Jueves 24 de Abril de 2025

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  • 20º

ANÁLISIS

29 de abril de 2017

Como un puto de Burundi.

“Es un hecho bien conocido que el botón de Cerrar la puerta en muchos ascensores es un placebo sin utilidad, dispuesto en el lugar sólo para darle a los individuos la impresión de que participan de algún modo, contribuyendo a la rapidez de la jornada del ascensor cuando apretamos ese botón, la puerta se cierra exactamente al mismo tiempo que cuando apretamos el botón que indica el piso sin apurar el proceso por el hecho de apretar también el botón de cierre la puerta. Este caso extremo de falsa participación es una apropiada metáfora de la participación de los individuos en nuestro proceso político postmoderno”. (Zizek, S. “Bienvenidos al desierto de lo real”).

Burundi es uno de esos Países, que alientan a creer que uno ha tenido suerte en esta vida pese a no haber nacido en Europa o Norteamérica. Tales sitios en donde reina la desolación, que han sido tal vez las eyaculaciones apresuradas de un ser superior (sí es que lo suponemos hombre y fálico como las principales religiones monoteístas lo presentan, pero claro es más fácil agarrárselas con los violadores, o con los violados por el sistema que ocupan lugares en el poder judicial, pero ¿nunca una marcha con perspectiva de género para pedir deidades femeninas no?) son semánticamente democracias instituidas, y estéticamente poseen gobernantes que visten de manera occidental y cada tanto hablan en auditorios internacionales. En Burundi está prohibida la homosexualidad, por ley, por norma, es un buen lugar para muchos simpatizantes de expresiones neonazis, que consiguen un cúmulo importante de votos en diversos países de Occidente, para que vivan allí entre los suyos y sus reglas, pero proponer tal cosa sería imitarlos y eso es terminar enfermo. A lo sumo, necesitan de tratamiento, independientemente de que consigan cura, sino al menos para que no contagien.

En nuestras democracias occidentales, padecemos, insufriblemente de monstruos ideologizados que proponen volver a las épocas del exterminio del otro, de “Burundizar” normativamente lo que tales representantes de los regímenes consideren nocivo o intolerable. La reacción, es como mínimo extraña, en nombre de la democracia y la libertad, ni siquiera los políticos, asumen la representatividad de lo que les gusta hacer y con quiénes.  No por hacer pública su vida privada, sino por una necesidad social. Hace años nos preguntamos en un artículo que dimos en llamar, ¿Los Homosexuales no hacen política?, lo siguiente:  ¿Por qué entonces los ciudadanos y sobre todo quiénes trabajan en organizaciones en pos de tener una sociedad más inclusiva, menos machista y patriarcal no le piden a los políticos que viven en su cerrado circuito de elección de vida, que además todos “por la galería” conocemos, que se hagan cargo de lo que sienten y testimonien con la acción de salir del armario, la contribución que la sociedad necesita y espera de ellos, que no por nada son o pretenden ser sus representantes. Es inconcebible, que en la altura del siglo en que vamos, con los años de continuidad democrática que conseguimos, aún se pretenda esconder, enmascarar, o sacralizar o situar como elemento tabú que un político hombre, tenga como pareja otro hombre u ocurra lo mismo con dos mujeres. Es otra de las tantas deudas de los políticos con la sociedad que dicen o pretenden representar, la ciudadanía, sobre todo ahora en tiempos de elecciones, le debe exigir a sus representantes, no sólo proyectos y propuestas, también honestidad, sinceridad y autenticidad, y no solamente en el ámbito económico (que además como sabemos esta siempre cuestionada, más allá de la obligación de la presentación de la declaración jurada, siempre presta a ser violentada) sino también en los aspectos trascendentes como lo es una elección en la vida que constituye, como piedra basal, una perspectiva de sociedad o de comunidad.

Pero claro, participar o la ilusión de, es lo que nos motiva a formar parte de algo por más que no tengamos nada que ver realmente con ello, o sólo tengamos reservado un lugar marginal o de amuchamiento. Esta es la clave del éxito de las redes sociales, desde la comodidad del teléfono móvil, le damos me gusta, compartimos, asistimos, somos seres sociales, desde la interfaz.

Sí un lugar se inunda, somos solidarios, poniendo amén en la foto, a lo sumo enviando un kilo de arroz, para recibir a cambio un recital, del músico que no cobra, pero que sabe que tal regalo para el poder (siempre el poder organiza) luego volverá en un contrato o en un próxima edición que sí cobrara. El agua puede estar cerca, pero las fiestas no se interrumpen, sean en honor a un pez o al trabajador. La elección de las reinas continúa, por más que no seamos monárquicos y que tengamos perspectivas de género.

Pero claro nos horrorizamos de Burundi, que tragedia un país tan animalizado que no comprende la libertad de elección, o nos persignamos ante los Coreanos del Norte, que se lo fuman al gordito como se lo fumaron a su papa.

Tal vez ellos, es decir sus habitantes, sus padecientes, la tengan mucho más clara, no necesitan el engaño para vivir, no necesitan que les digan algo que saben que no es. La voluntad del poder, esta expresada a sangre y fuego. En occidente queremos creer que no es así, en nombre de esas ideas difusas de supuesta libertad, creemos que podemos con todo y ni siquiera sabemos qué hacer cuando llueve.

Hace miles de años atrás, el hombre no tenía tanto miedo de la lluvia como ahora. Pero claro, el consuelo es que consigue explicaciones o excusas. Fenómenos meteorológicos, cambios de clima, imprevisión política, todo para explicar que no hemos logrado avanzar nada con respecto a calidad de vida, porque de eso se trata vivir, de estar siempre en el mismo lugar, y soportarlo, tolerarlo.

Ser un demócrata en cualquier aldea de occidente es como ser puto en Burundi, es una sensación inexplicable, un impulso irrefrenable, un modo de ser que es incomprensible para el poder, que lo mejor que tiene para brindar, es de tanto en tanto, hacernos creer que nos escucha, que nos entiende, para que creamos que elegimos tolerarlo voluntariamente.

 

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