29 de agosto, 2024
"Es fama -dijo – que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera. -- Eres muy crédulo- dijo el maestro-. No he menester de la credulidad; exijo la fe". En tal relato un maestro le pide a su indeterminado Dios que le envíe un discípulo. Llega a la puerta de su hogar, un hombre desconocido que se ofrece como tal. Le pide a cambio de su entrega, que el guía opere un prodigio, tirar una rosa al fuego, para de las cenizas volverla a transformar en flor. El maestro le dice que tal acto será imposible de realizar, primero porque no tiene tal capacidad y segundo porque en el caso de que la tuviera, igualmente el postulante a discípulo no creería más que en una acción y no en la integridad del maestro. “La meta es el camino, busco tu fe no que me creas por intermedio de una prueba”, le dijo al iniciado que igualmente tiró la rosa al fuego. Tras interminables segundos, la flor no revivió y el discípulo se fue avergonzado. Paracelso, el maestro, tomó las cenizas, dijo unas palabras, y en soledad, la convirtió nuevamente en rosa"(Borges, J.L “La rosa de Paracelso”).
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