2 de julio de 2022

"Puede haber otra forma de hacer política: la revolucionaria".

En el ciclo de entrevistas "tres preguntas a filosofers" respondió Marcelo Colussi. Estudió Psicología y Filosofía en Rosario (Argentina). Vivió y trabajó en varios países latinoamericanos: Nicaragua, El Salvador, Venezuela, siempre en el ámbito de programas sociales y derechos humanos, y desde hace más de 20 años radica en Guatemala. Es psicoanalista, investigador social y catedrático universitario.

¿Es posible pensar desde la singularidad del uno, sea la conciencia, el yo, el cuerpo, los agenciamientos de la partícula elemental o lo que fuere, dada la interacción obligada a la que estamos impelidos, condicionado, sujetos y hasta condenados en lo múltiple o las multiplicidades? 

El uno, o tal como ustedes mencionan: la conciencia, el yo, el cuerpo, los agenciamientos de la partícula elemental o lo que fuere, no puede concebirse sino en relación con el otro. Rompiendo la tradición aristotélico-tomista, el pensamiento moderno -dado básicamente por las ciencias sociales, por el materialismo histórico, por el psicoanálisis- ha hecho evidente que no puede existir nada cerrado en sí mismo como unidad esencial. Somos lo que somos: política, social, económica, cultural, sexualmente, porque hay otro que nos constituye. Hay siempre, indefectiblemente, una historia que nos marca. 

¿Cómo cree que es, que debiera ser y que le gustaría que fuera el vínculo entre filosofía y política? ​

En la actualidad la actividad política que podríamos decir "tradicional", la de los políticos a tiempo completo, los políticos "profesionales", goza, cada vez más, de una autonomía creciente. Está desvinculada del discurso científico (la política es el arte de embaucar, de engañar), y mucho más del discurso filosófico. Quizá no hay otra alternativa, porque si la política ésta intenta mantener las cosas sin cambio alguno, está totalmente alejada de la búsqueda de verdades. Es un truco de pirotecnia verbal. Pero puede haber otra forma de hacer política: la revolucionaria, que guarda una estrecha relación con una visión más totalizante de las cosas, más crítica y analítica, por tanto más filosófica.

Dada la indignidad de la pobreza y marginalidad, que asolan a tantas personas a lo largo y ancho del mundo, ¿No cree qué el anclaje simbólico de seguir considerándolos con las mismas responsabilidades y exigencias (políticas) de quiénes nada les falta o todo les sobra, se constituye en un ariete profundamente antidemocrático y con ello en el deshilachamiento de reconstituir el lazo social? 

Las irritantes diferencias socioeconómicas que pueblan el mundo son siempre, sin atenuantes, un factor de discordia, de malestar. Paraíso no podrá haber nunca (el único paraíso es el perdido), pero sí puede haber una sociedad global más equilibrada. Hoy no parece que la filosofía pueda contribuir mucho a esa búsqueda.

 

 

 


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