21 de febrero de 2018
La metafísica de los pobres.
Noches amorfas, noches bizarras, teñidas por la claridad de la destrucción y ocultas por la oscuridad del alba. Tiempo estancado en el vértigo de la nada, eternidad estampada en el seno de la voluntad aniquilada. Tales sensaciones absorbían mi espíritu, cegando mis pensamientos, que pugnaban en forma vana por hálitos de coherencia y calma. En tal averno hube de conocer la metafísica de los pobres, la verdadera filosofía inherente a la condición humana. Comentarios desgarradores, historias de horror, impregnadas de sufrimiento y espasmo. Menesterosos y parias que permanentemente hablaban de amores, traiciones y valores. Eximios docentes que daban cátedra acerca de la vida, de sus tragicómicas caras.
Los pobres y sus desdichas, los cuales los llevaban a una reflexión permanente de la naturaleza del ser, contrastaban seriamente con la visión de los pudientes y sus máscaras, pues expropiados de lo superficial, impedidos de acceder a los objetos materiales y obligados a permanecer en el mundo de la escasez, ostentaban, con soberbia humildad, el más preciado de los bienes; La libertad del pensamiento y con ello la reflexión profunda.
A mis oídos llegaban frases comunes, que poseían lo conciso y certero de la experiencia, relatos plagados de dolor, que ocultaban lo angustiante de las lágrimas, pues los carenciados no entregaban la cruel verdad de sus palabras y en cambio transmitían la sabiduría elevada, esa que habla de las mortificaciones y placeres permanentes, constitutivos, por antonomasia, de la esencia más enconada. En la voz de los menesterosos, encontraba el bálsamo justo y con ello el baño bautismal en sacras y templadas aguas.
Paralíticos, drogadictos, niñas violadas, conformaban el coro de ángeles que la existencia me brindaba. Excusas perfectas como para descubrir luego la metafísica de los pobres y con ello la verdad del alma.
Invitado a pensar que la realidad, hace un lugar, a quienes proyectamos, desde el inicio de la conciencia, un plan una idea. Pletórico de contenido y sentido, respiro feliz, cierto aire de realización, triunfo, invade aquello abstracto que se convierte en el alma palpable, tangible, presente. Algunos han pensado al azar como necesidad, elemento vital para la teleológica propuesta, del primer padre, sea por desconocer la existencia de este trazado, por adolecer de esperanza o por pensar sin yugos protectores y ante la indómita, soledad de la nada. La suerte se me figura como el armazón, natural y gratuito de los débiles. Las almas mustias, se transforman en algo merced a barquinazos. Producidos por el libre y caprichoso danzar del azar, que de tanto en tanto, salva de su condición a quiénes no tienen nada más que su nominalizad. No debería ser motivo de infelicidad que la improvisación, en manos de estos neófitos, que por un golpe de suerte se transformaron en algo, pero ocurre, dado que el mundo nos pertenece a todos y a nadie a la vez. Siempre estuve y estaré en mis propias manos, que garabatean, vocablos insolentes para el sentido, he aquí mi huella, inmortal, por más que sólo acuda a ella, antes de regresar de donde provine, sin mendigar ni protestar por la ausencia o presencia del azar, evitando que el viento, deposite la hoja donde su curso imprevisible lo indique, habrá pasado. Y con ello, uno se irá, sin depender de nada igualmente, en un rincón, la memoria, obligara a la diosa fortuna, a advertir, palabras, que me consta que al menos le hacen pensar.
La pobreza, el dolor y la indignidad que se desprende de ella (es la conocida y hegemónica posición de dotar de dignidad u honradez a la pobreza) se substancia, se define en que prescinde, lamentable y trágicamente, de partidos o ideologías, como de sistemas políticos, que la hagan su prioridad.
En la referenciada y moderna discusión de la metafísica en general, uno de los últimos y mayores intérpretes, definió o acusó al pensamiento y a los pensadores, de estar “olvidando el ser” o lo principal.
A nivel político, desde lo ideológico, sistémico como partidario, estamos olvidando al pobre y este olvido nos constituye en seres apocados, abrevados y patéticos, que nos solemos conformar con replicar en una instantáneas las breves y vacuas circunstancias, que no es ni más ni menos que el giro del azar, que nos hacen comer, condenando, en el mismo movimiento a muchos otros que no lo puedan hacer y que ambos, seamos llamados, humanos.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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