La Filosofía huera o la conciencia del decir vacío
Los únicos que pueden permitirse escribir sin referencias o citas son los que poseen ya un reconocimiento o estatus académico —sin duda muy trabajado—, respecto de los cuales ya he intentado explicar que no siempre inician o amplían la mirada de las cosas, sino que a menudo se recrean retóricamente en lo que citan.
Personalmente, es cierto que no adquiero una obra de un autor del que no tengo en absoluto referencias, ya que alguna vez me he sentido estafada —y no me cansaré de repetir que la última experiencia de este tipo la tuve hace años con el encumbrado pensador berlinés Byung-Chul Han, al adquirir su brevísimo ensayo “La sociedad del cansancio”— Pero también he aprendido a valorar, de entre las apuestas por autores nuevos, aquellos que se muestran como genuinos de los que no. Y, con el tiempo, he descubierto que la clave de la enjundia de lo que uno escribe no reside únicamente en su ilustrada mente, sino también, y no menos importante, la riqueza de la experiencia subjetiva que hay detrás de las grandes disertaciones. Es a mi juicio una evidencia más de que la filosofía se nutre en alto grado de la existencia misma: del dolor, del sufrimiento, de las caídas, de los logros, de las traiciones, de las decepciones y de la fortaleza para sobreponerse, distanciarse a modo de ejercicio de indagación, y extraer material que junto con lo reflexionado, bajo la tutela de grandes filósofos, nos permita desplegar, bajo la forma literaria que mayor expresividad confiera a lo que necesitamos decir, un trazo de filosofía de la existencia que hemos construido a base de bregarnos cada día, cada noche y cada nueva jornada.
Poseo plena conciencia de lo controvertido que puede resultar lo expuesto, pero a la vez de la convicción de que la teoría sin experiencia es como una forma hueca sin materia, como un decorado teatral que se desfonda con el roce de una mano inocente. Y esta perspectiva resulta de que aquellos filósofos que han generado un hondo eco persistente en mí han sido los que estaban apelando simultáneamente a mi raciocinio y mi existencia. Es cierto que puedo regocijarme con un ejercicio lógico-teórico como desafío intelectual, pero con la certeza de que no calará en mi interior a no ser que alguna suerte de artilugio conecte fulgurantemente con mis inquietudes más vitales.
Podría haber intercalado citas que proporcionaran un aire académico y más “filosófico” a lo formulado, desde los griegos a Mainländer, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Cioran... y otros muchos que seguramente omito o desconozco; sin embargo, me he inhibido para no caer en una flagrante contradicción.
Con tal de ilustrar lo que trato de exponer, me referiré, por ejemplo, a cómo alguien puede ahondar y profundizar en cuestiones como la soledad, el vacío existencial, el dolor o el sinsentido, sin que hayan constituido heridas lacradas en su alma en algún momento. Es como si un psicoanalista pretendiera analizar a otro sin haber destapado las sombras más siniestras de sí mismo. No vería nada, no se apercibiría de claroscuro alguno en el otro, y no podría operar más que con la teoría de los que quizás sí han recorrido el laberinto mental más tortuoso -lo cual no constituiría por tanto solo teoría-
En definitiva, este escrito aspira a reivindicar la filosofía que enraizada en la existencia humana que por mediocre, vulgar y tediosa nos vapulee y nos desafíe en la búsqueda de elementos relevantes que nos permitan comprender nuestra condición y nos inocule la necesidad de mostrarla, rebelarnos ante ella y cuestionar incluso la conveniencia de existir. En síntesis, ilustración y experiencia existencial constituyen un binomio inseparable para que las elucubraciones o constructos que den cuenta de nosotros mismos posean cierta verosimilitud.
Rosa
Muy lindo escrito.