15 de enero de 2023

Este texto no trata de Shakira y Piqué

Por Óscar Sánchez

 

¿Qué es un pijo? Cuestión existencial donde la haya, de ardua averiguación. Manuel Vázquez Montalbán le dedicó a este interrogante media obra novelística, y en comparación yo no soy quién para etc. El pijo de toda la vida de Dios sería el como el “snob” definido de W. M. Thackeray en la Inglaterra decimonónica: alguien que aspira a una condición que no es la suya, pero que además lo hace con un gusto kitsch. Sin embargo, hoy entendemos por “pijerío” la aristocracia del dinero, aquella que cultiva voluntariamente una ceguera artificial hacia los mecanismos de la movilidad social. O sea, algo así como “sé que mi papá maneja mogollón, pero yo hago como que él lo merece y por tanto también debo de merecérmelo yo, que soy su ojito derecho”. Así, el pijo desarrolla y despliega su estatus, no lo cuestiona: papá es el mejor, y los hijos de los amigos de papá también. El pijo sólo por nacer tiene ya en su armario, en su despensa y en su garaje las mismas marcas que Don Francisco Camps. Tal niñato es, pues, feliz, para qué negarlo. Incluso tendrá su propia manera pija de asumir la muerte. La muerte-pija es algo así como pasearse por las fiestas chic con el enésimo cubata en la mano y el pelo revuelto, a la manera de Ernesto de Hannover, hasta que revientas de una cirrosis o te caes borracho del yate...

 

No obstante, creo que también subsiste el pijo antedicho del quiero-y-no-puedo, el que lo es por imitación y por vocación, tipo Barry Lyndon, el sobrino de Rameau o el pequeño Nicolás. Se trata para ellos de equivocar obstinadamente la propia posición social, a ver si así engaño también a los demás. Casi es digno de admiración: la vida de uno como precaria obra de artificio y lameculismo. Porque tener claro lo que le ha tocado a uno en suerte, llegada cierta edad, es lo que llamamos madurez. El pijo por autoengaño no madura, es el puto casi-pijo Peter Pan. Hace lo que puede, normalmente con éxito en el círculo de los clase m(ier)da. El clase m(ier)da no le da bronca, él está a sus peliculillas pirateadas, sus bermudas, sus tatoos y sus videojuegos. Se entiende con el casi-pijo, pero no lo comparte demasiado. Con todo, hay que cobrar conciencia de lo que le ha tocado a uno llegada cierta edad, como digo, o el pijismo degenerado se convierte en crónico. El “conócete a ti mismo” délfico está especialmente indicado aquí. Porque además los pijos, bien pensado, constituyen el sector social más alienado del mundo contemporáneo. Se lo pasan bien, sí, y en este sentido alienación no significa miseria ni disgusto, pero sufren una completa falsa conciencia en lo que se refiere a los mecanismos de obtención y trasmisión de privilegios, de modo que viven “extrañados” respecto del verdadero funcionamiento de la sociedad real. La clase obrera, en cambio, no, esos entienden perfecta e intuitivamente cómo encajan y se lubrican los engranajes de la perra vida, y tal vez por eso tan a menudo ignoran a los partidos de izquierdas, como si tuviesen una memoria fresca del aciago momento en que Lenin, a las dos semanas justas de arribar en Moscú, se subió por primera vez a un Rolls Royce. A nadie le amarga un dulce...

 

Pero la culpa de todo la tiene, en mi opinión, el así llamado “mercado” o “mercados”. Si el mercado fuese honesto, colocaría etiquetas en sus ventas acordes con la situación del consumidor. ¿Hijo de albañil y portera? Busque en otra tienda. ¿De empleado de banca y maestra? Saldos al fondo a la derecha. Y así. En fin, me parece que hay mucha confusión al respecto. Sobre todo porque se mezclan los estudios, incluso el tan cuestionado “mérito”: mi padre empleado de banca y mi madre maestra me consiguieron una carrera de arquitecto. Ahora mis amigos son arquitectos, ¡Fidias era arquitecto! ¡hasta Dios es arquitecto! De modo que he aprendido a pelar las gambas con cuchillo y tenedor, porto un Rólex y no un Casio y ni muerto me compraría un Twingo. Pijismo intelectual, que a veces funciona, pero a medias. Luego están los casos más curiosos, los del pijo que se disfraza de cordero, y que por mis estudios me ha sido dado conocer. Tipos que, total, saben que tarde o temprano van a vivir de las rentas o del enchufe, así que mientras por qué no dedicarse a pillar lo que se pueda de cultura venerable. Claro que luego no entienden nada, puesto que su objetivo único y principal es ligar, y ligar a ser posible a una semejante pijo-pedante-morbosa, pero entre tanto se divierten alternando con la plebe enrollada y leyendo a Borges. Qué entrañables, ellos, qué cositas. Cierto que tienen algo confuso el momento adecuado en que habrá que separarse de los compañeros pobres, y por eso a veces se perpetúan fantasmagóricamente más allá de su ocasional esplendor. Les dábamos cancha, y ellos a cambio pagaban la última. Por allí siguen, fingiendo que están a punto de hacer algo grande y al margen de papá, que nunca jamás cuajará lo más mínimo sin papá o con papá, naturalmente (George W. Bush, Trump...) Chicos amables, chicos hospitalarios, tanto que si rompo, qué más da, repongo. A sus cincuenta actuales seguro que entienden mogollón de vinos o algo así. El futuro inmediato va a alumbrar una nueva Lucha de Clases, esta vez entre los que promueven la extinción y los que la temen...


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