L@PIZ EN MANO, POR NOELIA BARCHUK
23 de octubre de 2020
EL PASAJE DE LA INFELICIDAD, de Noelia Barchuk
Una obra basada en hechos reales que aborda el tema del cáncer de mama.
EL PASAJE DE LA INFELICIDAD® De Noelia Barchuk Pero el mal ya estaba hecho. Llorar parecía el consuelo más próximo, inevitable, gentil. F.C. volvía a leer el puto papel que tenía sobre el regazo. “Compatible con malignidad”. Cerró los ojos, recreando la escena cuando la médica, la Dra. Olga Esterechea, se lo dijo. El médico residente que la acompañaba tuvo más tacto y mejor predisposición que la otra. Tantas veces, se cree que la condición femenina asegura un poco más de humanidad… Resumiendo, F.C. de apenas 30 años, paciente del Hospital Julio C. Perrando, historia clínica nº 27940, padecía cáncer de la mama derecha. Se acababa de enterar. Todos los miedos juntos. F.C. se había sentado en el cordón del pasaje. La callecita interna que unía los servicios de oncología con hematología. El pasaje de la infelicidad, donde transitaban otros tantos enfermos de la misma mierda en distintos lugares. No era como en las películas ni en los libros. El cielo no se había dignado a compadecerse de ella, a oscurecer y diluviar. Por el contrario, había un sol increíble, hermoso, lleno de vida, que le daba envidia. Recordó fugazmente la playa, la bikini que no se había animado a estrenar, y que guardó musitando “la próxima”. ¿Cuál próxima? ¿Habría una próxima? No sabía si estaría viva para el siguiente verano, o si lo estaría con un pecho amputado. Le dio escalofríos. Miró a su hermana que pateaba como loca una pared. Estaba enojada con Dios. Natalia no aceptaba que su hermanita menor pasara por todo eso. Tan creyente que era, su fe se diluía como azúcar en el café. La medicina ya se había expedido sobre la enfermedad y tratamiento a emplear. Las sesiones de quimioterapia se practicarían cada veintiún días, siempre y cuando F.C. respondiera a los análisis. F.C. por fin se paró. Habrán sido las dos de la tarde. El sol le había acariciado tanto las mejillas que las tenía rojas. Se enjuagó las lágrimas de un manotón. Con una fuerza de determinación fuera de lo normal en ella dijo a su hermana que ese mismo día comenzaría con todos los estudios médicos que le habían solicitado. Comenzó con la parte de Citología. La recibió una enfermera vieja y gorda. En sus ojos cansados no había maldad, pero de todas maneras su boca disparó un misil. Al enterarse que F.C. no había sido madre y de la edad que tenía, se apenó mucho. Lamentó que le sucediera eso a ella, y no a tantas locas que hacen la calle. La lástima de Rosa, la enfermera, lejos de ayudarla, le hizo un nudo en la garganta. Y siguió estoicamente completando la ficha con todos los datos, última fecha de menstruación, métodos anticonceptivos empleados, concepciones, abortos, etc., tantas cosas que estaban fuera de su realidad. Luego, cansada a más no poder, consiguió turno con el ecógrafo. Se debía practicar una ecografía ginecológica. El técnico, un tipo de unos cuarenta años, morocho, le hacía las preguntas del caso. Uno de esos hijos de puta que atienden en los servicios públicos, uno que se cree con derecho de agredir a la paciente porque se le da la gana. F.C. lloraba en silencio, y apenas contestaba a las preguntas. Y ahí, con el gel en el vientre y la maquinita apretándole la piel, el tipo le espeta que las mujeres eran como el avestruz: esconden la cabeza ante un problema. F.C. no pudo responder, ultrajada en su intimidad, las mejores groserías no acudían a su boca para poner en su lugar al cretino. Por fin, terminaba el día. En su casa, tras las lágrimas de su madre, se fue a dormir. Aferrada a la almohada, quería dormirse para despertar y confirmar que todo había sido un mal sueño. Una pesadilla. Tal vez, a eso de las tres de la mañana se durmió. Pero al despertar en un par de horas después, comprobó que su enfermedad no era sueño. F.C. se levantó sabiendo que le esperaban muchos trámites esa mañana. Debía ir a la ANSES a gestionar los papeles necesarios para que en el Hospital la incluyeran y pudiera recibir las dosis para las quimios. Natalia, por su parte, había madrugado para sacar turno con el oncólogo. Miró esperanzada la lista de médicos, y no tuvo mejor idea que elegir al que se llamaba Jesús. Así, los días fueron rodando, entre lágrimas y euforias, cantaría Lerner por allá lejos. El Dr. Jesús Almeida, recibió a F.C. con toda su información de historia clínica. La instaló en la habitación donde realizaban las quimios a varios pacientes a la vez. F.C. sintió el pinchazo en el brazo y miró cómo comenzaba a drenar ese suero. Su cuerpo estaba siendo invadido por la sustancia que le daría vida, y aun así, se sentía profundamente triste. Alguien le convidó un caramelo. Tal vez alguien que le llevaba adelantadas un par de sesiones y tenía la aguja en el cuello. F.C. miraba con disimulo a su alrededor. Eran unas quince a veinte personas luchando por vivir. Cada una con su historia, con su mundo privado y particular. Con sus demonios y dioses, esperándolas a la salida. El doctor se había ahorrado las explicaciones, F.C. no era más que un número para él, otro próximo pañuelito en la cabeza. Todos más o menos conocen los efectos de la quimioterapia. F.C. en su casa no paraba de vomitar. Puro intento de levantarse de la cama, pero no podía. Así se la bancó. Si bien Natalia había errado con el profesional, el verdadero Hijo de Dios le dio una mano. Para la próxima sesión de quimio, F.C. se encontró con un Patch Adams, que decididamente, había nacido para ser médico. El Dr. Guillermo Gonzalez se presentó a F.C con dos besos, informándole que los pacientes de Almeida habían sido reubicados, pues el otro salía de vacaciones. Pasó a explicarle todo lo que le pasaría dentro y fuera de la sala de quimioterapia. De la dieta a seguir, del Reliverán que tomaría para paliar los vómitos, y que todo eso era para que luego pudiera seguir con su vida normal. Las palabras, tan potentes de vida o muerte, habían anclado en el alma de F.C. salvándole el ánimo. Partió rumbo a su segunda sesión mucho mejor preparada. Los días posteriores, gracias a las gotitas mencionadas, desaparecieron los vómitos. Natalia había recibido de una conocida, unos bichitos que parecían cucarachitas. Les llamaban gorgojos, y no eran esos que nacían entre arroces o fideos podridos. Estos no se sabía de dónde venían pero eran un tratamiento alternativo. Se debía tomar uno el primer día, dos el segundo y así hasta completar setenta. Desde allí había que emprender la cuenta regresiva. Se los criaba en una bandeja, tapada con tela mosquitera o tul. Comían rebanadas de pan de salvado, y se los regaba con un poquito de agua con azúcar. F.C. los quiso de entrada, total nada podía perder a esas alturas y para mejor, su nuevo oncólogo se lo había permitido siempre y mientras no abandonase el tratamiento tradicional. Impensadamente, F.C. comprobó que a pesar de la enfermedad que soportaba, a pesar de tanto llanto, no había perdido la capacidad de reír. Sí, como un tesoro bien guardado, comprobó que sonreía, que se veía linda a pesar de haber perdido su cabello, y llevaba un pañuelo en la cabeza. Después, también salió de escena la Dra. Esterechea, para reemplazar a la Dra. Balda. Esta era muy respetada en todo el hospital, era una pionera en materia de patología mamaria. Una verdadera eminencia. A diferencia de la anterior, no propuso realizar la mastectomía total, sino una ablación restauradora de la mama enferma. Además de las quimios, recomendó las sesiones de radioterapia. F.C., acompañada de su hermana, se sometió a veintiséis sesiones. Tardaba más en desvestirse y vestirse que lo que duraba la sesión. Clara batida a punto nieve con un chorrito de aceite era el remedio casero soplado por allí para socavar el ardor en la piel. Con tanto combate y tanto rezo mediante, el tumor se redujo tremendamente. La operación fue un éxito. Las posteriores sesiones de quimio, pan comido. F.C., disciplinadamente, comenzó a tomar la droga Tamoxifeno por cinco años. Con mucha fe, F.C. sintió que la vida le brindaba una segunda oportunidad. Se anotó en la universidad para estudiar abogacía. Consiguió un novio estupendo. Y para sorpresa suya y de todos, se compró una nueva bikini que lució heroicamente en las playas del Litoral.
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