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5 de abril de 2017

La democracia es ruptura.*

Esta vida es una lucha permanente, y la filosofía es el único emplasto que podemos aplicar a las heridas que de todas partes recibimos. Voltaire

La confusa idea de unir en forma esencial democracia con sistema político de administración de la cosa pública, cuando la primera, es un estado de libertad consciente puramente del ser y, lo segundo, es una asignación subjetiva con valor y valores socio-culturales de procedimiento para administrar los poderes del Estado, lo cual, significa que puede mutar de acuerdo a los vaivenes de la sociedad que los acuña, en ese sentido, se puede pasar de un sistema presidencialista al parlamentarismo o a una tiranía, incluso, puede existir democracia sin la existencia de los sistemas, pues ella juega un partido individual, la democracia no es procedimental, es pura praxis intersubjetiva.

La democracia en si misma dice mucho del hombre que auspicia su fluir, siguiendo a Soren Kierkegaard: el hombre es un hacerse, debe alcanzar su telos (fin), realizar la síntesis del espíritu. Si se queda en lo que simplemente es, sin poner en movimiento el proceso ético de auto-constitución del espíritu, permanece estancado en lo inmediato, en el esteticismo.

Es la culminación hacia un estadio ético, en el que el hombre llega a ser aquello en lo que se convierte, un ethos reflejante de permanencia a-temporal. En ese sentido las elecciones de cada individuo son fundamentales para el direccionamiento de su brújula, por medio de ella se llega a la ribera deseada y se lleva puesto cualquier atisbo de desesperación interior.

El yo es libertad. Pero la libertad es la dialéctica de dos categorías, de lo posible y de lo necesario. En este punto crucial la democracia toma su forma creacional y práctica, es y puede ser, la democracia cobra fuerza y relevancia si en esa dialéctica de lo que es y puede ser, el deportado, el excluido del “sistema” político puede quebrar las murallas e ingresar. La opresión afirma esa idea y su trabajo fino es evitar que suceda semejante fenómeno en los individuos, el Yo libre desnuda la mendaz idea de la opresión social legalizada vía instituciones oscuras, colonizadas por facciones usurpadoras, en Japón los llamaron Batsu, que eran grupúsculos en disputa por lugares para satisfacer intereses determinados del grupo

A lo largo de la historia humana se busco permanentemente en el pensamiento de muchos individuos la mejor forma de cohesionar la libertad de cada individuo en cuanto tal, y la idea de democracia. La resultante de este proceso histórico que fue largo en términos temporales y arduos en la construcción unificadora, desemboco en la conocida teoría contractualista. Trasfigurando a la democracia en un reduccionismo de penta-derechos (libertad de expresión, libertad de pensamiento, a elegir por el voto, a protestar y a peticionar), reduciendo al concepto original de democracia como el gobierno de todos y su praxis misma como la intervención del ciudadano en las decisiones a un simple acto maquinal de sufragar en cada fecha electoral sin derecho alguno de revocar decisiones tomadas por los administradores, se le sustrajo al ciudadano la especialísima característica de “soberano” que solo reflota el día de la elección para dormirse por al menos dos años, el sistema político en una suerte de antropofagia se comió al soberano y con ello la democracia quedo reducida a meros derechos. La democracia es pura literatura de nostalgia.

El centro de atención se puso sobre un pacto social o denominado contrato social, donde todos los miembros de la sociedad contraen derechos y obligaciones en igualdad, pero en la realidad material, por fuera de la puramente formal este pacto funciona en desigualdad evidente, entre los que mandan y los que obedecen, la obediencia se identifica, en definitiva, con esa realidad que esta prescripta e inscripta, en la orden emitida que integra el mundo cultural del individuo. Una de las partes contratantes permanentemente incumple el pacto, así, el Estado y su poderío opresor que obliga a todos a la firma de un contrato de adhesión que no es bilateral y mucho menos consensual deriva en la instauración del derecho del más fuerte.

Cuando la sociedad sale a las calles y toma estado, decide reclamar el incumplimiento contractual, la otra parte los tilda de criminales, sediciosos, cuando en realidad, los que se han saltado el cerco son los Estados (federal, provincial, municipal), en todo caso criminal es el Estado que tiene población analfabeta, desnutrida, marginada, discriminada y fusilada. La imposición del derecho del más fuerte sale a la luz y el incumplidor pone fin al legitimado para romper el pacto.

La ruptura no es demoniaca, es el paso principal para el de-venir democrático, para hacerse constantemente, el mito, difiere de la utopía, ésta es una descripción pasiva, mientras que el mito es una imagen motriz, una expresión de la voluntad, cuyo valor no reside en la realidad que no es, sino en la realidad que él mismo crea y todo lo que puede ser. La democracia es pura voluntad de ruptura, por naturaleza anti-sistémica, la democracia es voluntad de andar.

 

*Del libro Rebelión (2015) de Carlos A. Coria Garcia.

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