3 de julio de 2022

La "payasocracia" Argentina o del caos cognitivo en donde navegan las democracias occidentales.

Podría constituirse en la prueba irrefutable de que para la democracia lo único que realmente importa es su propia semántica. Primero dado que en caso de ser etimológicamente gobierno de la plebe, del pueblo, de las mayorías, no sería necesario, ni mucho menos imprescindible cómo lo son para las democracias actuales, la representatividad y la participación. Segundo y más importante, el simbolismo, marcado a fuego, el totemismo que lo democrático, es la última playa en donde desembarca la razonabilidad humana se enfrenta de un tiempo a esta parte al síntoma del caos cognitivo en que cayó gran parte de la dirigencia política y gubernamental. Una suerte de epifenómeno, que demostraría que existe un avance cierto e indiscutible de lo técnico, de lo instrumental, de lo robotizado por sobre lo humano. La justificación de nuestras existencias errabundas, del arrojo sin ton ni son al que hemos sido sometidos, y que por no tolerar tal orfandad, creamos a partir de esta sublimación de lo negativo, el sentido, en política, la complementariedad, de que prevalecimos por sobre poderes dinásticos, eclesiásticos y militaristas. Somos derechos y humanos, porque nos decimos democráticos. Para el vulgo, la plebe, la horda, la felicidad de los cientos de me gusta en una red social, los emojis o corazones, a diestra y siniestra sin que representen algo más que eso mismo, una vana gloria que alienta la individuación de comportamientos erráticos y desapegados de una noción de lo común (uno bañándose, ganándole a un otro, mostrando lo que el otro no puede tener o alcanzar).

Tercero y úlitmo en la reverberación de la semántica (de aquí que en los últimos tiempos lo democrático se juega en los medios de comunicación (condicionados por los algoritmos de planillas que dicen cuántos están viendo lo que exhiben cómo sí eso significara todo o incluso algo) , porque sólo es un reflejo de una idea, de un concepto, cuya traducibilidad es un imposible) más allá de que seamos obligados, invitados, condicionados, a optar, nunca a elegir (sí así fuera deberían aceptarse las candidaturas más allá de lo partidocrático, o que el azar elija una cámara de representantes en donde todos tengan, realmente, las mismas posibilidades de ser electos) en un acuerdo tácito con la dirigencia que se nos ha instituido como el padre regulador, normativo, el amo disciplinante, nos prometen, consabidamente todo aquello que no nos van a cumplir, pero no lo peor, lo más significativo, o lo más evidente de ante quiénes estamos, es que no nos dicen, con quienes nos van a gobernar, bajo que parámetros, metodologías elegirán a sus equipos técnicos, a sus grupos de colaboradores, o como quieran llamar a sus asesores, colaboradores o quiénes sean que les ayuden en la tarea para lo que propusieron. La firma de tal cheque en blanco, para que a partir de la ratificatoria de mayoría, hagan y deshagan a sus respectivos antojos, se avala, se respalda, cuando, en la previa electoral, desarrollan todo tipo de promesas, para los diferentes segmentos en los que se divide una comunidad y arman y desarman, proyectos para cada compartimento, con la misma facilidad, que los niños construyen y destruyen castillos de arena.   

La politocracia, casta o clase dirigente desde hace décadas, utilizó a destajo, repetitivamente, el marco teórico de la partidocracia y del discernimiento ideológico entre izquierdas y derechas. Agotado en el mal uso, desustancializando esto mismo, se observa cómo en el caso Argentino (como muestra actual o reciente), un gobierno payasesco, utilizando en un sentido metafórico, el gran arte del clown en sentido peyorativo para contraponerlo a la seriedad, exigencia, responsabilidad y compromiso que exigiría el gobernar por mandato del pueblo o popular, cae en el desnorte, en el desconcierto que proporciona el caos cognitivo de no saber por dónde renovar la confianza ante sus gobernados o hacerlos desear y con ello dotar un sentido al espectro público o de lo común. 

Les debería dar vergüenza o ser enjuiciados por mala praxis política. No poder resolver lo mínimo que es lo fundamental (sostener la credibilidad) habiendo hecho camino o campaña electoral mostrándose como si fuesen hijos dilectos, de amos celestiales, que a ojo de buen cubero, solucionarían por inspiración mística, todos y cada uno de los problemas que se les puede presentar a una comunidad dada. Este abuso de los tipos de liderazgo weberianos, se exacerba ante el carismático, que es hiperbolizado por una maquinaria pseudo profesional de consultores y marketineros, que a cada situación social o política, le encuentran su definición para Twitter. En ciento cuarenta caracteres el hambre de un niño, la falta de trabajo de un adulto, o las posibilidades de producción mediante un me gusta en Facebook o una foto en Instagram se resuelven, fatídicamente, claro está.   “Cuando Lacan en Vincennes habla de producir vergüenza no propone generar culpa ni fijar al sujeto a significantes amo; se trata, por el contrario, de que cada uno se anoticie del goce que está implicado en el uso que hace de los significantes que privilegia en su existencia. Es en esos significantes donde el sujeto encontrará su verdadera nobleza”. (Ortiz Zavalla, G. “Malestares actuales”. Aperiódico Psicoanalítico. Número 29).

El goce que deberíamos propiciar, es el de que podamos elegir, no al intendente, al jefe comunal, al alcalde, al gobernador, al presidente, al primer ministro, o la definición semántica que posea el político, ofrecido a ser ratificado por la mayoría. Esto es el engaño, desde donde nacen truncas nuestras esperanzas de una democracia que tenga que ver, con que los asuntos del estado se entrecrucen con las cuestiones que nos suceden. Estas personas, los candidatos, ya están elegidos, y no debemos dar importancia que así sea. Claro que tampoco tenemos que creer que las elegimos, como algunos nos pretenden seguir haciendo creer, como si además esto fuese positivo. Ya lo deberíamos saber, y de allí que tendrían que tener vergüenza y nosotros hacérselas sentir. No pueden gobernar para repartir objetos, o para implementar programas preestablecidos. 

Lo establece muy acertadamente el siguiente autor Panameño, a quién citamos para quitarnos el eje de monopolizadores de la palabra, y como muestra de que en cualquier parte del globo (el democrático occidental) nos sucede lo mismo: “A los y las gobernantes que les hemos delegado la gobernanza, son los que nos representan en los diferentes espacios públicos: nacionales e internacionales. En las últimas décadas hemos presenciado cómo ni tan siquiera nos pueden representar dignamente. El problema va más allá del moralismo de denunciar el buen o mal comportamiento de determinados funcionarios y funcionarias. El problema está en que nuestra “clase política” entró en una crisis irreversible de legitimidad y ahora le suma el caos cognitivo y el desconcierto que no saben dónde están, ni para qué cómo tampoco hacia que lado correr o disparar. Aun así, en esas circunstancias, un alto porcentaje del populus, en particular al grupo más alienado, quiere ser como esa “clase política”, que está compuesta por varios sectores muy heterogéneos, por un lado lo que voy a llamar la “lumpenyeyesada” que es un elemento importante de esa “clase política” que no tienen cultura ni conciencia política, pero son un ejemplo fetichizado para amplios sectores del populus, así por muy banal que sea su gestión, tendrán un espacio en la “clase política”, a razón de que tienen un arrastre electoral alto, además tienen puestos públicos de relevancia por las mismas razones. Otro sector de ésta “clase política” son lo que Marcos Roitman llamaría “operadores sistémicos,” son aquellos que no necesariamente son un ejemplo fetichizado, pero que en buen panameño resuelven, habitualmente son los que usan el clientelismo como elemento cohesionador; son flexibles: por eso cambian de partido fácilmente o de estatus de independientes a partidarios en un abrir y cerrar de ojos, pero además, y más importante, son funcionales a los intereses de la élite dirigente plutocrática, siempre y cuando estén garantizados sus intereses. Por lo tanto, se requiere – y quizás por las fuerzas de las circunstancias acontezca – el surgimiento de nuevos líderes y lideresas políticas honestas, y un pueblo empoderado capaz de participar políticamente, que se enganchen con sus necesidades objetivas y materiales, en un medio en donde nuestra “clase política” cava su propia tumba. (Rodríguez Reyes, A. Debacle de la clase política Panameña).

Podrían ser absueltos de culpa y cargo, en caso de ser buenos o verdaderos payasos. Pero estos hombres, mujeres y de la manera que se deseen reconocer, no nos hacen reír, ni reflexionar mediante la humorada. Nos hacen daño, se hacen daño a ellos mismos, lo sabemos hace tiempo, lo intuíamos y a diario se manifiesta en forma explícita, pornográfica y dolorosa este grave perjuicio.
 
Es necesario que alumbremos, no solamente nuevos actores, sino sobre todo, nuevas formas, o guiones y composiciones reformuladas que nos hagan nuevamente desear la relación con los otros, mediante la confianza necesaria e indispensable que venza a la incertidumbre que genera pánico, terror o miedo. 

Por Francisco Tomás González Cabañas. 


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