La institucionalidad convertida en un Onlyfans.
La institucionalidad occidental o como las queramos llamar (supuesta democracia, más poderes no democráticos y repúblicas sin espíritu de nación) no interpela a sus ciudadanos a que elijan a sus representantes o a quiénes las administren. La democracia, como ariete fundamental de lo institucional se reduce a un rito plebiscitario, una jornada electoral en donde por una mayoría matemática, se determina sí el grupo que se hizo en el poder continuará o no continuará.
Es decir, no elegimos más (en verdad nunca elegimos, pero no la vamos a liar parda, que allí está el negocio de ciertos intelectuales, hacer incomprensible lo obvio) no optamos por quién gobierna, ratificamos o rectificamos a los que gobiernan. O mejor dicho, para expresar de qué va esto, o los corremos, es decir los sacamos a los gobernantes, para poner al subsiguientemente otro, dado que no nos da, el corrernos de la democracia, por más que está y ya en el sentido sexual, se nos corra a nosotros.
El pago, para acceder a tal condición, es precisamente, no desear el protagonismo, sino quedarnos en la comodidad del espectador. Cómo las plataformas pagas de intercambio de sexualidad, que mediante pagos, se puede acceder a sexualizar sin cuerpos asequibles o tras la sensibilidad más distante que la del látex, el roce con la pantalla con la interfaz, la pornografía de la técnica, de la inteligencia artificial o la razón instrumental.
Cómo esto no está aún, expresado en tales términos, usamos en política, al grupo (llamarlos partidos sería un insulto a quiénes han formado o creyeron en partidos políticos) que pretende disputarle el poder para en verdad, sacarnos, correrlos, a los que nos están gobernando. Tal como se eligen canales o plataformas de "contenido" que no son más que cuerpos al desnudo, que ni siquiera son tales, apenas imágemnes de imágenes. Nociones difusas de lo que no es. Claro que la tendencia natural, a permanecer en lo mismo, como las ventajas competitivas que tienen material (sobre todo mediática como económicamente) como hasta espiritualmente (en cuanto a expectativa, el voto útil o voto condicionado que generan por sobre quiénes les pagan el sueldo manejando las cuentas públicas) hacen que sea casi imposible que un gobierno deje de ser tal, de acuerdo a como está planteada la democracia actual. Cuando esto sucede, es decir se da el cambio, o el corrimiento, en verdad no es más que acuerdos de cúpula de dirigentes que se dicen de una u otra tendencia, pero que no tienen disposición a salirse de la condición de espectadores del poder. Por tanto pretenden lo mismo cuando administran. La condición de espectadores, impávidos de la ciudadanía, tal como los que transfieren virtualmente recursos para ser espectadores de cómo otras se tocan tras la pantalla.
La democracia, no nos salva de aquello, precisamente, de allí que la idealicemos, pero eso no significa que no represente esto que decimos, que devino, que se convirtió en un ratificatoria, de la continuidad o no de un gobierno por un rito electoral.
La democracia, para que no se nos corra (en el sentido sexual) perversamente sobre nosotros, debe ser corrida, en sus vertientes oficialismo y oposición, de lo contrario, seguirá siendo lo que es; un mero juego para ver sí cada tanto, corremos o no a los que nos gobiernan, no importa quiénes vengan después, dado que nos reservamos ese derecho de más luego también volver a correrlos.
Corremos tras el fenómeno democrático o de la democracia, por eso, por más que la anhelemos, la deseamos o digamos que vamos por ella, jamás la tendremos ni estará entre nosotros.
Corrernos de la condición de espectadores a la de protagonistas.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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