1 de mayo de 2022

Debate filosófico en torno a G.K. Chesterton

"Una novela de detectives describe por lo general a seis personas vivas que discuten sobre cómo pudo morir alguien. Un libro de filosofía moderno describe por lo general a seis muertos discutiendo cómo puede ser posible que alguien siga con vida", G.K.C., El detective divino

https://youtu.be/NRC7gdihVkg

https://youtu.be/-LTr606rERI

https://youtu.be/qjjsXXCTepY 

 


La primera parte de la exposición de Fuentes es palmariamente errónea para el más aficionado de los marxianos. En mil lugares de su obra Marx denuncia el anegamiento de la economía como único referente de las relaciones humanas, y lo hace precisamente como “crítica a la economía política” de los economistas ingleses en pos de una recuperación de los lazos de una comunidad pre-industrial, aunque servida por los beneficios de la industria, en la línea de Saint-Simon. Es decir, la industria al servicio de la comunidad y no al revés –en la obra del mismo nombre arriba entrecomillada y en la Crítica al programa de Gotha, por ejemplo. Pero es que, además, y por si cupiera alguna duda, lo grita a los cuatro vientos en el pasaje más citado de la más leída y universal obra de Marx, el Manifiesto Comunista, en los siguientes claros e inequívocos términos: Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus «superiores naturales» las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel «pago al contado». Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta.


De manera que no hay interpretación economicista de la economía, sino que Fuentes repite al propio Marx con escandalosa ignorancia, y me sorprende que no le pille por ahí Carlos en el debate. Incluso la tesis de que el socialismo es el estado límite del capitalismo es, legendariamente, Marx de cabo a rabo. Presumo que Juan Bautista, que es un verdadero filósofo y no un filólogo (un poeta), ha confundido a Marx con el materialismo dialéctico de Lenin fabricado a partir de Engels -de hecho, hace referencias implícitas a El origen de la familia-, todo guisado en los años setenta por Louis Althusser. Qué curioso, tanto Juan Bautista como Carlos han bebido de la misma fuente y no buscan nada muy distinto: un Marx, sin embargo, que nunca ha dejado de estar allí...


En la apertura de la segunda parte de la argumentación de Fuentes, en cambio, hay que asentir a aquello de que sólo un profesor, y sólo un profesor de filosofía, y sólo un profesor de filosofía de la facultad, para más señas, puede olvidar la experiencia soviética del control total del Estado sobre los medios de producción, o sea, del estalinismo. Y estar con él también cuando añade que tal profesor esconde un alma bella -es un puro o un purista, dice- que habla (o más bien canta y loa) en nombre de la Idea o de la Razón, y, claro, la Idea o la Razón nunca pueden ser mancilladas por ninguna empiricidad concreta, aunque esta dure más de setenta años de historia documentada –naturalmente, Carlos siempre puede decir que lo impidió la política de bloques, o el culto a la personalidad, o lo que sea, pero no dice nada de ese estilo, sino que emplea otra vez su habitual recurso retórico del “y tú más” (al enemigo ideológico, no a Fuentes), lo cual, en mi opinión, no es más que echar balones fuera. La diferencia entre la pureza moral de Fernández Liria y la filosofía consecuente de Fuentes está, a mi parecer, en que el segundo guarda paradójicamente una reverente piedad hacia la historia concreta y los hombres reales que la protagonizaron o simplemente la agonizaron, algo que parecería faltarle al primero, y eso sí que sería netamente chestertoniano. Chesterton abogaba maravillosamente por el sentido común y las virtudes del hombre humilde, es cierto, pero no a costa de rechazar de plano todo episodio histórico en el que triunfase el orgullo satánico. Al contrario: era un gran lector de Historia, sobre todo de la de Inglaterra, claro, y ansiaba ante todo comprender, pues la bondad divina reside en comprender hasta el pecado, sin perjuicio de que existan pecados imperdonables (como en aquel viejo cuento de Nathaniel Hawthorne). Por lo demás, ambos contertulios siguen hasta ese momento coincidiendo.


La verdadera discrepancia acontece luego, cuando Fuentes se alinea entre los comunitaristas de hoy empleando unas metáforas muy heideggerianas, pero que se precaven del alemán por cuanto que quiere quedarse al otro lado de la brecha nihilista. Bien, deber ser por eso que mejor escoge ponerse roussoniano y nos habla de la belleza elaborada de la naturaleza, en contra de la corrupta civilización de la complejidad tecnológica y del sálvese quien pueda. También Carlos suele mostrase cariñoso con las sociedades primitivas, pero acepta la industria, la tecnología y la modernidad, y no veo como eso puede hacerle necesariamente nihilista. Al igual que Fuentes, cree en que la comunidad tiene cabida en el mundo futuro, y si para ello hubiera que destruir todas las invenciones de los dos últimos siglos como si nunca hubieran existido entonces el verdadero revolucionario es Fuentes. Porque socializar los medios de producción dando un paso adelante ya se ha hecho con no pocos muertos, pero dar dos pasos atrás y acabar con la infraestructura misma de la producción moderna requeriría de una violencia de proporciones cósmicas. Si Liria es el vindicador de la izquierda fracasada a su manera, según Fuentes, Fuentes debería ser como un verdadero y espeluznante jinete de apocalipsis para Liria.


A todo esto... ¿Porque el Domingo de la novela de Chesterton tiene ese nombre? Pues, efectivamente, y sin tanta complicación, porque el Bien sólo descansa al final de la semana, cuando toda la conspiración silenciosa de los buenos, que son la inmensa mayoría (todos los relatos del padre Brown vienen a demostrar que el mal es ocasional, ridículo o aparente), ha logrado conquistar la “Paz de Dios”, que es el otro calificativo que Chesterton aplica a Domingo. Dios descansa el séptimo día, no por simple restauración de fuerzas, sino porque el lunes, todo lunes, aguarda al mundo otra batalla que no por decidida de antemano es menos necesario pelearla cada semana. Gabriel Syme, el hombre que durante aquella fantástica semana fue jueves, estuvo en medio como el ídem de la ordalía que tampoco entonces se podía descuidar, y por ello viste como un caballero de la mesa redonda al término del libro. Todo nacido libre, todo ingenuus, debiera ser Syme alguna vez en su vida, aunque sólo fuera por un rato, para librar esa batalla, y porque están de ese lado hay un decidido humanismo en Liria, en Fuentes y en Chesterton que los unifica, más allá del rótulo que acierten a colocar a su creencias...


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