Resistencia filosófica.
“Proponemos una filosofía de la resistencia, inquisitiva, indiferente así se hace en las aulas o en la calle, a la intemperie. Una filosofía, en fin, sin recetas ni dietas intelectuales, construyéndose palmo a palmo, trabajosamente, sin concesiones. Filosofar así es vivir. Y vivir de esta forma es resistirse al sometimiento o a la exclusión con el mismo énfasis con que nos resistimos a la muerte”. Fracchia, E. “Apuntes para una Filosofía de la Resistencia”. Resistencia, F.M.G., 2001. p., 7).
Eduardo Fracchia, inicia su camino ensayístico en 1983 con “Sísifo, apuntes de un deicida”, una obra considera por críticos como Rolando Cánepa una suerte de manual ordenado, prolijamente presentado para la aceptación académica, añadiríamos, vista en perspectiva la vida y obra del autor, que salió de tal recinto de la seguridad del pensar, mediante su propuesta de los apuntes para una filosofía de la resistencia, poco antes de su muerte.
Sin embargo, tal vez el valor más caro, tenga que ver con las antipoesías de Fracchia, resaltando el derecho que nos asiste de pensar estética y conceptualmente, aún para comunidades sumidas en la sobrevivencia, podemos afirmar con la misma autoridad racional e intuitiva que elevó al Olimpo occidental a poetas Europeos de la talla de Hölderlin, Rilke, Baudelaire y Mallarmé, que así como Corrientes alumbró a Oscar Portela, el Chaco parió a Fracchia, en el norte argentino, patio trasero latinoamericano, desde donde uno de los tantos síntomas que caracterizan nuestra ruindad, es que tengamos que esperar que nos permitan filosofar o poetizar filosóficamente, desde esos lugares extraños y lejanos que antes que asimilarnos, buscan tutelarnos para enajenar nuestro derecho y posibilidad a pensar, a intuir, a ser desde nuestro lugar en nuestro aquí y ahora, hacia el resto y la extensa otredad.
Fracchia diagnosticó con precisión cartesiana (por lo general son una de las tantas virtudes que no se les reconoce a los filósofos o los teóricos que etimológicamente ven o miran antes de que acaezca el hecho) los tiempos actuales, dejando en sus apuntes lo que consideraba, a decir nuestro, la posibilidad de fuga:
“La arrogancia y desmesura científicas que violentaron esa ‘mismidad’ del hombre, ese ser íntimo y fugitivo de toda categorización racional, dieron pie para la proliferación de las filosofías de la desesperanza y de la nada, el fatalismo y la resignación, la obediencia y la entrega…Vivir en estos ‘aguantaderos’ filosóficos es admitir que ya no existen el sentido ni los valores, como si el sentido o los valores fuesen dádivas o premios llovidos de quién sabe qué cielo. El sentido de la vida y los valores que la acompañan son de nuestra exclusiva responsabilidad. No existen como tales. Debemos construirlos (...) De hecho, esta construcción exige dos condiciones básicas: abandonar los ‘aguantaderos’ filosóficos y mucho, mucho más que un solo hombre” (Ibídem. 16)
En una de las tantas formas de recordar su legado, pusieron su nombre a un instituto de educación superior en el Chaco, en la charla respectiva, el licenciado José Francisco Caravaca sentenció “Fracchia en sus Antipoesías, nos dice: Yo seré puente, o yo seré abismo, está desnudando no solamente su razonamiento, está desnudando su sentimiento más profundo. Porque realmente Fracchia lo que nos está diciendo es: Yo quiero ser puente, yo quiero pasar por la vida dejando algo… Un puente que tal vez no lleve mi nombre, y no importa, un puente que tal vez lo inauguren cien veces y no importa, pero un puente para que otros lo atraviesen evitando los obstáculos que yo tuve”.
Los puentes existieron antes de ser construidos, jamás fueron cerrados. La palabra antecede al hecho y al número, y en el caso de ser poética es filosófica, como de tanto en tanto, en los lugares más insospechados nos lo hacen ver sujetos como Eduardo Fracchia.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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