29 de agosto de 2024

Decir que se lo recuerda a Borges es pretender olvidarlo.

"Es fama -dijo – que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera. -- Eres muy crédulo- dijo el maestro-. No he menester de la credulidad; exijo la fe". En tal relato un maestro le pide a su indeterminado Dios que le envíe un discípulo. Llega a la puerta de su hogar, un hombre desconocido que se ofrece como tal. Le pide a cambio de su entrega, que el guía opere un prodigio, tirar una rosa al fuego, para de las cenizas volverla a transformar en flor. El maestro le dice que tal acto será imposible de realizar, primero porque no tiene tal capacidad y segundo porque en el caso de que la tuviera, igualmente el postulante a discípulo no creería más que en una acción y no en la integridad del maestro. “La meta es el camino, busco tu fe no que me creas por intermedio de una prueba”, le dijo al iniciado que igualmente tiró la rosa al fuego. Tras interminables segundos, la flor no revivió y el discípulo se fue avergonzado. Paracelso, el maestro, tomó las cenizas, dijo unas palabras, y en soledad, la convirtió nuevamente en rosa"(Borges, J.L “La rosa de Paracelso”).

Habita el autor en nuestra intertextualidad, es parte indiscernible de nuestro acontecer en el mundo, a partir del zócalo de nuestra singularidad, desde lo que expresa la hermenéutica "desde que somos una conversación", tal vez, cierta, y genuina pretensión de nombrarlo, tenga que ver, con el nominalismo que tanto lo ocupaba. 

Verbigracia el primer párrafo del poema de “El golem” expresa: "Si (como afirma el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa en las letras de rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo". Decir que se lee a Borges, podría significar que disponemos no solamente de cierto tiempo y voluntad para ello, sino también de una afanosa intención de que su halo magistral nos integre contagiándonos por ósmosis de su extraordinaria estelaridad. 

Incluso, en al afán de mencionar que lo recordamos, constituyéndonos en sus representados, podríamos ingresar en otra de sus grandes preocupaciones con respecto a los universales y la lógica de la representación. 

“El congreso presuponía un problema de índole filosófica. Planear una asamblea que representara a todos los hombres era como fijar el número exacto de los arquetipos platónicos, enigma que ha atareado durante siglos la perplejidad de los pensadores” (Borges, J. “El congreso”. Emecé. 1989. Buenos Aires. pág, 45.) Presentarse como "borgeano" es un contrasentido, precisa y no redundantemente, borgeano. 

De todas maneras, nos podría caber, la maldición de pertenecer a la catrgoría de argentinos, y tal como lo señalaba el autor, con ello, en el pecado de nuestro pobre individualismo: “El argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano…El Estado es impersonal: el argentino sólo concibe una relación personal. Por eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho; no lo justifico o excuso. (Borges, J.L “Nuestro pobre individualismo”, Otras Inquisiciones. Pág. 59-60. Emecé. Buenos Aires. 1996). Por tanto, nos correspondería el epíteto de "incorregibles" ante la ambición de ser dueños de Borges y hacernos de su acervo hereditario. 

Sí estas palabras, tienen un sentido, anida en ella, en verdad un deseo, ferviente, entendido en clave borgeana: “El dictamen quién mira una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón, es un consejo inequívoco de pureza. Sin embargo, son muchos los sectarios que enseñan que si no hay bajo los cielos un hombre que no haya mirado a una mujer para codiciarla, todos hemos adulterado. Ya que el deseo no es menos culpable que el acto, los justos pueden entregarse sin riesgo al ejercicio de la más desaforada lujuria” (La secta de los treinta, Jorge Luis Borges). No creemos en la pureza, de las palabras, más sí en los varios significados que pueden brindarse a partir de las mismas. Esto implica, que ningún acto, que conlleve el discurrir pensamientos, bajo acordes de vocablos, expuestos con honestidad intelectual, pueden pretender finalidad alguna, por ejemplo de publicación. Ya lo sentenció Borges, con respecto a los diarios, que se amontonan con sus respectivos certificados de defunción: “Los periódicos son esos museos de minucias efímeras”. 
 
Finalmente para aquellos, que con todo derecho puedan pretender, ser émulos, de algunos de sus personajes, como el inolvidable Funes el memorioso, acumulador serial de números y fechas, que murió por tal imposible de congestión pulmonar, el tiempo del pensar, que es una instancia de pensarlo, no podría estar sujeto, a una fecha, ni siquiera al de su nacimiento, ni menos al de su muerte, que no ocurrió. 

“Un año entero había solicitado de Dios para terminar su labor: Un año le otorgaba su omnipotencia. Dios operaba para él un milagro secreto: lo mataría el plomo Alemán, en la hora determinada, pero en su mente un año transcurriría entre la orden y la ejecución de la orden. De la perplejidad pasó al estupor, del estupor a la resignación, de la resignación a la súbita gratitud.” (Borges, J. L. "El milagro secreto"). 


Por Francisco Tomás González Cabañas. 


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