21 de febrero de 2022

El sujeto y el goce del Otro.

El siguiente es un artículo que habla acerca de la relación entre el goce, la pulsión, el sujeto y el Otro.
No cabe duda que uno de los conceptos más enigmáticos que existen en la teoría lacaniana es el del goce, ya que implica ciertas consideraciones que no son fácilmente accesibles y llegan a desconcertar rápidamente a cualquiera que quiere tratar de comprender de qué se habla cuando se habla del goce.

Si a esto lo unimos con otro concepto complicado de entender, me refiero al Otro, la dificultad se multiplica, especialmente porque el Otro es utilizado por Lacan de muchas maneras distintas, por lo que cada vez que leemos o escuchamos hablar de ese tan famoso Otro, tenemos que preguntarnos cómo tenemos que entenderlo, ya que en distintas oportunidades hace referencia a distintas connotaciones.

Entonces… ¿qué significa hablar del goce del Otro?

Es así como muchas veces nos ocurre que los pacientes se definen a sí mismos de tal o cual manera, dicen de ellos mismos que son tal cosa o que son tal otra; me refiero a esas descripciones que hacen de sí mismos en las cuales no están cómodamente ubicados, no hablo de situaciones en las que pueden encontrarse a gusto y que les permiten avanzar en sus proyectos, sino todo lo contrario, ya que son ubicaciones que los torturan de una u otra manera y sienten que, aunque se repitan miles de veces, no pueden cambiarlas por su cuenta ni descubrir por qué se producen.

Así, un paciente puede decir de sí mismo que es una mala persona, un abusador, un degenerado o un montón de cosas por el estilo, y muchas veces el analista se sorprende porque la descripción que escucha no coincide en lo más mínimo con la imagen del sujeto que va formándose con el correr del análisis.

Es ahí donde un analista se pregunta “¿de dónde viene esta imagen fantasmática que el paciente tiene de sí mismo?”

Esta pregunta aparece si el analista está posicionado en un lugar del no-saber, único lugar del que pueden surgir las preguntas, ya que si por el contrario, el analista está ubicado en el lugar del saber, posición de la cual todo analista debe escapar, no hará ninguna pregunta, sino que pasará a explicarle al paciente que en realidad él no es eso que dice ser y así impedirá que la subjetividad del paciente aparezca en análisis, como ocurrió en el caso del paciente de los “sesos frescos” de Kris, en el cual Kris no preguntó nada, sino que solamente se dedicó a convencer a su paciente de que no era plagiario.

El analista no sabe lo que le ocurre al paciente y por eso debe preguntar, pedir asociaciones, es decir invitar al sujeto a que se haga presente a la cita del análisis.

Es ahí cuando la escucha analítica entra en juego y muchas veces lo que emerge tiene que ver con la posición en la que el Otro ubicó al sujeto, en cualquiera de las formas en las que esto puede aparecer, ya sea según la lógica oral, anal, escópica o invocante.

Es que, si partimos de la pregunta por la castración del Otro, es decir que no se trata de un Otro completo al cual no le falta nada, sino que ese Otro está barrado, entonces el sujeto se ve llevado a preguntarse “¿qué desea el Otro?” y “¿de qué goza el Otro?”  y son estas preguntas las que llevan al sujeto a desear convertirse en un objeto que satisfaga ese deseo, ese goce, del Otro.

Por supuesto que el goce y el deseo no son lo mismo, pero en esta ocasión los tomo a ambos ubicados en el mismo plano porque ambos son muestras de que ese Otro no está completo, sino barrado; tanto el goce como el deseo sirven perfectamente para mostrar que el Otro no lo tiene todo, que algo le falta, ya que si no estuviera castrado no habría ningún lugar para que deseara algo, para que necesitara algún objeto para gozar y tampoco habría lugar para que demandara cosas. En ese caso, el sujeto no encontraría ningún hueco, ninguna hiancia, a la cual se viera impulsado a obturar y velar.

Es por eso que, en el grafo del deseo, cuando Lacan escribe el matema del significante de la falta del Otro, es decir S(Ⱥ), ubica a su izquierda, como viniendo desde afuera del grafo, la palabra “goce”, ya que el goce y la castración del Otro, representada por la escritura Ⱥ, están íntimamente relacionados.

Es ahí que, sin entrar en muchos detalles técnicos ni teóricos, el analista puede empezar a escuchar que esta posición del sujeto está relacionada con ese Otro que lo ubicó en ese lugar, dejándolo fijado a un objeto para que el Otro lo goce como quiera.

Es por eso que en tantas supervisiones se escucha que el goce del Otro es una de las primeras cosas que hay que cortar en un análisis, porque esa posición de objeto del goce del Otro es una de las cosas que más sufrimiento produce al sujeto y, al estar atrapado ahí, el sujeto no puede cortar por sus propios medios, ya que desconoce completamente de qué sufre.

Es así como muchos pacientes cuentan, por ejemplo, que se sienten unos inútiles, que no pueden resolver situaciones que describen como simples, que les falta iniciativa, que no tienen empuje y cosas parecidas. Muchas veces en estos análisis se encuentra que el Otro de ese paciente, sea que esté encarnado en la madre, el padre, o quien sea, desde siempre le destinó el lugar de incapaz, de una u otra forma, para poder ejercer sobre él, sobre nuestro paciente, el poder de ser la única persona, me refiero al Otro, que podía tomar decisiones, la única persona que sabía qué hacer y qué no hacer. Para que ese Otro pudiera poner en juego ese goce destinado a ser el único que sabe y puede, necesita que el sujeto ocupe un lugar de objeto incapaz, absolutamente dependiente del Otro, siempre tan lleno de dudas que tiene que ofrecer su impotencia para que el Otro responda con toda su potencia, es decir con todo su goce, sobre ese objeto inútil.

Esto responde a la lógica de lo oral, donde el Otro aparece como una boca enorme que devora al sujeto, lo asfixia, lo consume y lo agota, dejándolo vacío e impotente.

Quiero aclarar que esto no siempre funciona así, no es que cada vez que se presenta un paciente diciendo que hay cosas que no puede hacer, el analista ya sabe inmediatamente que ese sujeto es objeto del goce del Otro en su modalidad oral, solo quiero mostrar que hay un nexo lógico que funciona de la manera inversa, es decir: que si el Otro ubica al sujeto como un objeto a ser devorado y el sujeto responde a ese goce, no es sorprendente que aparezca en la sesión un sujeto con las energías “chupadas”, con las emociones “drenadas” y la potencia para tomar decisiones “devorada”.

En otras oportunidades hay pacientes que presentan la lógica del objeto anal, son pacientes que manifiestan que todos lo cagan, que es una de las formas que tenemos en Argentina de decir que te estafan, mienten, defraudan, etcétera; que todo es una mierda, que ellos no paran de mandarse cagadas o que todo lo que hacen les sale para el culo. En esta modalidad anal también se juega la posición fantasmática del sujeto, solo que adoptando otra de las caras que puede mostrar el objeto a, en este caso no se trataría de la cara oral, sino de la anal.

Nuevamente, este fantasma anal muestra la posición del sujeto frente a la castración del Otro, a la cual el fantasma busca obturar y velar. Es por eso que en el grafo del deseo el matema del fantasma, (S<>a), se encuentra inmediatamente debajo del de la castración del Otro, S(Ⱥ), ya que con el primero se busca ocultar el segundo.

Por su parte, el objeto escópico se expresa en imágenes, lo visual, y muchas veces tiene relación con que el paciente siente que no puede tener intimidad, que no puede escapar de la observación del Otro, ya que el Otro todo lo ve y lo descubre. Muchas teorías conspiracionistas en las cuales el sistema, gran representante del Otro, puede escuchar todo lo que uno dice, ver todo lo que uno hace, espiar sin límite, etcétera, responden a la lógica del objeto escópico. Es Dios representado como un ojo que todo lo ve.

Por último, el objeto invocante, que tiene que ver con la voz, es el que menos desarrolló Lacan, y se presenta muchas veces como esos mandatos superyoicos que obligan al sujeto a ser tal cosa, hacer tal cosa y vivir de tal manera, se trata de órdenes que el sujeto obedece sin siquiera saber que esas órdenes comandan su accionar, de manera que el sujeto actúa sin estar advertido de cuáles son las indicaciones que dirigen sus acciones. Estas manifestaciones del objeto invocante se pueden trabajar en un análisis hasta que el paciente pueda descubrir que cuando hace tal cosa es porque había un mandato operando o, como decimos los analistas habitualmente, “puede poner palabras a lo que antes solo actuaba, le introduce el significante a la acción compulsiva”. En ese momento el paciente puede preguntarse si eso es lo que quiere hacer o no, lo cual muestra que ante ese objeto que operaba velado, que es como opera el objeto a, el significante viene a combatir su efecto y permitir que aparezca el sujeto, el cual se encuentra solamente en el intervalo significante.

Es por eso que, recurro nuevamente al grafo del deseo, en la parte superior del primer piso del grafo hay un vector que va de izquierda a derecha y en su extremo izquierdo dice “significante” y en su extremo derecho dice “voz”, lo cual puede ser leído de la siguiente manera: cuando entra el significante se pierde el objeto pulsional “voz”.

En cada sujeto están presentes las cuatro modalidades del objeto a, solo que uno predomina sobre las otras, es en estas modalidades de presentación del objeto a que un analista debe investigar cómo se formó dicha posición fantasmática en relación al deseo del Otro y al goce del Otro.

 

Rodolfo Ariza

www.pensarelpsicoanalisis.com.ar

rodolfoariza.blogspot.com


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