11 de mayo de 2023

Líder “transfeminista” en oscurantismo y censura

La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires ha sido declarada por sus autoridades en proceso de “transfeminización”. Nadie entiende muy bien cuál sería el alcance de una Facultad “transfeminista”, pero todos aplauden y celebran porque la iniciativa suena a progre, inclusiva, vanguardista, y a ninguno le gusta pasar por viejo y atrasado. Malas noticias: “transfeminizar” no es nada progre ni vanguardista. Constituye una enorme regresión en materia derechos y libertades fundamentales. Transfeminizar significa que ser varones y mujeres se reduce a una “identidad de género” al mismo nivel que cualquier otra construcción imaginaria, igual que ser andrógino, andrógine, pangenérico, triple espíritu, género fluido, no binario, neutro, trans-x, trans-xx, trans-xy, etc. etc. Dicho de otro, una Facultad transfeminista elimina el sexo y la diferencia sexual como categoría irreducible a las autopercepciones privadas, y protegida por el marco internacional de los derechos humanos.

Una Facultad transfeminista exige condenar al ostracismo a quienes no consideren que mujeres y varones somos una mera “identidad de género” subjetiva, mucho más si su investigación se centra en la diferencia e identidad sexual de varones y mujeres. Ese es mi caso. Como investigadora de la Facultad sufro desde hace años el control ideológico ejercido por el comisariado de los géneros, sumado a reiterados hechos de difamación, censura y cancelación. He sido tratada de incompetente en lo académico y de representar un peligro para el alumnado, rechazada de Congresos, e ignorada en cuestiones de organización. Y se me ha impuesto la perspectiva de “los géneros” como encuadre normativo de mi trabajo.


La Facultad transfeminizada suele manejarse a través de “comisiones evaluadoras” y “dictámenes” fantasmas, cuyos firmantes se desconocen, y se limitan a rechazar y recomendar desde su posición omnisciente e infalible. A veces se aduce que el rechazo proviene de los alumnos, presumiblemente los mejor adoctrinados. Hay académicos internacionalmente reconocidos a quienes está prohibido invitar porque critican la ideología transgenerista. La Facultad impuso además la jerga ideológica del “todes/todxs” con la finalidad de normalizar el uso de un neutro transgenérico que borra las marcas de la diferencia sexual del discurso.


Por supuesto, la Facultad transfeminista cuenta con profesionales de enorme valor que realizan su trabajo de manera impecable y silenciosa. Pero no tienen poder. El poder –que le otorgan nuestros impuestos y que cada uno riega en su quintita– lo poseen pequeñas camarillas compuestas en general por profesores exalumnos, que se reproducen endogámicamente en todos los espacios de toma de decisión y de erario público. Se trata de camarillas delegadas del gobierno de turno que han partidizado –además de transfeminizado– la Facultad. 


Mi caso habla de muchos otros. Convivo con alumnos y profesores que prefieren no opinar por temor a no recibirse, a perder sus carreras y puestos, a ser tachados de discriminadores y propagadores de discursos de odio, como yo. Dialogo con estudiantes que me consultan en confidencialidad para evitar problemas,  alumnos que tienen miedo de disentir porque saben que el disenso se paga con desinvitaciones y desvinculaciones, hostigamiento, amenazas y agresiones de activistas “trans”, que sistemáticamente cancelan todo intento de discusión libre y plural.


Esto quiere ser un llamado a la comunidad entera, no sólo la académica, porque lo que sucede en nuestras universidades hipoteca el presente y futuro del país. La principal Facultad de Filosofía de Argentina tiene una particular autoridad para legitimar los discursos que configurarán nuestra convivencia ciudadana y democrática. De ella depende institucionalizar los dogmas y relatos de un régimen ideológico implantado multinacionalmente, o formar en la libertad y el pluralismo de ideas para que circulen, abran espacios de discusión, y sedimenten el crecimiento de todos.


De nosotros depende decirle nunca más a la cultura de la censura y la cancelación, a la desaparición de ideas, a la exclusión de los intelectualmente diversos y disidentes. Nunca más a los bunkers del gobierno de turno en los espacios de libre pensamiento, debate y construcción democrática. 

Por María José Binetti.

 


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