21 de enero de 2022

De la vida reproductiva

Otra propuesta más de desaceleración, downshifting, decrecimiento, slow life, "vamos a llevarnos bien", o cómo se le quiera llamar, por Óscar Sánchez...

Está esa frase de Valéry -aguda como todas las suyas- que yo repito tanto para mí mismo: la vida es interesante por los extremos pero se conserva por el medio. ¿Y si tratamos de invertirla, visto que el Gran Juego mundial nos está arrinconando a una existencia de subsistencia perruna? La vida pasaría, así, a ser interesante por lo que la conserva, y menesterosa de los extremos. No otra cosa es, quizá, lo que hicieron civilizaciones estáticas como la China o el Japón históricos, hasta que llegamos como una gran lavadora a centrifugarles hacia un exterior que era ya nuestro previamente. Ellos, con sus kimonos, sus cerezos, su caligrafía, sus esterillas, su ceremonia del té, etc., centrados en sus artes domésticas un instante antes de que les hiciésemos saltar por los aires. No hace falta que dure milenios, ni que aceptemos en el ínterin una sumisión acrítica, sólo que busquemos los placeres idiotas de una vida reproductiva. Es reproductiva porque entiende que la cacareada Historia Universal ya no tiene nada mucho más que ofrecer, y le duele menos vivir de la rentas que alimentar tontas esperanzas. Y es reproductiva porque relega la originalidad que ha sido cultivada con fanatismo el último siglo y medio a una necesidad meramente interna. Quiero decir que se puede ser ininterrumpidamente original en la República Independiente de tu Cerebro, pero al servicio exclusivo del entorno inmediato.

 

Privatizemos también nosotros el espectáculo globlal que parece divertir y lucrar tanto a los agentes económicos. Los extremos son lo falso, en el sentido en que Deleuze hablaba de "la potencia de lo falso", no como algo opuesto radicalmente a lo verdadero, sino como lo que intensifica mediante tradición o invención el disfrute de las repeticiones. Y de cara a la totalidad social, lo imprescindible para su mantenimiento justo y ni un gesto más. De esta manera, se realizaría el sueño posmoderno del hombre-archipiélago: unidos únicamente por lo que nos separa, como el mar entre las islas...

 

Tales células domésticas no serían cerradas, ni unipersonales, ni se definirían por los conocidos patrones tradicionales. "¿Quieres ser de los míos, participar de nuestras rutinas y esparcimientos?", o "¿puedo sumarme a los tuyos en este punto, que me interesa mucho para mejorar mi salud (por ejemplo)?" -este tipo de preguntas, este tipo de gente... Costumbres y prácticas reproductibles, imitables, válidas para los que viven, no para los que codician. Una suerte de profundización del liberalismo clásico en lo concerniente a los derechos individuales (nada que ver con el atroz neoliberalismo actual) compatible, por qué no, con un socialismo en el uso público de los medios de producción (nada que ver, pues, con el viejo sovietismo). La vida como una continuidad biológica, la muerte como repuesto generacional, y la cultura como economía -etimológicamente hablando: las normas que rigen en lo propio, en el oikos, en el domus-, en vez de esa losa que nos han echado encima de interpretar la vida como deseo ilimitado, la muerte como frustración inevitable y la economía como forma única de cultura... El romántico Novalis incitaba, sin saberlo, a la locura capitalista con los siguientes términos: dar a lo corriente un sentido sublime, a lo cotidiano una apariencia misteriosa, a lo conocido la dignidad de lo desconocido, a lo finito un semblante infinito...

 

Así que démosle la vuelta también y imprimamos a lo sublime un sentido corriente, a lo misterioso una apariencia cotidiana, a lo desconocido la dignidad de lo conocido, y a lo infinito un semblante finito. Es una idea, o el principio de ella, o tal vez no más que una patochada "casual" (en el sentido de la ropa "casual"), pero es que andamos algo desesperados de ideas...

 

 

 

No sé ser triste en verdad

ni ser verdaderamente alegre.

Créanme: no sé ser.

¿Serán las almas sinceras

también así, sin saberlo?

 

¡Ah, ante la ficción del alma

y la mentira de la emoción,

con qué placer me da calma

ver una flor sin razón

florecer sin tener corazón!

 

Pero, en últimas, no hay diferencia.

Si florece la flor sin querer,

sin querer las personas piensan.

Lo que en ella es florecer

es, en nosotros, tener consciencia.

 

Luego, hasta nosotros como a ella,

cuando el Hado la hace pasar,

las patas de los dioses llegan

y unas y otras nos vienen a pisar.

 

Está bien, mientras no vengan

vamos a florecer o a pensar.

 

3-4-1931, Fernando Pessoa (traducción de Carlos Ciro)


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