8 de mayo de 2022

¿Los límites del lenguaje son los límites de lo que hay?

Por Ana de Lacalle En la filosofía actual existe una tendencia a la desconstrucción sistemática. Lo cual en sí mismo no es pernicioso si concebimos esta tarea como la acción de des-montar peldaño a peldaño, los eslabones de una cadena conceptual que nos permita entender la voluntad y el fin con el que determinado constructo ha sido impuesto culturalmente.

Ahora bien, el afán de deconstruir sin buscar alternativas para el decir humano, que incluya la diversidad de formas de ser que hay, acaba resultando una falacia, ya que inexorablemente sustituimos unas categorías por otras que nos resultan más adecuadas en este dinamismo de lo humano que difícilmente se deja atrapar lingüísticamente.

No obstante, a pesar de la enorme dificultad que supone el lenguaje para manifestar aquello que parece inefable, sin nombrarlo, aunque sea como aproximación, no podemos ni pensar ni dialogar sobre nada.

Intentado ser más clara, pensamiento y lenguaje son intrínsicamente una dualidad nada antagónica, sino aspectos diferenciados, a veces con dificultad, de una misma potencialidad humana. La incursión en lo fáctico y dado para reconvertirlo, transformarlo y experimentarlo de formas alternativas pasa necesariamente por la categorización o conceptualización, puede ser de lo óntico o de las relaciones e interacciones, pero hay sin duda una delimitación lingüística de lo que estamos hablando en cada momento, contexto o lugar.

Es cierto que el uso de categorías más laxas, por ende, menos acotadas y excluyentes nos producen la sensación de haber superado esa crítica que Nietzsche realizó de la tradición occidental sobre la conceptualización del mundo, en lugar del uso de metáforas -más ricas y amplias en su contenido. Pero mirémoslo desde otra perspectiva: si el propósito es la comprensión del mundo, tal y como nos enseñó Kant, usemos el lenguaje que usemos, no podemos huir de conceptualizar, agrupar lo semejante y, por consiguiente, reconocer la existencia de lo otro que resta excluido, pero que sin embargo precisamos de nuevos conceptos que insistiendo en su particularidad o diferencia retome una cierta agrupación de lo que hay.

En determinados contextos, el uso de juegos metafóricos puede ser más ilustrativo e intuitivo, y podemos regocijarnos en el desprecio de lo conceptual -aunque sería discutible si una metáfora no es más que una combinación creativa y original, nuevamente de conceptos-. No podemos negar que lo poético, lo plástico y en general lo artístico son formas de comprensión del mundo que pueden funcionar como conocimientos.

No obstante, la filosofía, por ejemplo, difícilmente puede analizar, desmenuzar e idear formas nuevas de comprender el mundo sin la estructura lógica que opera mediante conceptos, enunciados y a partir de los cuales podemos argumentar y dialogar; contraponer visiones del mundo para lograr comunidades suficientemente tolerantes que no impidan que cada individuo tenga su lugar dentro del conjunto. Una ubicación de la que se apropia y desapropia en ese fluctuar que es su siendo.

Liquidar los conceptos o eliminar algunos del lenguaje ¿implica eliminar aquello a lo que apuntan fenoménicamente? Sin duda tenemos la capacidad de modificar el lenguaje para ocultar, negar lo que hay; pero sigue habiéndolo, porque el mundo es nuestra interpretación de lo que hay, pero nada podemos pretender sin arrogancia respecto de aquello que ajeno a nosotros no depende de nuestra voluntad, ni está a nuestro alcance.

Este intento puede volvernos tuertos, y habitar nuestro mundo como si fuese lo único visible en el universo. Pero tal vez, siendo más humildes deberíamos asumir que nuestra deconstrucción y construcción de mundos no es más que un ejercicio del pensamiento basado en la experiencia, y creer que a esto podemos denominarlo objetividad en su sentido epistemológico, es un endiosamiento digno de filósofos en decadencia.

FUENTE DE IMAGEN: https://www.straversa.com/2021/08/07/el-caracter-hibrido-y-mutable-de-los-cuerpos/

 


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