterrar el imperio, solapado, de la lógica vitalicia, utilizada hasta el hartazgo por la clase política, con la finalidad ulterior de sanear el tan lastimado y herido de muerte, proceso eleccionario. Por supuesto que estamos convencidos, que la lectura secundaria (en semiología sería el significante, lo que sugiere la propuesta más allá de la propuesta misma) contempla una importancia de grado superlativo. El aprobar una norma como la presente, significaría (en semiología sería la significación), un límite impuesto por la ciudadanía, hacia la clase política, que parece gozar de un grado de inmunidad peligroso, indicándoles que también poseen un período de vida, dividido en activo y pasivo, cómo el que reina desde la conformación de la república, para la totalidad de los argentinos, que los dirigentes dicen representar.De lo contrario, viviríamos bajo un sistema de castas, en donde en el pináculo reinan los que no se jubilan ni los que se retiran nunca y en el resto del espacio habitamos dentro de una horda en constante ebullición en donde sólo atinamos a sobrevivir, prevaleciendo sobre los otros no considerándolos prójimos sino rivales o enemigos. 

Por Francisco Tomás González Cabañas. 

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