La historia necesita perspectiva filosófica (Los casos Desiderio Sosa y Julio Romero).
Heródoto pese a haber escrito tanto y pudiendo conservarse en gran parte su producción en comparación a Sócrates, que no escribió nada, es solamente conocido en el ámbito restringido de los historiadores, obedece a la razón que la historia como narración mera de ciertos hechos desde una óptica, sin ser pensada o abordada desde una posición conceptual, deja testimonios parciales, apocados y acotados.
En la pretensión semántica de corresponderse con todo lo ocurrido, sí la historia o quién la pretende llevar a cabo como práctica oficiosa o profesional entre quiénes así la validan, no acude a las generalidades que por naturaleza dispone la dinámica filosófica, entonces pasa a ser historicismo.
«Lo que Nietzsche no ha cesado de criticar, es esa forma de historia que reintroduce el punto de vista suprahistórico: una historia que tendría por función recoger, en una totalidad bien cerrada sobre sí misma, la diversidad al fin reducida del tiempo; una historia que nos permitiría reconocernos en todo y dar a todos los desplazamientos pasados la forma de la reconciliación: una historia que lanzaría sobre lo que está detrás de ella, una mirada de fin de mundo» (Foucault, M., Nietzsche, la Genealogía, la Historia, Artes Gráficas Torsán, Valencia, 1988, p. 29).
Ni que hablar sí, históricamente se sigue presa, de aquellos paradigmas que sosteníamos como sujetos carentes de una visión más amplia o de lo que Voltaire estableció como “filosofía de la historia” es decir la metahistoria o la posibilidad al historiador de pensar en lo que narra, rescata y reproduce, no como un autómata sino como un intelectual en uso de sus facultades y de su posibilidad de ejercicio en cuanto tal en un momento dado.
Ya entendimos, también en el campo histórico que al analizar lo transcurrido no puede primar una sola perspectiva valorativa de los hechos.
“Entender la historia como un progreso continuo equivale a hacerse cómplice de los vencedores, lo cual impide ver bien a las víctimas de los conflictos del pasado” (Benjamin, W. «Über den Begriff der Geschichte», en W. B., Illuminationen. Ausgewählte Schriften, Fráncfort, 1977, 251-261; Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialektik der Aufklärung, Fráncfort, 1969).
Desde nuestro aquí y ahora, debemos tener en claro, que durante muchos siglos hemos sido pensados, narrados, historiados y “descubiertos”.
“La historia universal ya no significa el desfile triunfal de la civilización europea, sino la integración de las diversas culturas dentro de un sistema de cooperación nuevo. Así, los historiadores ven en la historia universal un enfoque legítimo y particular cuyo objeto son los nexos de acción que se extienden por espacios amplios” (Schulin, E. Universalgeschichte, Colonia, Kiepenheuer und Witsch, 1974; Jürgen Osterhammel, Geschichtswissenschaft jenseits des Nationalstaates, Gotinga, Vanden- hoeck und Ruprecht, 2001).
De tales espacios amplios, debemos remitirnos a nuestros aspectos más cotidianos y parroquiales, de lo contrario (en la sola generalidad y abstracción) estaríamos haciendo filosofía, y como lo expresamos desde el título en este caso planteamos una perspectiva filosófica de nuestra historia.
Celebrando el debate que se propició a través de un matutino local acerca de la figura del Coronel Desiderio Sosa no podíamos permanecer al margen del mismo en calidad de haber fundado el centro de estudios políticos y sociales que lleva el nombre de quién fuera entre tantas cosas gobernador de la provincia de Corrientes.
Años atrás, en Itatí, pensábamos en el nombre que le daríamos a un espacio que trabajaba en la redacción de contenidos políticos, como proyectos, iniciativas y discursos para la política local. Producto de la casualidad, nos encontrábamos en la calle Desiderio Sosa, y lo que sabíamos de su figura, fue ratificado luego por las lecturas a la que acudimos acerca de él. Como muy pocas personalidades correntinas, la adversidad desde su propio nacimiento hasta su muerte, no fueron óbice para que no dejara testimonio de su paso en estas tierras, de acuerdo a posiciones y determinaciones en no pocos casos singulares.
Sabíamos que detrás de tanto silenciamiento acerca de su figura, subyacían polémicas que podrían tener que ver con detalles puntuales acerca de las grandes figuras, que por sus herederos o fanáticos pretenden ser sólo objeto de estos y cercenados de la amplia dimensión que lograron alcanzar en el campo público.
Nos representaba cabalmente no porque lo que éramos, sino por lo que deseábamos ser, un centro de estudios que propiciara los debates, los cruces de ideas, los intercambios conceptuales en el campo político y social.
En el ámbito local donde la figura del intelectual sólo se corresponde con dos roles claramente establecidos; el de juglar chamamecero y el de historiador, sobran instituciones, programas y “dispositivos”, tales como congresos, encuentros, festivales, juntas que convalida lo afirmado.
Incluso más, a nivel nacional existen institutos históricos solventados por el erario público para Juan Perón, Juan Manuel de Rosas, Manuel Belgrano e Hipólito Irigoyen, creados por leyes nacionales y otros por decretos, por mencionar algunos. El Instituto de filosofía a nivel nacional sólo existe como proyecto de ley, presentado por este centro de estudios.
La mención normativa y de los hechos normados tiene que ver con lo difícil y desigual que significa y representa el pensar la historia desde una perspectiva filosófica o desde una filosofía de la historia.
Pero tal como lo vimos o leímos, lo debemos hacer, de lo contrario los hechos históricos sólo quedan como patrimonio exclusivo y excluyente de los herederos y de los que se dicen, creen o auto perciben especialistas de una historia como mera recopilación de datos, siempre parcial y automatizada.
Expresamos esto, dado que sí bien se puede señalar, como tantas cosas, que el Coronel Desiderio Sosa no accedió al gobierno por el voto (reemplazó al gobernador en su calidad de vice), tal como ocurrió con Andresito, a quién se le rinde pleitesía “popular y progresista” ¿por haber sido un entenado, originario de Artigas? Con monumentos, homenajes y toda una narrativa, el último gobernador de Corrientes, electo por el voto popular y despojado de tal tarea que el pueblo le encomendara por la violencia del golpe militar, Julio Romero, apenas sí es salvado del olvido, al que lo someten desde la historia oficial, la historicista y la que se considera opositora o contracultural.
No alcanza la historia entendida desde la recopilación acrítica de los hechos o la sola participación que pudieran tener herederos de los protagonistas para entender estas curiosidades, estos dilemas o estas aporías que debemos desentrañar como comunidad. En tales madejas anidan las conflictividades futuras, los aspectos estructurales que nos detienen como sociedad, o como la parte que a expensas de los que no comen, aún podemos pensar. No sigamos perdiendo el tiempo, sin ver ni mucho menos comprender ni nuestra, ni la historia, dotémosla de la dinámica intuitiva, emocional y racional del filosofar.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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