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22 de diciembre de 2017

El Estado ha muerto.

Aquellos que por destino, azar o mala suerte les toco nacer y vivir en el norte argentino convertido en el residuo inviable de una mínima franja amurallada cuasi rica ubicada en el centro del país, podemos notar desde la lejanía y el abandono los últimos suspiros del Estado tal cual lo conocimos en la historia reciente. Los fundamentos que cimentaron semejante monstruo se diluyen día a día, borrados de cuajo los límites territoriales liquidando el concepto de nación que lo libertadores supieron marcar y defender.

A cuatro años de la llegada del nuevo milenio John Rawls avizoraba el expansionismo de la mano de la globalización con su herramienta fundamental como la tecnología, dice Rawls: …el Estado, como expresión del proceso de racionalización en que consiste la modernidad, manifiesta la lógica propia del poder. Racionalidad, poder, Estado, son aspectos de un mismo proceso de formalización instrumental. Sacar al Estado de la órbita normativa para incluirlo en la del poder, supone ya no sólo reconocer al Estado moderno tal como ha quedado individualizado históricamente, sino también hacer patente la identidad de poder y razón, que constituye el callejón sin salida de la modernidad…El Estado es una creación original de la modernidad europea, ¿cabe entonces trasplantarlo sin más a América Latina? Pero ocurre que también América es una creación de la Europa moderna. América, la anglosajona y la latina, se constituyen en un proceso de europeización que se inicia justamente cuando empieza la modernidad...Aquí está el nudo del problema: Iberoamérica surge con la modernidad, recogiendo muchos de sus elementos, pero también asimilando otros que le preceden o que son autóctonos o provienen de otras culturas. El europeísmo acérrimo de las clases dirigentes latinoamericanas no puede hacernos olvidar los aportes de las culturas indígenas y africanas. El resultado es un producto nuevo, original, que no encaja en las coordenadas europeas, ni en las medievales… ni en las capitalistas, aunque éstas hayan terminado por ser las dominantes. No es extraño que desde que América Latina toma conciencia de sí, le haya atormentado la pregunta por su propia identidad. La paradoja que define hoy la cuestión del Estado europeo parece que se reproduce en el latinoamericano: el actual Estado nacional, por inacabado que se presente, resulta ya inservible para resolver los problemas económicos, sociales y políticos planteados; la integración latinoamericana, incluso a escala regional, pese a no pocas buenas intenciones y numerosos intentos, no parece demasiado factible. América Latina precisa de una integración supraestatal para resolver sus problemas, pero ésta cada día parece menos probable[1].

La modernidad como proceso de universalización de principios y valores sostenida en la razón, dinamitó  a la Edad Media y supuso un paso adelante en la historia del hombre, hoy la modernidad es antigua, demasiado antigua para semejante salto al vacío que lo global propone a individuos que piensan en términos de la vieja modernidad. Sitios inhóspitos como el norte argentino todavía se debate como cuestión capital y excluyente el acceso al agua potable y cloacas, mientras en otros sitios del globo terráqueo se construyen huertas artificiales y colgantes, no hay dudas que somos hombres de la caverna conviviendo con un presente cibernético.

 

El Estado ha muerto, su vida llego a su techo, es inútil para el presente y mucho más para el futuro cercano, el Estado, el derecho y la democracia tal cual la conocemos precisa de una vuelta de rosca para re-fundarse y que sirva como herramienta de la construcción de los nuevos tiempos. La idea universal de hombre como medida de todas las cosas fue puesta en duda. Internet se convirtió en el nuevo hombre, se vive y se gobierna en un mundo tridimensional. Touraine nos dice que, el escenario actual implica actitud desfavorable para la democracia porque supone una homogeneidad social inexistente, que lleva a considerar traidor al adversario. Si el activista no es simpatizante de unas tesis, sino un cruzado de su ideología, la política deja de servir para el diálogo y sólo quedan espacios para la confrontación. Así es imposible cualquier posibilidad de convivencia[2].

¿Acaso todavía existen los nacionales? ¿Existen las naciones? Lo nacional pierde sentido entre una globalización inevitable por razones económicas o tecnológicas, y un localismo indispensable para mantener al alcance ciudadano los procesos democráticos. Tal vez la desaparición de lo nacional está provocando un repliegue tremendo de países industrializados levantando murallas de todo tipo, en este contexto, existe una probabilidad muy alta del regreso a la bipolaridad de la guerra fría, que mutaría en una guerra económica y tecnológica. La democracia se muere, el Estado ha muerto hace rato.

 

 

Por Carlos A. Coria Garcia.

 

 

 

 

 

[1] John Rawls. Liberalismo político. Fondo de Cultura Económica, primera reimpresión en Colombia. Bogotá. 1996. P. 140.

 

[2] Alain Touraine. Crítica de la modernidad. Temas de hoy. Madrid. 1993. p. 421.

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