Viernes 27 de Diciembre de 2024

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20 de abril de 2015

¿Porque no cambia algo, para que nada cambie?

Uno de los legados más preciados de los griegos, de los tantos que la humanidad le debe, es sin duda la instauración de lo que se da en llamar gobierno del pueblo (recordemos que en Grecia existía la esclavitud y no todos los habitantes eran ciudadanos), patraña efectista que perdura, extrañamente en los tiempos actuales, de vacío de ideas, de proyectos y de crisis constantes de legitimidad representativa. Tiempos crispados, o mediatizados, en donde esa idea fuerza, en donde se sostiene lo llamado democrático, no es más que un collage de fotos subidas a una red social, en donde la asistencia a esas reuniones partidarias, se puntea bajo el tilde de quién seguirá o no percibiendo el conchabo estatal, lo volcánico de lo que se expresa no es más que la mirada petulante del líder o en el mejor de los casos de un títere de este, banderas que más que enarbolar consignas o símbolos, cobijan mantos inveterados de sospechas e intrigas palaciegas.

Sostener durante siglos que el pueblo gobierna a través de representantes consagrados por voto popular, debe ser una de los engaños mejor construido por las clases dominantes, para tener a gusto y placer el manejo de la cosa pública y del coso del público.

Huelga destacar sin embargo, que nada mejor le ha ocurrido a esta humanidad, a nivel político, que lo que se conoce como democracia, de todas maneras, ello no implica que esta sea perfecta o pasible de críticas que la pongan frente al espejo de su realidad.

Esa imagen que nos devuelve el espejo, acerca de nuestro gobierno del pueblo, al menos en nuestro microcosmos correntino (como para realizar un análisis de una porción de la realidad, un recorte de la generalidad que nos permita extraer conclusiones) es la de una costra negra sobre un blanco mantel, un charco esparcido de liquido bilioso, de dudoso origen, que desentona y también atemoriza. Es que se ha creado, una suerte de casta, de clase, de familia, de grupo sectario o privilegiado, que asume, reiterada y reiterativamente la representantividad. No hablamos de lo que se da en llamar nepotismo o amiguismo, como fenómenos aislados y generados por déspotas de turno, sino como parte integrante de una petición de principios, inherentes a lo democrático, una definición marcada a fuego de que el poder es para pocos, pero que no debe ser reconocido en tal condición, todo lo contrario.

La pobreza, la marginalidad y todo lo que genera la exclusión (falta de educación, problemas con adicciones, etc) vendría a ser como la esclavitud moderna, es decir condición necesaria del gobierno del pueblo, así como los Griegos, idearon la democracia en las polis con ciudadanos con menos de cinco mil habitantes y un sinfín de esclavos, la versión moderna de nuestra democracia, sostiene la esclavitud, con una realidad aún más cruel que la del tipo encadenado y azotado a latigazos, más no así su imagen, a la que nadie presta atención, o a la que ya nos hemos acostumbrado (asentamientos, pisos de tierra, techos abiertos, panzas llenas de aire, mugre en las narices y en los cabellos, pies descalzos y rostros simiescos) a la que cada cierto tiempo, el de las elecciones, aquellos elegidos (los políticos), van, saludan, le llevan un bolso de comida, una ayuda, un beneficio, un instante de ciudadanía, para que en ese breve pasaje humanizante, estos lo convaliden con el voto que les brinda las prerrogativas a los políticos, ya transformados en la casta superior.

Somos pocos, los que leemos, los que entendemos, los que hemos tenido el raro privilegio de escaparle a la esclavitud señala, a la pobreza estructural que no nos hubiera permitido alimentarnos y con ello nos hubiese dificultado el desarrollo neuronal. Como si esto fuera poco, y para los pocos que entramos en esa segunda fase, las estructuras creadas para convencernos que el gobierno del pueblo es el elixir de los dioses, son más que efectivas y condicionantes. La educación, la religión y el trabajo, son las tres patas de una mesa que alinea, determina y somete, cualquier tipo de espiritualidad, o libre pensamiento, que se atreva a discutir esto mismo. En caso de que el ánimo del irreverente no sea controlado, la penalidad del encarcelamiento, la locura o la marginación, le esperaran al preso, loco o al imbécil. La medicina es la etapa final, o mejor dicho la antimedicina y su asociación con el desarrollo de lo técnico, le aguarda al rebelde con la guadaña afilada, de propinarle, mediante la excusa del stress y demás argucias de índole medicinal, un infarto, un cáncer o un derrame cerebral.

Escaparle a todas estas fases, debe ser un milagro, proveniente de alguien mucho más justo y ecuánime del que llaman Dios, y lo menos que se merece es una nota, como la presente, como para dejar testimonio que estas excepciones existen, para confirmar la regla.

No resultaría necesario apuntar, que de millón que habitamos, sin contar el millón por fuera de nuestra geografía, en su gran mayoría evadidos económicos y culturales, el medio millón consignado como ciudadano, es decir apto para votar y para ser votado, solo seamos un puñado, los que demos vuelta sobre lo mismo, eso que maléfica y perversamente llamamos cosa pública.

Debería ser la cosa impúdica, de sólo saber cuántos de los legisladores han sido reelectos, a cuantos los vinculaban lazos parentales o de amistad, lo mismo se replica en cada pueblo del interior, de todos y cada uno de los partidos existentes y bajo estos guarismos, sobre un total de medio millón de tipos, seguir afirmando que gobierna el pueblo a través de sus representantes electos en ceremonias libres, públicas y festivas.

Nadie quiere cambiar, nada, pero recordar la clase de escoria que somos en relación a los esclavos modernos, es necesario cada cierto tiempo, para que entre bomberos no nos pisemos la manguera, introducir algunos cambios, al menos como para que no todos se den cuenta, recordar sino la frase que inmortalizo a Lampedusa “cambiar para que nada cambie”.

 

 

 

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