"La filosofía debe liberarse de sí misma".
¿Es posible pensar desde la singularidad del uno, sea la conciencia, el yo, el cuerpo, los agenciamientos de la partícula elemental o lo que fuere, dada la interacción obligada a la que estamos impelidos, condicionado, sujetos y hasta condenados en lo múltiple o las multiplicidades?
Quizás, el más grave error del “pensamiento occidental” fue haber “saltado del mito al logos" sin realizar el proceso, dialécticamente, necesario. Desechando por completo la concepción multiforme e indeterminado del cosmos (caótico-armónico) que el mito expone [exponere: poner a la vista] a través de las alegorías. El paso más adecuado hubiera sido pasar del mito al ethos, del ethos al logos. De esa forma pudiera sintetizarse, armónicamente, una episteme-ontológica más mensurada y menos absolutizada; sustentada siempre en la ética.
Si no nos proponemos volver a la sapiencia originaria, no sé si podríamos lograr liberar, primeramente, a la filosofía de su propia cadena. Para, posteriormente, iniciar una cruzada [aunque no sea el término más adecuado] hacia la des-absolutización definitiva del pensamiento, ahogado dentro de la uniformidad.
La singularidad no es otra cosa que la diferencia. El quehacer filosófico no sólo debería consistir en pensar diferente, sino pensar la diferencia desde la diferencia.
Esa superación de las estructuras metafísicas históricas debe incluir, más que nada, la originalidad de cada persona como libertad singular-absoluta. Un individuo-social, autónomo e independiente; lanzado en una misma bolsa entre la multiplicidad de lo mismo, pero como nueva apertura que surge en el acontecer del ser (en el espacio-tiempo).
El ser humano puede llevar esa disposición o condición a una dimensión totalmente trascendente, es decir, proyectarla. Es el único ser capaz de crearse en su singularidad y con los demás. Los otros humanos son sus semejantes, no sus iguales.
El hombre, en cuanto sujeto-proyecto, es capaz de ir perfeccionándose y realizándose dentro y en una comunidad. Sin embargo, jamás será identificable con otro, cada persona humana es totalmente otra, novedad pura, no queda aprisionada en la totalidad. Novedad pura, no es lo mismo que soledad pura (solipsismo), sino que, más que todo, una novedad (ser) que se encuentra con otros , o un ser novedoso para el encuentro. Esa relación con los otros, como diría Buber, es el hecho fundamental de nuestra existencia.
Cada ser humano es un nombre con rostro (homo nomine), un individuo personal, libre y con voluntad, capaz de trascender la naturaleza biológica (en tanto materia), llegando a ser un ser singular-bio-espiritual.
¿Cómo cree que es, que debiera ser y que le gustaría que fuera el vínculo entre filosofía y política?
Detrás de cada teoría y praxis política siempre se asoma un discurso filosófico. Sin pretender negar las bondades, inexorablemente, debemos recordar que todos los males, los sometimientos y explotaciones del hombre por el hombre, inclusive las invasiones, los genocidios, aniquilaciones estaban y están “justificados" (injustamente) por algún pensamiento absolutizado.
En algún momento, el hombre privó al ser de lo múltiple a través de la homogeneización. Esa negación o anulación de lo otro o lo diferente, consecuentemente, condujo al desprecio absoluto de lo ‘distinto' (nominados como bárbaros, homúnculos, impuros, terroristas, retrógrados, etc.), por no reconocer la similitudes o semejanzas.
Constantemente repito que, uno de los mayores desafíos para la filosofía es la liberación de sí misma, de esa absolutización totalizadora. Proyectarse fuera del ámbito disciplinario, dejar de ser una erudición cheta, intentar ser verdaderamente genuina. Martillar sus propias cadenas y fijar su mirada hacia el horizonte desde el dolor humano.
Destruir sus propios argumentos, discursos y afirmaciones desde la “escucha” (escuchar las voces suplicantes de las víctimas). Reencontrarse con su originalidad perdida, volverse al hombre de carne y hueso.
Ese pensar o despliegue filosófico debe partir de algo concreto, de la vida (principio material, singularidad genuina y abierta) e ir en busca, también, de la bondad y la justicia y no sólo del conocimiento, siempre con el afán y la aspiración de producir una sacudida vocacional, ser una llamada.
Un pensamiento filosófico que no se inmiscuya , políticamente, en los asuntos humanos, por defecto, es un pensamiento frívolo, carente de sentido. Toda teoría filosófica debería culminar en una teoría política. Parafraseando a Marx, ratifico que, los filósofos no sólo deberían interpretar los diversos modos del mundo, sino comprometerse en su transformación. Ese compromiso debe materializarse a través de la política.
Dada la indignidad de la pobreza y marginalidad, que asolan a tantas personas a lo largo y ancho del mundo, ¿No cree qué el anclaje simbólico de seguir considerándolos con las mismas responsabilidades y exigencias (políticas) de quiénes nada les falta o todo les sobra, se constituye en un ariete profundamente antidemocrático y con ello en el deshilachamiento de reconstituir el lazo social?
Antes que nada, debo mencionar que nuestro [im]propio pensamiento está colonizado. Entre otras cosas, eso nos lleva, acríticamente, a creer que el sistema o forma de gobierno democrático es el “mejor posible”; esa fe ciega deriva de un craso error mental o miopía intelectiva. Las contradicciones teoréticas, retóricas y prácticas democráticas son más que evidentes.
Más allá del sustento teórico llamativo, decorado con fundamentos falaces y demagógicos, de hecho, es un sistema dañino, injusto, y viciado; pues no afirma totalmente la vida, de alguna forma, atenta contra ella.
A lo que , ingenuamente, llamamos democracia, no es otra cosa que la opresión y la dominación histórica mantenida del hombre contra el hombre de una manera sutil, una bella forma de encubrir la ferocidad.
Para tal encubrimiento, los dantescos tiranos e, inclusive, los pseudo-dictadores, se valen de los poderes fácticos y medios masivos de comunicación; normalmente, secundados por “grandes intelectuales”, que acaramelados por las ideas fantasiosas, o por delirios intelectivos o, simplemente, por conveniencia personal, peroran a gritos las falacias más ridículas.
La finalidad última del sistema actual apunta a sólo satisfacer los intereses y las necesidades , exclusivamente, de una minoría absolutizada. Su fundamento discursivo se erige sobre principios abstractos, contradictorios y absurdos. Sus mecanismos y propuestas procedimentales son absolutamente inaplicables e incoherentes, por ende, en su perversidad sólo conducen y conducirán a una situación injusta y caótica (atentado contra la vida).
Al pueblo o a la horda (como diría, González Cabañas), democráticamente, se lo manipula o mangonea para legitimar (in ficta) el poder fáctico de una minoría siempre privilegiada. Reduciéndose la forma gubernativa, a posteriori, a una oligarquía o ‘plutoclocracia’.
La democracia liberal o moderna aparte de sostener la política desde un pensamiento absolutizado, también ha subalternado la política a la economía. En otras palabras, las economías mundiales esclavizan a la política; la usan como sirvienta para sus fines lucrativos.
Pues, la economía inmoral (desapegada de la ética) a través de la pseudo-política expulsa a la inmensa mayoría hacia la nada, la pobreza extrema (la muerte, no vida). Como resultante, unos pocos viven en la opulencia y el derroche, mientras que, millones sobreviven luchando contra la desnutrición, la enfermedad, la inseguridad, la ignorancia, etc.
Pongo dos ejemplos, y con esto termino. USA y Gran Bretaña, dos imperios que se autoproclaman (y así los proclaman los intelectuales chetos) los estandartes, cunas y materializaciones de la democracia liberal; paradójicamente, son los que más colonias siguen manteniendo bajo sus yugos, constantemente invaden otras naciones, sofocan con sanciones económicas, imponen el sistema democrático a otros países ¿la democracia, acaso, no debería ser democrática y libre, o debe ser una imposición?
Paraguay, un país democrático con tan solo 7 millones de habitantes, produce y exporta alimentos para 100 millones de personas. Si embargo, aproximadamente 400 mil individuos sobreviven en la extrema pobreza; es decir, no comen, pasan hambre y cientos de niño sufren de desnutrición. ¿Podemos considerar a la forma de gobierno que permite tal disparatado hecho como el ‘mejor sistema posible'?
La democracia, por un lado, hace que los países centralistas o desarrollados, mayormente, lleven la explotación, el genocidio, la esclavitud, la opresión etc. fuera de sus fronteras. Por otro lado, a que en los países del tercer y cuarto mundo, dichos males sean internos. Esa es la única diferencia entre democracias centralistas y democracias periféricas.
Si antes se arrasaba, asesinaba, esclavizaba u oprimía a miles de personas con la ‘Biblia en la mano’; ahora se hace con la ‘democracia en la boca’. La dogmatización del pensamiento absolutizado, consecuentemente, hace que en nombre de la democracia todo esté permitido: matar, encarcelar, invadir, esclavizar, cercenar las libertades, etc.
En síntesis, la democracia es uno de los peores males posibles o, en esencia, es el medio más adecuado para eternizar la opresión, la exclusión y la marginación. Hace posible a que la exclusión, el dominio, la explotación sean sutilmente mimetizados y bellamente ‘justificados' a través de discursos falaces.
La filosofía nos llama a pensar desde la ética, arraigada en la sapiencia originaria. E ir encontrando las fórmulas que, políticamente, sirvan para la reconstitución de los lazos sociales. Sobre todo, a ir desendiosando la teoría democrática.
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