El giro a la derecha, imprescindible e inevitable.
Concediendo que las categorías del (no) entendimiento de la política no pueden ir más allá de izquierda y derecha haremos el siguiente discernimiento tanto en lo respectivo a lo posible como a lo deseable.
Quiénes parten de consideraciones generales para abordar los aspectos políticos tendrán por lo general una inclinación más a la izquierda que aquellos que aborden los aspectos de lo común desde la óptica de la consideración individual.
Los que confíen sin remilgos en la posible predisposición bondadosa del sujeto antes que la intermediación del temor o la especulación también tendrán tal predisposición.
Sumaremos a los que sientan, demuestren o narren, que las prioridades de lo público deben estar orientadas siempre a resolver antes que generar, a distribuir antes que recaudar a invertir antes que acumular.
Se construye por tanto una superioridad moral ya expresada por quiénes habitan en tal espacio decoroso moralmente y políticamente correcto para los ámbitos comunicacionales, educativos e intelectuales de las sociedades occidentales.
Finalmente recubre la escisión de ambos campamentos, un telón romántico de una juventud interminable que apuesta a la posibilidad antes que a la realidad donde una disposición a la vejez o la senectud se apropia de quiénes deben arrumbarse a la derecha de las cosas.
Sí toda la aventura de lo humano discurriera por el deseo, a nivel político en la izquierda están los que asumen tal pretensión y en la derecha los que aún no han dado cuenta de la misma.
Por esta misma razón es que en tal sector, la acción política queda siempre difuminada, en una suerte de ventisca fantasmagórica, que apenas por breve tiempo intercede en la realidad efectiva o en lo realizable. Por más que sea más activa, que gane las plazas y calles, siempre fresca en constituir mayorías independientemente que sean minorías que en el fragor de la expresión se hacen escuchar callando a los demás.
La izquierda apunta siempre al universal sistema, a lo súper-estructural que en última instancia funge como excusa perfecta cuando los indicadores numéricos encienden las alarmas que en tren de perseguir el ideal, pasa inadvertido el día a día, el momento a momento, de tantos que pierden posiciones en los vagones y se caen de la formación por los maquinistas, que frenéticos toman todas las curvas por izquierda.
Se agolpan los que aún persisten cerca de los conductores que proponen, cómo reacción estertórea, el drástico giro a la derecha lo más pronunciado posible.
Son los que a gritos desbordados, en una suerte de clímax de desesperación prefieren (y lo expresan) estrellarse en tal momento (es decir que nos estrellemos todos) antes que seguir de tal manera. Algunos los sindican como extremistas, anti-política e incendiarios demagogos que crecen sin pausa en la consideración de cada vez mas pasajeros que temen terminar fuera del tren producto del manejo alocado del que son víctimas como responsables.
El punto en cuestión entre izquierda y derecha, queda, abruptamente claro. La pretensión universal, de posibilidad, aspiracional e ideal de la izquierda arremeterá contra el tren, contra los pasajeros y el paisaje. El problema es el sistema, el cambio debe ser de raíz y profundo, todo lo otro caerá en la definición de un galimatías donde siempre el privilegiado será el otro que le impide a este seguir apostrofando al pobre, al marginal, para usufructuar de tal debilidad en su gobierno y representación.
La derecha queda reducida a lo posible, al margen de la supervivencia, al gris y chato de no estar tan mal, o en caso de igualmente lograrlo, intentar tal búsqueda de lo inmediato.
Es una dimensión mucho más material, que cae muchas veces en la tentación materialista, asimismo es más asequible y terrenal, pero debe ser corrida en forma urgente del extremo de cambiar todo lo político, en un sólo movimiento, tal como lo postulan a los gritos los exacerbados y corridos en tal distancia. De tanta, se aproximan estos a la izquierda de la que dicen no comulgar. En un lugar es el sistema, tan amplio y general, que no se cambia ni modifica nada y en la otra frontera, algo más módico y reducido como las reglas de organización de la política, pero que debe limitarse aún más.
No se trata de moderación, sino de supervivencia. A lo sumo, tener otra disposición electoral, introducir otras nociones en los diferentes poderes del estado, pero no plantear diluirlos de la noche a la mañana, tal como lo verbalizan quiénes habitan en el secreto romance entre la izquierda y los extremistas de derecha.
Nos queda la monotonía de la derecha, sencilla y ramplona. Posibilidades e ilusión, líbido y potentia gaudendi puesta al servicio de otros pliegues o de otro momento o posibilidad.
El giro a la derecha, corresponde a una determinación táctica, que en las circunstancias puede significar un par de lustros, o incluso el concepto que inspiró a Lenin de “cuánto peor, mejor”.
Los sistemas políticos (incluyendo a la sociedad que dicen representar) mostrará con mayor claridad este giro a la derecha.
Los actores políticos de cada aldea de lo democrático, en su accionar, determinarán sí quedan en la derecha razonable y democrática o sí otorgan créditos a la ultra-derecha emparejada en la disposición final con la izquierda que al quererlo todo no quiere absolutamente nada.
Acaba de suceder en Italia. La lección para los que gustan analizar la política, o pensarla antes de la praxis, o incluso después, es sencilla y clara. No ganan las derechas, sino que pierden lo que no se define como tal. La defraudación del sentido de lo común, de lo colectivo, del nosotros, astilla y se dinamita mucho más por izquierda que por otro lugar.
Capítulo aparte, debiera ser (que en verdad no le importa a nadie) que la máxima de Thatcher de que "la sociedad no existe" no significa que el individuo pueda ser fundante de sí mismo. Es decir, y sobre todo los economistas que saben de números y no de conceptos, tendrían que ser refutados cuando niegan que la existencia individual, es siempre en base a lo otro o los otros. En virtud de un creador, de una creación, de unos padres fecundadores o de una ciencia que alumbre la posibilidad de vida. Somos lo otro, lo uno en cuanto tal (más existiendo la muerte o finitud) es de un infantilismo tan ramplón que la cuadratura del círculo o el terraplanismo pueden ser posibles.
En Argentina se presta atención a los movimientos en el frente oficialista que se descartó por izquierda, cuando, probablemente, las novedades surjan por el frente en la oposición que dejará de ser tal en la próxima elección.
Tal coalición deberá fortalecer su flanco derecho, sin que tal asimilación convierta a todo el espacio en la ultra derecha, como asimismo recomponer realmente la relación de fuerzas, entre partidos históricos como fundacionales que se obstinan en declararse amantes de una izquierda al estilo socialdemocracia o progresismo que poco han cambiado en lo real (y sí la izquierda representa un cambio radical, no debiera participar entonces en el entramado de un sistema tan injusto y desigual como el que denuncian) sino que además, tributarán cada vez menos en la arena electoral.
Podemos conjeturar cómo clima de época que las elecciones no las ganan los más votados, sino que las pierden los que más decepcionan o defraudan, y de allí que el problema democrático sea la necesidad de una revisión profunda de lo que creemos creer o sentir que significa lo democrático.
Por Francisco Tomas González Cabañas.
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