Miércoles 11 de Diciembre de 2024

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20 de octubre de 2019

Sobredosis electoral.

Debemos ser conscientes que habitamos una comunidad narcotizada (de base adictiva, automatizada para consumirse en consumo), donde la institucionalidad, mediante sus dirigentes o representantes, precisa para su subsistencia, de dinero fresco, constante y sonante, independientemente de donde provenga, para que los índices de votantes sean medianamente aceptables, para que las diferencias políticas puedan ser subsanadas mediante una caja económica que no tenga existencia en los papeles de estado, en definitiva para torcer voluntades de toda clase y precio, a los excelsos fines, claro esta, de que ningún conflicto se desmadre y por ello se pierda la gobernabilidad y posteriormente la institucionalidad.

A tal punto llega la relación entre el poder político y el poder del narcotráfico, que ya comparten términos y clasificaciones semánticas. Al otrora dirigente afincado en un barrio populoso, con cierta capacidad de liderazgo, se lo denominaba puntero. La misma denominación se utiliza para quién en ese mismo barrio populoso o en otro, es el distribuidor de la droga. De lo contrario la financiación de las campañas políticas, normativamente, tendrían otro marco del que poseen, donde se les puede colar, o fugar, artimañas de toda naturaleza para violentar el imperativo categórico moral, que determinan la cosificación electoral en la que hemos transformado a la democracia. 

 

En una de las grandes trapisondas que nos tiende la política mal entendida, se nos quiere hacer creer que el combate al narcotráfico, es simplemente la persecución y enjuiciamiento de productores, distribuidos y vendedores de sustancias ilícitas.

 

Tampoco la respuesta debiera ser, como en algún caso lo es, la mera compresión del adicto, o del pobre, que cae en el negocio de la droga, por que otra cosa le resulta ajena.

 

El sistema, político y social de consumo, es el que se encuentra narcotizado y que ha encontrado en la sobredosis electoral, la acción más dañina contra el propio cuerpo o sistema democrático. 

 

Dada la imposibilidad de acceder a una función de estado sin tener los medios, dinero y en abundancia, para pagar fiscales el día del comicio, afiches, panfletos, espacios en radio y en televisión, durante la campaña, y para aceitar al grupo de acompañantes que organiza los actos con comida y bebida, para que los votantes escuchen al candidato y todo lo que implica la parafernalia electoral, entonces surge, en forma espontánea la connivencia con el poder del narcotráfico o del dinero de la droga. El empresario capaz de solventar tamaño gasto, debe tener ciertas certezas, las más exigidas por los capitalistas; o continuar con los negocios que le generan riqueza o ingresar en calidad de monopolio en el mercado. Sí por esas casualidades, el candidato, ya en funciones de estado, cree en el sexo de los ángeles, entonces aparecerá el financista, ya con rostro circunspecto, recordando el dinero que puso para que no le escupan el asado. Sí el negocio esta vinculado con la droga es más una cuestión de casualidad que de rama empresarial. Tampoco tendrá fuerza el gobernante, sí de buenas a primeras intenta desconocer el turbio acuerdo. Sus propios funcionarios de segunda línea y los mismos ciudadanos bailarán al ritmo del dinero narcotizante. El cabo de la policía, que sabe que la camioneta importada del comisario es producto de la droga, no arriesgará la vida enfrentándose con alguien que inflija la ley de drogas. Lo más probable es que en su escala y medida, participe del negocio.  

 

¿Que mundo le puede ofrecer a un consumidor un estado que esté ausente que no garantice ni salud, ni educación ni trabajo?. Le ofrece lo que tiene o lo que puede. Una elección de tanto en tanto, donde además de elegir figuritas, se reparte comida, materiales de construcción y obviamente drogas. 

 

Claro que el vacío al que condenaría el estado ausente, es aprovechado por cantantes, músicos o estrellitas mediáticas, quiénes observan un fabuloso mercado de jóvenes, sin rumbo ni destino, que se evaden de tanto dolor, utilizando drogas y por tanto ofrecen, estas bandas o grupos musicales letras que rinden loas a las drogas, o en el peor de los casos, directamente incitan al consumo. En nombre de la libertad, esos mismos carilindos que se creen inocentes por no participar en política o que se creen corajudos por decir lo que piensan sin pruritos, terminan siendo los propagadores oficiales de una sustancia qué en la mayoría de los casos, termina con sus propias vidas y con las del público.      

 

Según reza el principio de todo adicto en recuperación, el primer paso para salir es reconocer el problema, por tanto independientemente de que, como y cuanto se legisle, este primer paso institucional de debate en el parlamento ya es un gran paso para romper con un prurito, con una fachada, con ese viejo adagio de guardar la basura debajo de la alfombra. Nada mejor que ofrecer luz, en el reino de la oscuridad y las tentaciones, donde no se encuentran ni imágenes divinas que protejan las desventuras y temores de grandes y chicos, prestos, en caso de continuar esta oscuridad a aferrarse lo efímero y dañino de una sustancia alucinógena. 

 

Para ponerlo en términos de la actual elección presidencial en Argentina. De nada, o mejor dicho, muy mal le hace a la democracia, que mientras en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, los candidatos debaten en el paraninfo de la universidad, como sí estuviesen en Europa, mientras en el interior profundo, los acólitos de cada uno de los disertantes, reparten “mercadería” a destajo, propiciando la prebenda y la dádiva, en nombre de ganar una elección, o supuestamente creer que sumarán más a costa de cosificar, de prostituir y de drogar al pueblo, al que dicen querer llevarlo a un mejor destino. 

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