12 de diciembre de 2021

Irlanda, tierra de borrachos geniales

Amor/odio a un país invivible pero imprescindible, por Juan Manuel Serrano.


Irlanda, Eyre, País celta, pagano, apegado a su naturaleza como a sus tradiciones, pero siempre acosado por religiones monoteístas y pueblos sanguinarios proveniente del Este.
Siempre me ha llamado la atención como un país de no más de 7 millones de habitantes, masacrado incesantemente por el Imperio Británico, ha podido dar tal cantidad de ínclitos escritores como deportistas.

Habiendo vivido allí durante tres años y participado de sus costumbres, puedo hacerme una idea del por qué.

El clima no acompaña para estar en la calle, y la vida se desarrolla en los acogedores pubs donde se encuentra todo una serie de personajes que se verán reflejados en los conocidos escritores del siglo XIX y XX.
La Guinness o Murphy, como sangre de cristo entregada para todos nosotros, las pintas como cáliz de una liturgia ancestral, chimeneas con el fuego purificador y llamada de hados/as (leprechaun), moquetas a modo de alfombras mágicas de aladinos y música celta como coros celestiales... todo aderezado con la posesión de la moral por la iglesia catolica y su represión sexual (pregunta obligada de los confesionarios "any impure touch my son"?: y su respuesta: "no, Father") y de pensamiento.
Así que surgieron a principios del s. XX escritores de la talla de James Joyce, que dio un giro de 180° a la escritura, pero no le quedaron muy lejos Beckett y sobre todo Flann O'Brien. Aunque anteriormente podríamos nombrar a Oscar Wilde, Yeats, Sterne, Swift o Stoker...

En fin,que algo tendrá el agua cuando la bendicen.

By the way! También sé que hay escritoras como Mary Keyes, Brendan O'Brien... pero no son tan relevantes (por si había alguno/a con cierta susceptibilidad).
Vale.

 

 

 

"Nos sentamos en Grogan con nuestros descoloridos abrigos en elegante desaliño, en unos sillones, tras la protección de la mampara. Yo di un chelín y dos peniques a un hombre cortés que nos trajo a cambio dos vasos de una cerveza negra, en la cuantía de una pinta imperial. Distribuí los vasos, a cada uno el suyo, y reflexioné sobre la solemnidad de aquel momento. Era la primera vez que tomaba cerveza. Innumerables personas con las que había conversado me habían expuesto que los licores espirituosos y los embriagantes en general alteraban adversamente los sentidos y el cuerpo, y que los que se hacían adictos a los estimulantes en su juventud eran desdichados luego a lo largo de sus vidas y encontraban la muerte al final en una caída de borracho, expirando de un modo ignominioso al pie de una escalera en un charco de sangre y de vómito. Un hermano lego ya anciano me había aconsejado las aguas tónicas indias como un específico incomparable para calmar la sed (…) El alcohol puede trastornar la mente, cavilaba yo, pero quizás ésta pueda quedar agradablemente trastornada”.

(Flann O’Brien, At Swim-Two-Birds, traducida como Nadar-dos-pájaros. Nórdica Libros)

 

 

 

 


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