27 de marzo de 2022
Sí nos alcanza con los estereotipos del chamamecero, la comparsera y el mencho, para extasiarnos con el chamamé, el carnaval y el iberá, tal vez nos siga faltando el gran porcentaje de hijos y nietos, que se han ido, se van e irán, como los otros, invisibilizados, a los que no vemos o tapamos bajo la indignidad de la pobreza y la marginalidad.
A modo de mecanismos de defensa, la responsabilidad es de la política, para no quedar mal con el político, con el que paga a tal medio o que mediante alguna dádiva nos hizo una cuenta pagar. En ese gran significante difuso de la política, cuál talismán, están todos y nadie a la vez.
Irrumpe como excusa divina, la voluntad circunstancial, el voluntarismo cutre a decir español o pedorro para llamarlo en porteño.
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Chauvinismo mediático.
Cada vez sorprende menos que ciertos medios oficiales (es decir los que además de sostenerse merced a la pauta pública, orbitan en el inconsciente colectivo como la prensa o la comunicación) repliquen, afanosa y burdamente, como cliché el adagio fascista de “Un correntino se tiró un gas en casa rosada” o “Una correntina le cocinó mpaypú a Robertito Funes Ugarte”.
Debiera observarse críticamente esta disposición inercial de fortalecer una identidad, siempre en disputa entre Buenos Aires y Paraguay, entre algodones de tales polos referenciales desde los que nos cuesta asumir nuestras propias predilecciones como limitaciones en una definición más aproximada del tipo de pueblo que somos o deseamos ser.
Sí nos alcanza con los estereotipos del chamamecero, la comparsera y el mencho, para extasiarnos con el chamamé, el carnaval y el iberá, tal vez nos siga faltando el gran porcentaje de hijos y nietos, que se han ido, se van e irán, como los otros, invisibilizados, a los que no vemos o tapamos bajo la indignidad de la pobreza y la marginalidad.
A modo de mecanismos de defensa, la responsabilidad es de la política, para no quedar mal con el político, con el que paga a tal medio o que mediante alguna dádiva nos hizo una cuenta pagar. En ese gran significante difuso de la política, cuál talismán, están todos y nadie a la vez.
Irrumpe como excusa divina, la voluntad circunstancial, el voluntarismo cutre a decir español o pedorro para llamarlo en porteño.
Voluntarismo endiosado por las cadenas mediáticas que encierran el acto comunicativo. De tal religión, empiezan a surgir santos diáfanos que, sacrifican una noche de excesos de drogas y alcohol, para entrarle, tal vez, a una adicción peor. En las redes, que para muchos crédulos surgían como las tenazas para romper aquella opresión, desatan estos ídolos de pies de barro, el desparpajo de sus pretensiones yoicas y profundamente egocéntricas.
Arrodillados ante los mismos, libaremos, sí es que nos piden tal acto de contrición por no haber actuado a tiempo.
Necesitamos estas ruinosas posiciones de aplaudir, de endiosar, al primero que se nos pase por delante. Tal alegoría es la señal clara de nuestro actual estado de desesperación.
No lo hacemos por algo que sentimos verdaderamente, o por anticiparnos a lo que vendrá, que es en definitiva el ejercicio más puro y básico del poder que constituye y construye lo político.
Se descarta la preparación, la formación, la energía y disposición puesta delante o detrás de un objetivo.
Esta es la ecuación más nefasta y hostil que el aceleracionismo capitalista nos brinda como resultante.
Es la criminalidad misma que el propio sistema no puede reconocer ni tolerar. De lo contrario el consumo de todo tipo de estupefacientes estaría permitido y regulado.
Las leyes del mercado, el juego dócil de la oferta y la demanda, no puede traducir asertivamente el incremento exponencial de la coca surgida en la selva colombiana y convertida en polvo a consumir en un club en Londres.
Es el desmadre a decir mexicano que desnuda la victoria del caos sobre el orden, es la razón por la cuál en tal lugar violento, otros aún más como El Salvador, la salida sea tal fuga al centro mismo del averno, para al menos no morir en la periferia sino en ojo de la tormenta o del tormento.
Los edificios en los que descansa lo aparente, apenas sí pueden sostener tal condición fantasmática. La educación, convertida en un recinto en donde se depositan jóvenes para ser automatizados y robotizados a los efectos de que acumulen aprobaciones académicas que luego deberán transformar en créditos laborales y sistemas de seguridad y previsión.
Unidos, todos y todas, por la misma canción, transmitidas por las poleas de transmisión, esas que no se diferencian en nada, unas de otras, ni mucho menos por su finalidad y función.
Nos empalagan entonces con las burdas exaltaciones a los aspectos comunes, que todos sabemos que apenas son constructos culturales, para que dentro de una piscina de almíbar nos sea imposible nadar y por tanto respirar.
La política, esa de los políticos que nada tendrán para decir de estos temas que son los asuntos cruciales y verdaderamente políticos de una sociedad, ensordecerá con su mutismo, y exaltará incluso con alguna declaración, aquello del correntino o la correntina que encontró un logro personal e individual que repita, la redundante e inercial “bajada de línea” de vibrar alto y tener disposición a nunca salir del redil para que nos toque lo que nos tenga que tocar.
Ocluimos, aplastamos, oprimimos la posibilidad, de que la correntinidad, como cualquier otra expresión de sujetos que quieran, crean o deseen agenciarse desde lo común de aspectos a encontrar, trascienda el voluntarismo nihilista (el que descree de los valores del esfuerzo, de la capacitación, de la producción, y que encuentra en la fortuna del estar silente y obediente la expresión máxima de voluntad bien entendida) el individualismo soso y fofo, de hombres y mujeres que vamos al baño y que de tal acto ordinario lo pretendemos ensalzar como sí fuese una proeza de lo extraordinario.
Los medios apenas son un fin, esperemos que en el caso que nos atañe sólo sea producto de que no tienen nada que contar, narrar o reflejar, y que por ello caen en estas prácticas tan perjudiciales para el cuerpo social.
Posiblemente, tal vez estas líneas como otras, se vean ocultadas, negadas, tapadas y silenciadas, por tales medios, para evitar que pensemos en general y que tal práctica vaya uno a movilizar sabe uno que diantres, pero debiera permitirse la actitud crítica, de los intelectuales o de la intelectualidad, que es ni más ni menos de la posibilidad por sobre la realidad.
La del deseo bien entendido y que siempre es del otro (es decir no de uno en cuanto a individualidad) y que por tanto tiende hacia la conjunción y/o construcción de un nosotros.
Un nosotros que más allá de que tenga o no integrantes notables (e insistimos en el sesgo relativo de los aspectos resaltables para otorgar tal título de notabilidad) se pretende constituir como tal, sin perjuicio de estar más arriba o abajo de otras expresiones de lo universal.
Por Francisco Tomas González Cabañas.
Arrodillados ante los mismos, libaremos, sí es que nos piden tal acto de contrición por no haber actuado a tiempo.
Necesitamos estas ruinosas posiciones de aplaudir, de endiosar, al primero que se nos pase por delante. Tal alegoría es la señal clara de nuestro actual estado de desesperación.
No lo hacemos por algo que sentimos verdaderamente, o por anticiparnos a lo que vendrá, que es en definitiva el ejercicio más puro y básico del poder que constituye y construye lo político.
Se descarta la preparación, la formación, la energía y disposición puesta delante o detrás de un objetivo.
Esta es la ecuación más nefasta y hostil que el aceleracionismo capitalista nos brinda como resultante.
Es la criminalidad misma que el propio sistema no puede reconocer ni tolerar. De lo contrario el consumo de todo tipo de estupefacientes estaría permitido y regulado.
Las leyes del mercado, el juego dócil de la oferta y la demanda, no puede traducir asertivamente el incremento exponencial de la coca surgida en la selva colombiana y convertida en polvo a consumir en un club en Londres.
Es el desmadre a decir mexicano que desnuda la victoria del caos sobre el orden, es la razón por la cuál en tal lugar violento, otros aún más como El Salvador, la salida sea tal fuga al centro mismo del averno, para al menos no morir en la periferia sino en ojo de la tormenta o del tormento.
Los edificios en los que descansa lo aparente, apenas sí pueden sostener tal condición fantasmática. La educación, convertida en un recinto en donde se depositan jóvenes para ser automatizados y robotizados a los efectos de que acumulen aprobaciones académicas que luego deberán transformar en créditos laborales y sistemas de seguridad y previsión.
Unidos, todos y todas, por la misma canción, transmitidas por las poleas de transmisión, esas que no se diferencian en nada, unas de otras, ni mucho menos por su finalidad y función.
Nos empalagan entonces con las burdas exaltaciones a los aspectos comunes, que todos sabemos que apenas son constructos culturales, para que dentro de una piscina de almíbar nos sea imposible nadar y por tanto respirar.
La política, esa de los políticos que nada tendrán para decir de estos temas que son los asuntos cruciales y verdaderamente políticos de una sociedad, ensordecerá con su mutismo, y exaltará incluso con alguna declaración, aquello del correntino o la correntina que encontró un logro personal e individual que repita, la redundante e inercial “bajada de línea” de vibrar alto y tener disposición a nunca salir del redil para que nos toque lo que nos tenga que tocar.
Ocluimos, aplastamos, oprimimos la posibilidad, de que la correntinidad, como cualquier otra expresión de sujetos que quieran, crean o deseen agenciarse desde lo común de aspectos a encontrar, trascienda el voluntarismo nihilista (el que descree de los valores del esfuerzo, de la capacitación, de la producción, y que encuentra en la fortuna del estar silente y obediente la expresión máxima de voluntad bien entendida) el individualismo soso y fofo, de hombres y mujeres que vamos al baño y que de tal acto ordinario lo pretendemos ensalzar como sí fuese una proeza de lo extraordinario.
Los medios apenas son un fin, esperemos que en el caso que nos atañe sólo sea producto de que no tienen nada que contar, narrar o reflejar, y que por ello caen en estas prácticas tan perjudiciales para el cuerpo social.
Posiblemente, tal vez estas líneas como otras, se vean ocultadas, negadas, tapadas y silenciadas, por tales medios, para evitar que pensemos en general y que tal práctica vaya uno a movilizar sabe uno que diantres, pero debiera permitirse la actitud crítica, de los intelectuales o de la intelectualidad, que es ni más ni menos de la posibilidad por sobre la realidad.
La del deseo bien entendido y que siempre es del otro (es decir no de uno en cuanto a individualidad) y que por tanto tiende hacia la conjunción y/o construcción de un nosotros.
Un nosotros que más allá de que tenga o no integrantes notables (e insistimos en el sesgo relativo de los aspectos resaltables para otorgar tal título de notabilidad) se pretende constituir como tal, sin perjuicio de estar más arriba o abajo de otras expresiones de lo universal.
Por Francisco Tomas González Cabañas.
Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!