¡Cave canem!
¿Can you feel my heart beat? , Higgs Boson blues , Nick Cave
Para FTGC...
Estamos todos muertos, y encima tengo una resaca del cofón. Vine ayer a casa de mi padre, que también está muerto, y la barra libre de güisqui malo acabó conmigo. Yo me lo busqué, porque llevaba un mes sin beber un trago, a causa de una operación de estómago a la que me sometí hace un tiempo. Ayer le contaba a mi hijo que, como me durmieron con la anestesia, a saber qué hicieron con mi cuerpo serrano (te desnudan y te colocan con los brazos extendidos como un San Sebastián atravesado de flechas de esos que le ponían a Yukio Mishima, no digo más…) durante el tiempo que les diera la gana. Sodomía, selfis, el repertorio de Raphael… no quiero ni pensarlo. El tipo que me aparto aún más de la consciencia, el así llamado anestesista, tenía lo menos 90 años, pero estaba fibroso, el cabrón, y tenía ojos azules y una banderita de Hezpaña de pulsera. Me dijo, insidioso: “ahora vas a sentir un placer de puta madre (sic), como un hormigueo gratificante, y luego te dormirás”; le respondí que no, que yo no estoy hecho para placeres, que se me da mejor sufrir, y en efecto, me sumí en la inconsciencia sin notar gratificación morfinómana alguna. Pero bueno, lo acepto, quizá sea mi capacidad para sufrir como un gilipollas lo que me mantenga semimuerto, en vez de fiambre total, como casi todos los que me rodean. Entre que mis amigos se hacen tan mayores como yo, y que el mundo sigue catatónico por causa de la antecendente pandemia y actual guerrqa, las megalópolis por las que nos arrastramos siguen tan rutilantes de lucecitas nocturnas y neones que casi no parece que iluminan a cadáveres caminantes y que son cementerios sumamente pop. Es lo mismo que el efecto de esas armas nucleares tan sofisticadas que dejan los edificios y las infraestructuras intactas pero matan al personal, para que el genocida correspondiente pueda disfrutar del botín sin molestas interferencias.
Sin embargo, esta mañana me he puesto un concierto de Nick Cave para pasar la resaca ("¡quién quiera la embriaguez que asuma también la resaca!", escribía el romanticón de Hesse en El caminante), el único que no había visto aún, y el tipo parece jodidamente vivo, mucho más que yo, dónde va a parar. Hasta Warren Ellis se diría que está vivo, con esas barbas de Dostoievski –pero Mick Harvey no, Mick es un gran músico pero músico con toda certidumbre muerto. Yo creo que es por el estilo Bad Seeds, eso de tanto coquetear en las letras con la muerte en plan poeta francés del diecinueve bebiendo absenta, que produce que al final la muerte se despiste y ya no sepa si ha pasado ya por tu casa o no… (además de por la versión del Death is not the end de Bob Dylan que Cave perpetró con alguna de sus novias, no recuerdo cuál; que sí, que no es el final, vale, pero a ti te deja como sin ganas de nada, fané y descangallá…)
Como Nick es tan largo, se pasa sus conciertos agachado para agasajar a su público. Parece jorobado como el Ígor de El jovencito Frankenstein, ese clásico tan malo, lo cual hasta le favorece, a Nick, puesto que tanto le pega al rollo gótico/gore. Pero es un crack, el tío. En este concierto de Milán había cumplido ya 60 palos, uno de sus hijos ya se había matado (ya ha caído otro), su mujer había salido en pelotas en la portada de un disco, y aun así el hombre seguía igual de flaco como el yonki que fue, igual de enérgico como el punki que fue, e igual de creativo como el friki que es. Los pelanganos teñidos, sí, pero nadie es perfecto. Estoy por teñirme yo, a ver si así engaño a la Parca y también me cuelo en el Reino de los Casi Vivos, con Trump (es lo único bueno que se puede decir de él), el ex comisario Villarejo y Keith Richards, que está más animado que la mayoría de mis amigos –o ex-amigos, mejor dicho, después de esto. La vida es dura, la vida es el No Pussy Blues (Cave con bigote de Súper Mario Bros), y encima el rey de Hezpaña nos anunció hace un tiempo que nos la van a digitalizar enteramente. Pero bueno, peor sería acudir todos los días a un Conservatorio. Imaginaos estar muerto, y para colmo ir al Conservatorio, a hacer el snob, a sentirse un genio incomprendido, a tocar la música de otros muertos mucho más putrefactos y grandes que tú, a sufrir practicando mil horas al día, a cargar con un instrumento más abultado que tu pareja, que por supuesto toca otro instrumento, a sentir que el desgraciado de Schubert es tu padre freudiano, a vestirse de frac para el siguiente bolo, a tocar mientras que el Titánic climático se hunde…
Todo eso que nunca ha hecho Cave, porque no le importa estar vivo, porque la existencia puede ser llevadera después de los cincuenta, porque se puede seguir ladrando e incluso mordiendo de vez en cuando -¡cave canem!-, y porque nada te impide viajar a Italia a hacerte una pasta con cosas como esta para que los demás remontemos una jodida resaca posoperatoria o del las otras…
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