20 de diciembre de 2024

Dos años tratados como delincuentes.

Fuimos por 24 meses Bonnie and Clyde. Nos lo tomamos así, un tanto en gracia para no ser sepultados por una agresión descomunal, que lamentablemente hasta recién, con este sobreseimiento que cesa la pretensión del cometido barbárico de perpetrar una injusticia, contó con la acción u omisión de algunos integrantes del poder judicial de Corrientes.

Independientemente de las acciones que por derecho me corresponden, para que se me pueda resarcir (al menos simbólicamente) del daño inconmensurable que me generaron (más allá de los otros que intentaron y no lo consiguieron) tanto a mi salud (física y psicológica), a mi honra, prestigio, a mi economía y a la memoria de mi padre, de la cual se prendieron para entre otras cosas no permitirme duelarlo y lograr que sus restos descansen en paz, quiero agradecer.

Principalmente a mi familia. A mi esposa, Viviana Veron. A mi hijo, Máximo Tomás González Cabañas y a mi madre, Cecilia Lugo. Todos fueron víctimas de este cobarde e injusto accionar, tanto procedimental, investigativo, como de agresiones directas, insultos y amenazas.

Pase lo que pase, con cada uno de estos vínculos, nunca olvidaré, tanta hidalguía y dignidad, ante un claro accionar abusivo que pretendió asociarse a todo un poder del estado, contra un puñado de personas, por la motivación de un odio visceral incomprensible. 

Aún sigo viendo a mi mujer defendiendo sus derechos vulnerados al límite de su humanidad, en nuestra casa dada vuelta, sin que la dejen ir al baño ni siquiera acompañada por un “oficial”. Sigo escuchando a mi madre, que a otro,  en su casa, también dada vuelta, diciéndole que abran la urna donde descansaban las cenizas de mi padre, su esposo recientemente fallecido, para que busquen lo que supuestamente iban a encontrar. También a mi hijo, llamándome nervioso, porque le decían, anónima y extrañamente que estaban en la puerta de su casa, pidiéndole un dinero porque había accedido a un lugar al que no debía acceder. 

Quiero agradecer a mis amigos y compañeros de ruta. Principalmente a los que le pusieron el cuerpo y acompañaron a mi familia en esos “allanamientos” y que tal vez, lograron disuadir la posible acción de que “plantaran” elementos o cosas para garantizar la tropelía. Eternamente agradecido, a Alfredo Pipet y Marisa Ferradas y en el nombre de ellos a tantos amigos que nunca dudaron de mí y me levantaron el ánimo más de una vez.

Darles las gracias a mis colegas de una actividad como la filosófica que también fue presa de tamaña persecución. En el nombre de Ana Lacalle Fernández, Jorge de la Torre López, María José Binetti, Pablo Anzaldi y tantos otros, este profundo y profuso reconocimiento a sus bellas almas y comprensión de la dimensión de lo humano.

Dar gracias a todos los abogados consultados, al equipo conformado para mi defensa, en especial al coordinador general del mismo al Dr. Jorge Boumpadre por su calidad profesional y su disposición permanente. 

Gracias a ciertos actores de la comunicación. En el nombre de Gabriel Russo, Eugenio Montero, Daniel Solmoirago y Wilfredo Oviedo, quienes desde sus espacios, me permitieron gritar la verdad, que al principio podía parecer solo o parcialmente mía, pero que a la postre no es más que la única realidad.

Finalmente, gracias a los que en silencio me leyeron y me acompañaron, a tantas otras víctimas de injusticias y de abusos de poder. Decirles que la dignidad no se negocia y que si la vida nos pone por delante estas encrucijadas, no debemos enojarnos ni con el proceso ni con los agresores. A estos últimos desearles que tengan la posibilidad de sanar sus almas y que Dios, la energía o la inmensidad, seguramente podrán perdonar.

Gracias Papá! Hoy me gustaría darte ese abrazo que nos dábamos de tanto en tanto y decirte que conseguí que puedas descansar en paz, que tus cenizas estarán en un campo santo para que de una vez por todas puedas reunirte en paz con los abuelos, con el Tío Abacho y el resto de tus hermanos.


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