30 de septiembre de 2021

La pobreza no existe.

“Tómenme por lo que soy inequívocamente: letras colocadas unas al lado de otras, con esa disposición y esa forma que facilitan la lectura, aseguran el reconocimiento, y se abren incluso al escolar más balbuciente; no pretendo redondearme y luego estirarme para convertirme primero en la cazoleta y a continuación en la boquilla de una pipa: no soy nada más que las palabras que están leyendo.” (Foucault, M. “Esto no es una pipa”. Ensayo sobre Magritte. Anagrama. 1997. Barcelona. p., 38).

Cuando el pintor René Magritte, presentó la serie “la traición de las imágenes” inmortalizó la figura de la pipa, acompañado de la inscripción “esto no es una pipa”. 
El artista incluso se expresó tras la presentación “La famosa pipa. ¡Cómo la gente me reprochó por ello! Y sin embargo, ¿se podría rellenar? No, sólo es una representación, ¿no lo es? ¡Así que si hubiera escrito en el cuadro "Esto es una pipa", habría estado mintiendo!» (citado en Harry Torczyner, Magritte: Ideas and Images, p. 71).

La correspondencia entre las palabras y las cosas, estudiada con detenimiento por Foucault que tal como citamos escribió un ensayo sobre Magritte y otro con el título “las palabras y las cosas”, fundó una escuela de pensamiento, en donde continuadores suyos, como el caso de Agamben, retoman la posta, afirmando por ejemplo “No es verdad que la simple pronunciación del nombre Dios, de quid maius cogitari nequit, implica necesariamente la existencia de Dios. Pero existe un ser cuya simple nominación lingüística implica la existencia, y es el lenguaje [...] El lenguaje es lo que debe necesariamente presuponerse a sí mismo” (Agamben, G. “L’ idea del linguaggio”. La potenza del pensiero. Saggi e conferenze, Vicenza, Neri Pozza, 2005., 1984, 28). 

Los algoritmos en que hemos convertido al drama, desustancializado de dramatismo, de la pobreza y la marginalidad, es una estadística vana que alimentara el cementerio cotidiano de dispositivos de comunicación que apenas reflejan preocupaciones supuestas para tensar, tras bambalinas, por los intereses sectoriales y facciosos por los que friccionan entre los vínculos del poder. 

El problema del hambre, es conceptualmente un problema de los que no padecemos hambre. No se trata de ética, de moral, de religiosidad o de espiritualidad. Mucho menos de semántica. No lo resolveremos desde la organización social, creando el ministerio de “la comida”. Menos dejando de hablar, ocultándolo o declarándolo parte de un movimiento que esté a favor o en contra del “pobrismo” como bandera. No se trata de un fenómeno del que deba encargarse la ciencia política, la ciencia en general, sino que la excede, sobradamente. La cuestión del hambre, para quiénes no lo padecemos, es sencillamente, el pliegue desde donde lo humano cobra su sentido o su razón de ser. Todos aquellos que por uno u otro motivo, prescindan de difundir que debemos construir nuestros edificios institucionales, nuestras políticas públicas, desde el enfoque prioritario de que la mayor cantidad de personas, en el menor tiempo posible, puedan incorporarse al selecto grupo de los que con dignidad comemos todos los días, no son más que cómplices por acción u omisión, de una conformación de la realidad humana, totalmente alejada, ajena y por tanto enajenada de sí misma.

Estas ilusiones literarias, estos devaneos novelescos, por ser amables y condescendientes con quienes pueden pretender algún tipo de organización social, que solo tenga como norte, como horizonte el posibilitar que una casta, por sobre el gueto en donde quedan aislados como archipiélagos de excepción de lo humano, el resto de los que no participan de las posibilidades de extenderse en la propia dimensión de superar los límites impuestos, no debieran tener más excusas ni rodeos que dejar en claro, sus finalidades e intenciones.

¿Debe ser alimentado el estómago, famélico del carenciado, con la expectativa que mórbidamente le sobra al fenómeno democrático? ¿Debe volver a reunirse el criterio, ahora disperso, del espacio y el tiempo, para que ambos converjan en una humanidad que no repare en tan abismales, crecientes como inalterables y sempiternas, desigualdades entre pares, en lágrimas que se le enajenan a ciertos cuerpos que se mutilan por la inanición que terminan en las costas sobrantes de los que abotagados por tantos estímulos, pierden su humanidad y su razón de ser, empachados en el enfermizo atracón de lo que le sobra al ser, o lo que podría generar toda una definición metafísica en sí misma, como el ser sobrante?. ¿Debe la democracia, ser mejorada, mediante el voto, por intermedio de lo electoral, tal como se nos brinda, presenta y ofrece, desde una contemplación en donde el derecho a la opción es más prioritaria que el derecho a no morir de hambre, o que esos otros, que no hemos sido por casualidad, lo hagan a vistas de nuestras elecciones secundarias?.

La pobreza no existe para quiénes tienen prioridad para votar y ser votados. Es decir para todos o la gran mayoría. Desde el recupero de la democracia, nuestra única o gran preocupación es ganar una elección por la mayor ventaja posible en relación a los otros. Todo lo que no tenga que existir a los efectos de no desviar esta prioridad no existirá más que como una ficción literaria (una nota en un diario, en un portal o en redes y la virtualidad que recrea nuestros fantasmas) o la excentricidad de un artista en virtud de entender a éste en su singularidad, el que piensa, dice y hace, más allá de cómo se los domestica a los más o demás, para no pensar, agachar la cabeza y repetir, tras el botón de mando la consigna a seguir, que en este caso, será que la pobreza no existe, ni para los que gobernaron, gobiernan y gobernaran, en caso de que dejen de actuar a los únicos efectos de conseguir un triunfo electoral, tal vez podamos tener otra oportunidad de recobrar el sentido de lo humano. Incluyendo en esta condición los atributos de la razón, la sensibilidad y el amor al prójimo o la empatía como lazo social indispensable para la existencia de lo común que valide la individualidad de alcanzar el cenit de la libertad plasmada en su máxima expresión y posibilidad. 

Por Francisco Tomás González Cabañas.  


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