ANÁLISIS
11 de abril de 2019
El acto electoral o de la manumisión democrática y la prevalencia de los oficialismos.
La fiesta de la democracia, construcción conceptual simbólica, que se sostiene en los miles de desaparecidos en los años de plomo, en términos reales, sólo lo será para el grupúsculo al que las boletas le concederán la próxima jornada electoral, lo que en la Antigua Roma se conocía como manumisión (por lo general a los gladiadores tras grandes batallas en el coliseo, el emperador se lo concedía transformando al esclavo en liberto) sedimentando la perpetración alegórica del Pan y Circo, la clase política sigue sin ver, lo absurdo y perjudicial que resulta para el sistema del cuál ellos son los más beneficiados, seguir atestando los cargos representativos y los conchabos públicos, a inútiles de hecho y de derecho, que no tienen nada mejor que ofrecer, que una supuesta fidelidad que siempre es pérfidamente permeable al cambio, al giro, a la traición y al engaño. Sólo quiénes conciben para sí, una preparación, solvencia y capacidad, pueden ser leales para quiénes les brinden esa oportunidad y para el estado para el cual trabajan, los otros sin embargo, se aprovechan de las circunstancias para durante algunos meses o años, decirles que sí a sus jefes y una vez acomodados encargarse de solamente preocuparse por sus cuestiones personalísimas, percudiendo con ello, al sistema todo.
Ya no se trata del “panquequismo” de la “borocotización” que deriva en el “cualquiercosismo”, de sujetos que se bastardean a sí mismos, terminando de vender el último de sus resquicios de dignidad, pasándose ellos, y por ende sus sellos o partidos, de una elección a otra, como quién se cambia de bombacha o calzoncillo, sino de todo el sistema que nos sostiene desde hace algunas décadas y que con estas acciones, lastimeras y pendencieras, las llevan a un punto de difícil retorno y de alta vulnerabilidad.
Uno de los síntomas más acabados de esto mismo, es la prevalencia, obvia, inveterada de los oficialismos, que por más mal que hayan gobernado o administrado, tienen un plafón de seguir, manejando o mal manejando en todo caso, los destinos de un estado, por repartir los fondos de los que dependen los empobrecidos ciudadanos del mismo que no son tales, sino esclavos de un sistema, que cada dos años proponen esta supuesta manumisión general que en verdad es para unos pocos.
La siguiente es una crónica del descontado triunfo, que se adelantaba, en un país africano al que por ser tal, le cabe la estigmatización de que viven bajo una democracia fragua, pero que como veremos, en verdad, sucede en todas y cada una de nuestras aldeas occidentales. O los oficialismos gobernantes ganan, casi sin esforzarse o poseen grandes chances de continuar, pese a tener indicadores económicos y sociales desfavorables, dado que la democracia tal como está planteada, no formula a los ciudadanos a los que dice representar, la posibilidad de que estos elijan algo realmente.
Descuentan Triunfo Oficialista en las Elecciones, de Angola.
"No vemos cómo el oficialismo podría perder estos sufragios. Una derrota sería un tsunami", resume Didier Péclard, investigador en la Universidad de Ginebra. "El único verdadero desafío es saber con qué margen va a ganar"." No tenemos ninguna duda sobre la victoria. Nuestro candidato será el futuro presidente de la República” arengó en un acto público el aún Presidente “Zedu” Dos Santos quién tras casi 40 años de gobierno, agoniza en el poder. La Comunidad Europea no enviará veedores a la elección, que a nivel formal es un rito protocolar para hacer sostenible en términos reales “Un acabose democrático” (tal como el libro editado por Apeirón, Madrid, agosto de 2017) en donde lo electoral se constituyó en el símbolo de una acción que ni siquiera es tal, ni tampoco una reducción de lo que plantea esencialmente, es decir tampoco se opta o se escoge entre opciones, simplemente se ratifica el poder omnisciente que imponen los oficialismos en el devenir de las democracias actuales.
El sábado, aquel sábado como cualquier otro para los que juegan al poder y con el poder, un tal José Eduardo dos Santos, de 74 años, pasó a duras penas el testigo a su sucesor delante de miles de partidarios cubiertos con banderas rojas y negras con la estrella dorada del partido, convocados en la gran periferia de la capital Luanda. Fue esta foto, como la que será en cualquier otra aldea que ratifique con matices estéticos, el mismo paisaje o la mismidad del paisaje, del avistaje de pobres en que se ha transformado lo democrático.
"No tenemos ninguna duda sobre la victoria del MPLA. Nuestro candidato será el futuro presidente de la República. Por eso les pido: el 23 de agosto voten al MPLA (...) y a Joao Lourenço", susurró con una voz casi inaudible antes de despedirse rápida y discretamente de sus tropas, visiblemente cansado.
Este tipo de conceptos, se calcan en las diferentes latitudes en donde la democracia ofrece su proverbial garantía que es el mejor de los sistemas posibles. Oficialistas que en el clímax del goce del ejercicio del poder, se muestran, seguros, confiados, impiadosamente certeros de que seguirán siendo gobierno, por “mandato popular”, o que ratificaran con los de sus huestes los apoyos que precisan en las legislaturas.
La democracia, entendida en términos más justos, humanos e inclusivos, debiera plantear ante que triunfos, entendimientos y consensos, antes que números, palabras, sobre todo palabras, no sólo porque primero fue el verbo, sino porque en última instancia también lo es.
Por Francisco Tomás González Cabañas
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