Martes 15 de Octubre de 2024

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  • 20º

5 de noviembre de 2019

De la piedra que tiramos todos al gurí que empujamos o se nos cayó.

En ocasión de otra tragedia juvenil, entendí en tal entonces que era necesario hacer un enfoque integral, desde lo cultural, implementando la fórmula de ir de lo general a lo particular, para no mencionar casos puntuales, o tomarlos a estos como emergentes de comportamientos grupales, o síntomas de nuestro cuerpo colectivo, enfermo sobre todo de desigualdad y miseria. La reacción no se hizo esperar, quiénes se sintieron aludidos (cómo a usted también le habrá pasado ante algún otro artículo de esta pluma) no dudaron en caracterizar y con ello, denostar, el rol intelectual, que hube de asumir desde aquel entonces para con mi comunidad.

No se trata de victimizarse, de hecho, me hubiera resultado, de haberlo resuelto así, más fácil y acomodaticio, el bregar para ingresar, a ese poder del estado, del que nadie de los ciudadanos de a pie, votamos, para que estén donde están.

No se trata, de una cuestión republicana o institucional. Los eligen esos pocos, a los que tal vez hayamos votado alguna vez, o no, pero se las arreglan, en la virtud máxime de la política, de estar por detrás o tutelando incluso al poder real o finalmente votado o legitimado en las urnas. 

Cuando la dama se despabila de tanto carnaval o el hombre se tropieza al abusar de tanto Chamamé, es decir cuando le toca la puerta, cuando se le corta la luz en la casa, cuando siente en su propio cuero,  el estercolero en que hemos transformado esta tierra sin mal, el gualicho, cuál talismán, no alcanza, los medios (por no decir las usinas de los poderes políticos de turno) conjuran un complot para proteger, a esos poderosos a los que accidentalmente, siempre por vía trágica, se les corre el velo de la santidad desde la que ejercen autoridad y se muestran, desnudos y mínimos en su solemnidad. 

El problema, no son ellos, los que están en tal pedestal. Son conscientes de su propia incapacidad, o mejor dicho de tener excelentes condiciones para estar en el momento indicado ante el poderoso de turno, que los ponga allí, para fallar. Hábiles en los senderos de la estulticia, instruidos para obedecer, acatan, los mandamientos que rigen a la sociedad pacata, que al son del chamamé y el carnaval, con tres equipos de primera en la liga nacional, importando talentos pagados en dólares, a costa del erario público, que puede sostener estos delirios de grandeza, marginando a la mitad de la población a la pobreza y la marginalidad, se hincha el pecho valiente para gritar, cada tanto, un sapukay.  

La misma sociedad que respeta más a sus prestamistas (también con páginas ganadas en los policiales) que a sus poetas, es la que tiró la piedra en el balneario de Brasil, la que descuartizó y empaló a Ramoncito, la que transformó el santuario de la virgen morena en tierra narco, es la que hoy empuja o deja caer a otra de sus necesarias víctimas para supuestamente en shock, hacer una suerte de mea culpa social o revisar comportamientos, para cambiar y mejorar. 

Empiezan entonces los nombres y apellidos, la individuación, cómo si los mismos quisiesen otra cosa, y en el caso de que así lo deseen, hagan algo en consecuencia. No quieren dejar de tener amos, simplemente, cambiar la correa de los mismos, ser ellos los que estén al mando, para pisotear, a los que hoy en público les rinden pleitesía y en privado, o en un estado de mensajería o en un posteo de red social, señalan como responsables de la descomposición social de la que dicen no querer ser parte, y con ello, se cuelgan el cartel de querer cambiarla de cabo a rabo. 

Intentar construir una heroicidad de una tragedia, es sumamente entendible para los afectados directos de la misma. A todos nos cabe las generales de la ley, que nuestros hijos son los mejores en todo, y así lo serán, irracional como sentimentalmente, siempre. Ahora que una sociedad (al menos parte de ella o la que más comparte, replica y naufraga en redes) pretenda entronizar de las cloacas de nuestros males, del regurgitar de nuestro estado de descomposición, una suerte de gesta por tener una sociedad con otros códigos, con otros comportamientos, con otra cultura u otras ambiciones, es decididamente, de ciencia ficción, por no decir, una acción psicótica.

El “deja vú” que me produjo el balcón con relación a la piedra, me llevó a sentir, a decir de Cerati, en su tema musical con el mismo nombre “Todo es mentira, ya verás, La poesía es la única verdad, Sacar belleza de este caos es virtud”. 

Cuando como sociedad querrámos otra cosa, lo haremos por las vías que correspondan (no por casualidad hace 20 años votamos lo mismo), en el mientras tanto, tenemos el chamamé y el carnaval, y para todo estulto que camina; el judicial, como reflejo auténtico y acabado de la sociedad a la que juzga y sojuzga en su mediocridad. 

 

Por Francisco Tomás González Cabañas.

 

      

 

  

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