ANÁLISIS
8 de agosto de 2020
De infundir miedo a generar terror.
“El Terrorismo, que se define como un miedo intenso generalizado, utilizado como medio de coerción, tiene dos elementos que lo constituyen: a) el afectar o poner en alto riesgo el núcleo de bienes más apreciados por el ser humano, como son la vida, la integridad y la libertad física. B) el borrar las fronteras entre los espacios o situaciones en que dichos bienes están protegidos y aquellos en que están en riesgo, de tal modo que el riesgo que afecta dichos bienes sea indeterminado, generalizado y difuso…Pero frecuentemente se cree que el Terrorismo puede provenir solamente de grupos insurgentes o al margen de la ley y no tiene en cuenta el que proviene del Estado y de sus instituciones. Cuando los bienes esenciales de vida, integridad y libertad son puestos en alto riesgo mediante mecanismos que violan los principios del Estado de Derecho….” (Giraldo, J. “Guerra o democracia”. javiergiraldo.org)
Continúa el filósofo y sacerdorte jesuita colombiano, hombre clave en los diversos procesos de paz en su país.
“Hay una violencia estructural, reconocida por los más diversos y opuestos sectores sociales, que daña profundamente la vida de la base social al impedirle satisfacer sus necesidades biológicas más apremiantes. Esta violencia se manifiesta en el altísimo nivel de desempleo y de subempleo; en la insatisfacción de las necesidades básicas de la mayoría de la población; en la ausencia de búsquedas de solución a estos problemas por parte del Estado y del Establecimiento, ausencia condicionada y retroalimentada también por la corrupción y por las concepciones más corrientes del ejercicio de la política” (Ibídem37).
Marco Tulio Cicerón al denunciar ante el Senado, un intento de golpe de estado, preguntó: Quousque tandem abutere, patientia nostra? Lo que traducido sería: Hasta cuando abusaras de nuestra paciencia? Esta traducción literal, se convierte en una transliteración conceptual, dado que en miles de años después y en un sitio insondable, Cicerón pareciera estar viendo la realidad política vernácula, acerca de la realización de un supuesto sueño Kantiano de gobierno universal, que a defensa de nuestra supuesta integridad biológica, pone contra las cuerdas, o maniata, nuestra libertad.
El poder, como tal, en su esencia más pura es un ejercicio permanente, y sí se ha resuelto dividirlo en tres, es en el historial de la humanidad, apenas una época, en esa época, son también hombres los que tendrán el ejercicio de la ejecución del mismo, en forma autónoma pero interrelacionada, bajo reglas del poder, también establecida por ellos mismos, o en el peor de los casos, predecesores.
En 1977, Castoriadis concedió una entrevista que fue publicada en Le nouveau politis en la que expresaba lo siguiente:
Los individuos no tienen ninguna señal para orientarse en su vida. Sus actividades carecen de significado, excepto la de ganar dinero, cuando pueden. Todo objetivo colectivo ha desaparecido, cada uno ha quedado reducido a su existencia privada llenándola con ocio prefabricado. Los medios de comunicación suministran un ejemplo fantástico de este incremento de la insignificancia. Cualquier noticia dada por la televisión ocupa 24 o 48 horas y, enseguida, debe ser reemplazada por otra para «sostener el interés del público». La propagación y la multiplicación de las imágenes aniquilan el poder de la imagen y eclipsan el significado del suceso mismo.
La democracia formal, inacabada, acotada, incierta, que nos proponen bajo el condicionante de que votemos cada cierto tiempo —como si esta aclamación de mayorías fuera realmente elegir algo—, no tiene como finalidad generar una sociedad democrática o individuos con comportamientos democráticos. La propagación de la imagen, que obtura la posibilidad del significante del suceso, se traduce en un alienante sistemático —como lo denuncia Castoriadis al acusar a los medios—, es parte de la metodología que utiliza la democracia para no ser democracia. Las campañas políticas, con sus múltiples reproducciones, bajo diferentes correas de transmisión (redes sociales, cartelería, afiches, volantes, publicidad audiovisual), no significan nada. Este es, sin duda, el período más antidemocrático.
Los recursos mediáticos, a disposicion del poder político, a tiro de los mismos, simplemente se disponen como armas para ejecutar políticas públicas cargadas de una violencia exacerbada para generar, miedo o propiciar terror.
El miedo de no encontrar respuestas, no se puede traducir desde la institucionalidad en un terror, o una suerte de ejercicio de terrorismo psicológico o institucional para que tengamos en frente, lo de nunca y lo de siempre, nuestra posibilidad de resolver nuestros problemas, sin que por ello, se nos tenga que suprimir u ocluir la libertad.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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