6 de junio de 2020

La cuestión penal en distritos donde la “pobreza golpea fuerte”.

Las noticias policiales en nuestras aldeas, de tanto en tanto, palizas mediatizadas mediante, van apoderándose de una agenda pública, en donde la política entrará en suspenso o entre paréntesis hasta la elección venidera (y realidad post-pandemia) y el horizonte de la pobreza (la real que afecta al marginal y la espiritual y de razón que afecta al de la clase dirigente) como muestra de la desaparición del estado, al que aquellos que lo tienen presente, le exigen una híper-presencia, como penalizador y sancionador, ante los que no lo reconocen como ordenar o presente en sus vidas.

Ante el fenómeno se pueden tomar diversas posturas, la primera bifurcación que se nos presenta es si nos atenemos a  las consecuencias o analizamos sus causas; para dar un ejemplo de lo que referimos, tanto en el estado mexicano de Chiapas, como en los ochenta del Perú, se produjeron de manos de filósofos, el subcomandante Marcos y Abimael Guzmán, insurgencias violentas ante el orden establecido en un contexto específico determinado y tras peticiones expresas ante la ausencia del estado, sí uno infiere o concluye desde las consecuencias, podría afirmar necesariamente que allí donde exista un filósofo con inquietudes puede haber un revolucionario en potencia, sin embargo, además de falaz el razonamiento dejaría escapar las causas, de fenómenos sociales que necesariamente tienen explicaciones en un entramado más profundo que la nota de un diario o el comentario que se haga del mismo en una radio.

Sí somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.

Intentaremos desandar, la cuestión de fondo, acerca de ¿cómo deseamos que nuestra comunidad penalice a los que infligen  las reglas normadas en la misma pese a tener una clase política que no desanda el camino, o el sendero de bosque de transparentar sus cuentas y acciones?

Los argumentos para sustentar los diferentes proyectos que se elaboran para combatir el delito, por lo general contienen un fundamento sólido a nivel jurídico, análisis particulares de datos objetivos y numéricos y básicamente frases atiborradas de expresiones de deseo. Todos los proyectos que hablen de penalidad,  independientemente del sustento específico y práctico y de la problemática que intenta abarcar, por intermedio de sus fundamentos y de su aplicación pretende ubicarnos a todos los habitantes de nuestro suelo en nuestra respectiva posición, tanto a nivel social, es decir las finalidades, las aspiraciones y los temores de nuestra sociedad, o a decir de Carl Jung,  “ Del Inconsciente Colectivo”, o a decir de Hegel “Comunidad autoconciente” como también nuestro posicionamiento a nivel internacional, es decir nuestro rol en el contexto político mundial.

Introduciéndonos de lleno, existe como finalidad en sí misma que la penalidad, no sea un fin en sí mismo, sino que abogue por  regenerar conductas sociales, que otorguen la oportunidad de reinserción a los que infligieron la ley. La intención es dar cuenta de nuestro profundo espíritu como sociedad, que no castiga ni reprime, si no que pena con autoridad, pero a la vez educa y ofrece oportunidad. Cuando hablamos del espíritu social no situamos el concepto como una bonita frase literaria, debemos recordar a la cultura griega, y a sus cientos de magnánimos exponentes, como los expresados en el compendio de Werner Jaeger, intitulado la Paideia, “Lo que verdaderamente se trata de comprender, es el hecho de que las buenas leyes de por sí no son capaces de hacer mejores al estado ni a los ciudadanos. De otro modo sería muy fácil infundir con la letra de la ley el espíritu de un estado a todos los demás. Sin embargo, ya en Platón veíamos que se había abierto paso la conciencia de que las leyes como tales no sirven de nada si el espíritu, el ethos del estado no es bueno de por sí, pues el ethos individual de una sociedad es el que determina la educación de los ciudadanos, el que forma el carácter de cada uno a su imagen y semejanza”. Por tanto lo que observamos en este brillante pasaje es básicamente de infundir a la ciudad, o polis para los griegos, de un buen ethos o espíritu y no de dotarla de un mayor número de leyes especiales para cada campo de la vida. Son incluso más explícitos e incluso sorprendentes los testimonios de los grandes hombres griegos cuando se refieren a la falta de justicia y lo que ello provoca. “ Movidos por la avaricia, los caudillos del pueblo se enriquecen injustamente; no ahorran los bienes del estado ni los del templo ni guardan los venerables fundamentos de la justicia, que contempla silenciosa el pasado y el presente todo y acaba infaliblemente por castigar. El castigo divino no consiste ya, en las malas cosechas o la peste, sino que se realiza de un modo inmanente por el desorden en el organismo social que origina toda violación de la justicia. En semejante estado, surgen disensiones de partido y guerras civiles, los hombres se reúnen en pandillas que sólo conocen la violencia y la injusticia, grandes bandadas de indigentes se ven obligados a abandonar su patria y a peregrinar servidumbre”.

 

Las acciones políticas, cuando no son claras, no son detalladas o precisadas, es decir obedecen a una lógica oscura, o proveniente de la emotividad de un líder político y no del ejercicio de la razón y los debates y análisis entre varios, se ocultan, sólo por un tiempo en la “cabeza” o en la sinrazón de ese dirigente, funcionario u hombre de poder, pero sólo por un tiempo, dado que al tener su base en algo público (una acción política lo es) en vez de tapar al político lo que hace es evidenciarlo en sus debilidades personales, en sus miserias, en sus dramas, en sus tragedias, en sus karmas individuales. 

Hombres y mujeres, “con responsabilidades importantes”, que deben tener sus miserias internas, que al dedicarse a la actividad pública, muchas veces se transforman en mugres públicas. 

Sí son adictos a las bebidas, si golpean a sus mujeres, sí tienen afición por el juego, sí son avaros, sí son soberbios, si son mentirosos o lo que fuere.

Hay de todo, como en cualquier empresa o casa de familia. Sí las miserias personales no interfieren en su desarrollo como gobernantes o funcionarios, es sólo una comidilla de curiosos o chismes de pasillo, más allá de un problema personal, en el ámbito privado del sujeto, claro.

Queda al margen la discusión sí el hombre de estado, tiene que predicar con el ejemplo, y hacer de su vida un testimonio, por intermedio de sus acciones, y por tanto, gran parte de su vida privada, es precedente de su comportamiento público. Queda afuera también la aporía sí el poder corrompe (una persona honesta, se convierte en lo contrario al acceder) o sí el poder devela (alguien que se queda con 10 centavos de un vuelto mal otorgado, es un corrupto en potencia con intenciones de desfalcar al estado). Nos ajustamos a la realidad, todo puede ser, hasta que en el ámbito público, no se desate un escándalo, no importa sí el que accedió es pederasta o criminal, sí fuera de modo contrario, al menos se debería hacer un test de personalidad a los funcionarios. Incluso el derecho, lo manifiesta con claridad “todos son inocentes, hasta que se demuestre lo contrario”. 

Regresando al punto de la reflexión primigenia, todos tenemos nuestras miserias. Los que escribimos, quizá tengamos prejuicios, o preconceptos, con respecto a los que mencionamos en nuestros escritos, algunos lidiamos con eso, para buscar superarnos, otros se quedan con la inquina, buscan la miseria personal del otro, publicarla, para sacarla del ámbito privado y humillar con ello a la víctima. 

Si gobernaran sin dormirse en los laureles, sin creerse en los hacedores de la historia, sin necesidad de pisotear al rival, sin tanta complicidad de timoratos, prestos a la pleitesía, si verdaderamente  combatieran a la pobreza, la desigualdad, la injusticia y la corrupción, sin mirar color o apellido, a nadie se le ocurriría observar, cuanto sale la ropa que visten, si son fieles a sus parejas, si se pasan con el escocés o sí necesitan de un papagayo por las noches.  

Las miserias de los hombres públicos, no tienen correspondencia con cuán miserables sean, o si son publicados sus mundos privados, en una relación proporcional a como se desenvuelven en sus funciones, tiene más razón de ser con no dejar que la política ingrese a sus casas, evitando el nepotismo, el amiguismo, la cofradía, ejerciendo ciudadanía mediante la claridad, la transparencia de lo normativo, propugnando licitaciones y no acuerdos, avalando capacidades y no amigos, discutiendo ideas y no personas, de tal manera no existiría posibilidad alguna de que lo personal de un política fluya como miserabilidad pública. 

A decir del texto“Caballo Pegaso” de Giordano Bruno que dice así lo tomamos como conclusión : “Necios del mundo han sido los que han formado la religión, la ceremonia, la ley, la fe, la regla de ida; los mayores asnos del mundo (que son los que privados de otro sentido y doctrina y vacíos de toda vida y costumbre civil se pudren en la perpetua pedantería) son aquellos que por la gracia del cielo reforman la profanada y corrompida fe, medican las heridas de la llagada religión y suprimiendo los abusos de las supersticiones reparan las rasgaduras de sus vestiduras; no son aquellos que con impía curiosidad van y fueron siempre escrutando los arcanos de la naturaleza y computando las vicisitudes de las estrellas. Mirad si tienen o tuvieron jamás el mínimo interés por las causas secretas de las cosas; Si tienen algún miramiento por la disipación de reinos, dispersión de pueblos, incendios, derramamientos de sangre, ruinas y exterminios; si se preocupan de que el mundo entero pereza por causa de ellos con tal de que la pobre alma quede salvada, con tal de que se construya el edificio en el cielo, con tal de que se reponga el tesoro en aquella bien aventurada patria, sin preocuparse lo más mínimo por la fama, bienestar y gloria del estar”

Por Francisco Tomás González Cabañas. 

 


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