19 de febrero de 2021

Los turnos para la vacunación debieran ser sorteados.

La igualdad siempre es ante algo o con respecto a una determinada condición. En lo individual nuestra diversidad debe estar garantizada, en el dominio de lo público o en su construcción, pese a nuestras diferencias, el rol del estado o de quién imponga o disponga de las reglas de juego, debe propender a que, en el abanico de diversidades, todos o la mayoría, al menos, tengamos la sensación de que corramos con chances, iguales, semejantes o parecidas ante un aspecto que nos pueda beneficiar directamente.

En estas instancias pandémicas en donde las campañas de vacunación empiezan a masificarse, el orden de prioridad se fijó bajo los parámetros estadísticos y las recomendaciones de los profesionales de la salud. Los llamados grupos de esenciales y de riesgo, son a quiénes se les brinda mayor y prioritaria atención. Más allá de la consabida polémica que despertó y despierta, los que entran y no entre tales categorías (sobre todo la esencialidad para definir el grupo “políticos”), lo cierto es que a más edad y mayores complicaciones de salud (morbilidad) que se acarree, más chance se tendrá de enfermar gravemente o de fenecer. 
La vacunación actúa más allá de su efecto científico mismo. Es decir, oximoronicamente genera un efecto placebo. El sólo hecho de observar que la dinámica vacunatoria se encuentra en curso, para los aún no vacunados repercute cual mantra que apacigua ansiedades, curando. 
Las distintas administraciones gubernamentales, en relación a las dosis de vacunas que reciben, van organizando sus campañas de inoculación, siendo más específicos y rigurosos en cuanto a los parámetros para determinar la categoría de grupo de riesgo, estableciendo dentro del mismo subgrupos. Lo más habitual es una orden de preeminencia decreciente. Los mayores de 80 años con mayor prioridad, luego los de 70, hasta los de 65 años. Sin embargo, la otra variable, del estado de salud (que varía en cada individuo) con la que llega el adulto mayor, es tan importante como la edad que tenga. Esta combinación, destierra que las campañas de vacunación tengan un orden o una jerarquía matemática de acuerdo al número. Puede establecerse, como lo hacen por lo general, una edad límite que fija un universo de mayores de 65 años como la categoría de riesgo, sin que sea posible introducir subgrupos que brinden mayores especificidades y por ende prioridades. 
En este punto, es donde extrañamente los distintos gobiernos, no han usado hasta ahora el mecanismo más democrático, el único en su sentido lato, para garantizar a los integrantes de los grupos de riesgo que todos tengan la misma posibilidad de ser vacunados, sin que intervengan elementos discrecionales. 
Hablamos del sorteo o de la intervención directa del azar, que nos pone a todos en un mismo plano de igualdad por definición y sin especulaciones. 
 
Todos tenemos las mismas chances sí del uno al diez elegimos un número, no así, sí desde el gobierno nos piden que nos registremos en una página, por más oficial que fuere, para ser vacunados o que presentemos certificados o certificaciones de salud para demostrar o alegar mayor o menor morbilidad. 
La consabida sospecha de que el sistema informático cae, se suspende, o posee una carga previa por parte de los políticos que la organizan, siempre estará presente, salvo que se designen peritos informáticos del poder judicial ante un requerimiento que se haga en tal campo y sí se tomara este curso, la judicialización de la vacunación terminaría de convertir en apoteótico a los tiempos aciagos en los que vivimos. 
El uso del azar para definir asuntos públicos se registra desde los Griegos y tal vez antes, habiendo generado ellos el concepto de “demarquía” a los que no pocos autores, plantean en la actualidad para vigorizar o robustecer la representatividad que se nos propone de un tiempo a esta parte. 
En varios países de Europa la selección de ciudadanos para participar en foros, se va acelerando y fortaleciendo como elemento democrático. 
Nada sería más igualitario que los gobiernos propongan, como método para organizar las prioridades de vacunación dentro de los grupos de riesgo, sistemas de sorteo, claros y transparentes para enfrentar las consecuencias del virus. 
Lo indómito del destino, el desconocimiento de su secuencia, es muchas veces una construcción con eso desconocido que nos sucederá llamado azar.
La incertidumbre que nos propone una pandemia como la presente, podrá ser mitigada usando una formulación semejante. Una vez establecida la razón, para definir grupos esenciales y de riesgo, el segundo paso es no interceder a tiro de discrecionalidad para erigir grupos o sectas de privilegiados (familiares, amigos o adinerados con la posibilidad de compra de favor) ante el drama que a todos nos toca vivir.
Raro que los gobiernos, en su mayoría democráticos, no usen el único método democrático para definir concretamente que se tengan las mismas posibilidades en el mismo rango de tiempo. 
Sortear turnos de vacunación no tendría que ver con una tómbola o una rifa por ganar un par de medias, sería establecer la razón democrática en un contexto de sinrazón, desesperación e incertidumbre. 
De esta manera además de vacunar a los ciudadanos, estaríamos vacunando a la democracia, contra mucho de los males que la afectan hace tiempo, como los grupos o facciones que por estar circunstancialmente en el poder, se aprovechan de tal situación generando fracturas y cismas en la sociedad al fomentar engaños para perpetrar privilegios. 
 
Por Francisco Tomás González Cabañas. 

 


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