Tristeza sin fin, a la espera del juicio final.
Pero lo cierto es que con esas emociones y sensaciones después de la partida del ser querido lidiamos quienes amamos, quisimos o tuvimos sentimientos, pero también están los otros, quienes gozan tal vez de la muerte sin saberlo, y que esperan agazapados el momento para arremeter con las mezquindades de la vida, olvidan que del polvo vinimos y en polvo nos transformamos cuando partimos. Nada, nada traemos y nada, nada llevamos. Sólo dejamos en este plano nuestro nombre, nuestro desarrollo como sujetos que por un corto tiempo transita por esta vida misteriosa. Cuál es la disputa de lo terrenal, si de lo que trata la vida es de la trascendencia espiritual, el cuerpo es solo eso un envase, pero si a lo largo de la vida (corta) no le incorporamos capacidad, entendimiento, discernimiento, comprensión, entereza, fortaleza, lucha, amor, templanza…. Y sólo creemos que se trata de cuánto material incorporamos estamos condenados al fracaso. Lamentablemente ante una muerte lo primero que aparece en muchos casos, es justamente eso, la mezquindad, el desconocimiento, la mentira, la torpeza, la verdad transformada en mentira aflora y nos deja boquiabiertos, en definitiva nos genera una tristeza que no tiene fin, no tiene fin porque a la pérdida física se suma la pérdida de sentimiento, la pérdida de la verdad, la pérdida de la coherencia, la pérdida de la empatía, la pérdida de lo que es justo, etc. Etc etc.
Para quienes creemos en el más allá, en las vidas pasadas, en las vidas futuras, sabemos que todos estaremos sentados, tarde o temprano ( en poco tiempo a raíz de nuestra finitud) en el banquillo, dando cuenta de nuestro obrar en este plano, y seremos juzgados con la vara divina, ese será el momento de cada uno purgar sus culpas…
Por Verón Viviana.
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