Lunes 30 de Diciembre de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

22 de octubre de 2015

Entre el voto real y el voto onírico.

A horas de la elección, habiendo tolerado todo tipo de expresiones ante la opción que lo democrático, o lo que hemos hecho con ello, nos ofrece, por la inercia de nuestro paso en el tiempo, ya dejaremos de escuchar todo tipo de adjetivaciones acerca del “Voto”, palabrerío huero de sentido, como las acciones remanidas con lo legal que se llevarán a cabo de aquí al domingo para conquistarlo (dádiva, prebenda, bolseo, etc.), como sí alguna vez alguien hubiese propuesto que ese voto, valga distinto, de acuerdo a quien lo emita, eso sí sería toda una novedad en sí misma, independientemente de cómo resulte, lo interesante es que nos lleva a pensar las cosas desde otra perspectiva, que nos podrían hacer valorar y no banalizar como en estas últimas oportunidad, la elección y el acto de votar.

“La transgresión difiere del retorno a la naturaleza, levanta la prohibición sin suprimirla…no habría erotismo si no hubiese en contrapartida el respeto a los valores de la prohibición (Georges Bataille L`Erotisme 1957). Partimos desde este desafío intelectual, o desde esta propuesta para comprender los ejes, de una de las piedras basales que sostienen nuestra correntinidad, nuestro estado de cosas, en el ámbito dirigencial, en el que intercambiamos miradas, visitas y ciertas interactuaciones mediante redes, sociales y de comunicación, dando vida con ello, a la clase política. Hablamos de la hipocresía, de ese sendero que nos construye, un camino que necesariamente lo sabemos no verídico, pero que a rajatablas lo sostenemos como el único posible.

Como decía Bataille, y de allí la cita, esa circularidad que nos mantiene enfrascados en una mentira indispensable, que cada tanto la debemos poner en crisis, o a crítica, no se asusten, no para eliminarla, sino para edulcorarla, para hacerla más agradable a gusto del paladar de los consumidores.

 

No debe faltar mucho, para que alguien proponga, independientemente de Constituciones y de leyes (visto desde la juridicidad actual sería imposible, pero las leyes se construyen desde el poder circunstancial) la factibilidad de que en estas tierras el voto se emita bajo un sistema de calificación en donde de acuerdo a determinados patrones, el hacendado habitante de calle Quevedo, cotice en urna como doscientos desempleados del Ponce, o que el politico, el dueño de edificios y de negocios, valga tanto como el sacerdote, el comunicador estrella, el cantante aclamado. Los loquitos, pobres e insurrectos deberán valer siempre uno, salvo que un gobernante, mediante decreto les haga cruzar el rubicón del valer tan poco en la elección.

 

Bien podrá ser una pueril aventura literaria lo hasta aquí exclamado, y hasta quizá pueda transformarse en una atractiva novela (exitosa no, porque también en el ámbito intelectual se precisan de entongues, aún más estúpidos y risibles que los necesarios en el político o social para obtener un valor por el valor mismo y no por circunstancias ajenas) en caso de continuar aventurándonos a ese futuro, probable.

Pero bien valdría preguntarse, lo que el mundo académico se pregunta a partir de un trabajo teórico de un filósofo correntino que se ha ganado, a fuerza de sacrificio y capacidad, un lugar en lo más granado de la intelectualidad mundial, redefiniendo el contrato social, o estableciendo el voto compensatorio.

 

el poder está y no está en la democracia, ni siquiera por un fallo de esta como sistema, sino por definición lógica de lo que es el poder, sin embargo en este juego, quién cree detentar ese manejo del poder, la clase política, aun sabiendo que por más que tenga las validaciones legítimas de lo democrático, debe seguir haciéndole creer a las masas que representa, que tiene ese poder, que detrás de la democracia, está el poder, por más que sepa que no es así.  En este punto, debemos cuidarnos, nuevamente de no continuar la ramificación que el tema nos propone en sí mismo, tan solo haremos una mención genérica, pues consideramos importante al menos el subrayado. Nos encontramos ante “la mentira” en la política, lo no cierto o no válido, que se plantea, necesariamente como lo opuesto y que sí no es bien manejado, termina percudiendo el sistema de lo democrático. Es decir sí la mentira, o la situación de no verdad, se descubre, por la masa ante el manejo de su dirigencia, la que padece en términos generales es la democracia (las grandes revueltas o protestas modernas, se generan a partir de este incordio, cuando se descubre, devela, de aquí la importancia de lo mediático, de lo mentiroso, corrupto de los políticos y la política) pero apartándonos de esto, entendemos acerca de la naturalidad de esta situación, lo que le consignamos a esa mentira o no verdad, como condición necesaria y suficiente para la existencia de lo democrático.

Desde hace décadas que tanto la ciencia política, como el enfoque de lo político desde lo filosófico, se debe o debe, resignificar el contrato social, redefinir el principio de igualdad, y acotar el significante extenso y polisémico de lo de democrático, para consignarle un valor diferente, sobre todo para aquellos que el estado los tiene para la obligación sin velar por sus derechos, para que en la jornada electoral, a estos invisibilizados se los empodere con el valor de cinco (5) a cada uno de sus votos, dignificándolos para sacarlos del estado de víctimas que impone el prebendedarismo, la compra de votos o los bolsones de mercadería (una práctica muy extendida en Latinoamérica)  que en definitiva carcome y deslegitima la democracia actual que se pretende, como finalidad restaurar el contrato social y reconstruir el principio de igualdad de acuerdo a categorías aún no transitadas (El Voto Compensatorio, Francisco Tomás González Cabañas, Ediciones Académicas Españolas, Alemania 2015)

 

 

Pero vayamos a lo grave, y lo grave, es que sí se nos ocurre, es porque existen las condiciones para que sea posible, y sí es posible es porque esas condiciones de las que hablamos están dadas desde hace tiempo. Es porque tenemos el derecho de al menos soñar, de que no somos la cosa de un par de tipos que se  pusieron de acuerdo para que nos manejen eternamente ellos y quiénes ellos decidan, sin que medien reglas, normas o idoneidad.

 

Una vez más, recordar que el espacio de lo público en nuestra provincia, desde hace tiempo tiene dueños, que son pocos, que son los mismos y que actúan como una cofradía preservando sus intereses y principios rectores, no para ellos, sino para el conjunto.

Un conjunto, que no tendríamos que ser contabilizados como sus vacunos, productos, departamentos, partidos políticos, o medios de comunicación, pero aquí estamos, resistiendo básicamente porque aún no nos han comprado. Y eso también es grave, porque el ánimo de venta no está solo para tener bienes materiales, sino para no continuar siendo, un raro, un librepensador, un marginal defensor de causas perdidas y de gente en la perdición.

 

Nadie discute, ni tampoco se pretende discutir con los hermosos perritos falderos que dignamente se ganan sus huesos, atacando a mensajeros; de lo que aquí se trata es de quitar la propiedad privada en los espacios públicos, el monopolio que ejercen, en medios de comunicación, partidos políticos, en la cultura, en las creencias y en nuestras expectativas.

 

Una cosa es que nos hagamos los estúpidos para pasarla mejor, eso no significa que eternamente lo seamos o que compartamos las estupideces que dicen ciertos políticos, en los espacios públicos cooptados para precisamente decir tan solo estupideces.

 

Más allá de resultados, quienes sostienen las reglas de juego, para que el juego siempre les favorezca a los mismos, deberán cambiar algo, para que cada vez dejen de ser más los que ya no crean ni participen, validando el mismo, es hora de que empiecen a pagar ciertas deudas, para los que contribuyeron y pueden seguir haciéndolo para que todo parezca decorosamente aceptable.

 

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