"Las personas pobres son realmente ninguneadas".
¿Es posible pensar desde la singularidad del uno, sea la conciencia, el yo, el cuerpo, los agenciamientos de la partícula elemental o lo que fuere, dada la interacción obligada a la que estamos impelidos, condicionado, sujetos y hasta condenados en lo múltiple o las multiplicidades?
El pensamiento, y en mayor medida el pensamiento filosófico, es algo que siempre se hace en primera persona, en un monólogo interior que a veces adopta una cierta forma dialógica. Sin duda, ese monólogo es provocado y continuado por diálogos con otras personas, que juntas van construyendo el pensamiento. Por eso podemos decir que el pensamiento es dialógico. Esos diálogos se dan en la vida cotidiana de manera espontánea, pero con más rigor en intensidad en los procesos de deliberación política, en comunidades de aprendizaje o de diálogo filosófico en educación o en procesos de inteligencia colectiva en la resolución de problemas. No obstante, en ese colectivo hay personas individuales que aportan su propia y única reflexión personal. El pensamiento colectivo no es la simple suma de los pensamientos individuales, pero se elabora entre todas esas personas, que aportan diferentes aspectos o matices que dan lugar a un pensamiento único y novedoso provocado por el diálogo y la deliberación.
Por otra parte, la persona es cuerpo y conciencia (o alma, espíritu…), es un ente individual, pero también miembro de diferentes grupos, unos de pertenencia y otros de referencia, y esa inclusión puede desdibujar el perfil individual, provocando cierta uniformidad social empobrecedora basada en la obediencia y la sumisión, o pueden potenciarla, dando paso a sujetos individuales asertivos y participativos que defienden su perspectiva personal pero están atentos a las aportaciones de otras personas. Toman así conciencia del carácter intrínsecamente dialógico de la persona, pues no hay un yo sin un tú y sin un nosotros. Por otra parte, los grupos, como la sociedad en general, son mediaciones imprescindibles, como lo es la atmósfera para la paloma que vuela, pero no mediatizaciones, como pueden serlo las condiciones materiales de vida para muchas personas. No podemos olvidar que el ser humano es marcadamente social, posiblemente el mamífero más sociable que se conoce, incluso más sociable que otras especies. La sociedad es mediación o medio para llegar a ser nosotros mismos, pero también es mediatización que provoca sesgos, distorsiones e incluso empobrecimientos.
¿Cómo cree que es, que debiera ser y que le gustaría que fuera el vínculo entre filosofía y política?
Sin duda es una relación complicada que puede adoptar diferentes formas. Tres posibles modos de practicar ese vínculo lo ofrecieron los clásicos griegos: Sócrates (confrontación crítica con la política que acaba con su muerte); Platón llega a convertirse en asesor de un tirano, una experiencia que sale mal, pero le lleva a escribir un diálogo de enorme influencia posterior en lo tradición filosófica occidental; y luego Aristóteles, algo más distante, pero que ejerce como tutor de Alejandro Magno, incidiendo así en su actividad política. Más recientemente, durante la dictadura de Franco, la filosofía ocupó un papel muy importante en la educación de los adolescentes, pero tenía que ser filosofía aristotélico-tomista; Hitler recomendaba la enseñanza de la filosofía a los adolescentes, o en los países soviéticos se enseñaba materialismo dialéctico con un enfoque más bien adoctrinador. En algún momento se arrogan los filósofos un papel de críticos de los poderes fácticos y de las tendencias culturales, pero no deja de ser una arrogación algo arrogante, pues no poseen la exclusiva del pensamiento crítico. En todo caso, la tarea más apropiada de alguien que practica la filosofía es llegar a ser una persona que reflexiona con rigor y profundidad, con sentido crítico, cuidadoso y creativo, sobre las tendencias sociales, culturales, económicas, políticas… que están presentes en nuestras sociedades. Pero eso exige una opción personal, una actitud, que no está garantizada por el hecho de tener un título de filosofía.
Dada la indignidad de la pobreza y marginalidad, que asolan a tantas personas a lo largo y ancho del mundo, ¿No cree que el anclaje simbólico de seguir considerándolos con las mismas responsabilidades y exigencias (políticas) de quiénes nada les falta o todo les sobra, se constituye en un ariete profundamente antidemocrático y con ello en el deshilachamiento de reconstituir el lazo social?
La pobreza es una realidad muy dura, una auténtica situación negativa para las personas que la padecen. La marginalidad suele acompañar a la pobreza, pero puede darse en contextos que no son en absoluto pobres; eso les pasa a minorías sociales que por su condición étnica, religiosa, sexual o física son frecuentemente marginados por la sociedad, lo que también tiene negativas consecuencias personales.
El PNUD ha elaborado el Índice de Pobreza Multidimensional – Global (IPM Global) que intenta recoger las múltiples carencias a las que tiene que hacer frente las personas pobres al mismo tiempo en áreas como educación, salud, alimentación, vivienda…, y otras más. No creo que ese anclaje simbólico del que habla la pregunta sea un problema real para las personas que padecen la pobreza. Más bien, su problema es que tienen dificultades para ejercer como personas adultas responsables de sus actos, capaces de expresar sus deseos. No tanto porque no puedan, sino porque la propia sociedad no les escucha y tampoco les mira: son personas pobres en un sentido radical y no se potencia que realmente participen en la vida política expresando sus deseos y sus derechos. Un ejemplo claro es el nivel de abstención en las elecciones políticas que es muy superior. Ocurre en muchos países de Europa, como lo muestra un interesante estudio sobre desigualdad política y participación. Las personas pobres son realmente ninguneadas, siguiendo plenamente validas las palabras de Galeano: «Los nadies : los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies : los ningunos, los ninguneados, corriendo la Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos».
Esa situación es la que resulta profundamente antidemocrática. Desgraciadamente, en este ciclo de incremento serio de la desigualdad en riqueza económica y en poder, la situación se va agravando y la democracia, en especial la social y de derecho, va perdiendo vigencia lo que sin duda perjudicará a los nadies, «Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica Roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata».
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