Angustia de mando.
“Schreber fue un juez exitoso y altamente respetado hasta su mediana edad, cuando se produjo la aparición de su psicosis. Se despertó una mañana con la idea de que sería agradable sucumbir a las relaciones sexuales como una mujer. Se alarmó y sintió que este pensamiento había venido de algún otro lugar, no de sí mismo. Incluso la hipótesis de que el pensamiento había venido de un médico que había experimentado con la hipnosis en él lo hizo creer que el médico había invadido telepáticamente su mente. Creía que su psiquiatra principal, el profesor Paul Flechsig, tenía contacto con él usando un lenguaje nervioso del que Schreber dijo que los humanos no son conscientes. Él creía que cientos de almas de las personas se interesaban por él y se ponían en contacto con sus nervios usando "rayos divinos", diciéndole información especial o pidiéndole cosas. Durante una de sus estancias en el asilo de Sonnenstein, llegó a la conclusión de que hay "hombres fugaces e improvisados" en el mundo, que él creía eran almas que temporalmente residían en un cuerpo humano, por medio de un milagro divino” (Wikipedia).
De acuerdo al catedrático italiano, sobrevalorado tal vez por el hecho de ser europeo en nuestra concepción adolescente de lo eurocéntrico y la envidia infantil que nos hace negar a nuestros escasos pero muy buenos intelectuales, la angustia del que manda, tiene que ver, con lo que espera el poderoso, como reacción a lo inoculado en el cuerpo colectivo. Es natural, para el político que administra la cosa pública que sienta angustia al no saber, y tener conciencia (de lo contrario sería un border o un psicótico) de que no podrá tampoco, manejar la reacción de los múltiples, del gentío, de las masas, del pueblo o de la gente.
Se podría desarrollar incluso una patología como la del juez con sus fantasías homosexuales. No es casual que el ejemplo sea, relacionado a un representante jerárquico de uno de los poderes del estado, en este caso, el menos democrático, el menos indagado desde lo público; el judicial.
La angustia es la falta, es el reconocimiento, o la presencia, independientemente de nuestra voluntad consciente, de una carencia. En el caso de la angustia de mando, de no saber a ciencia cierta, como reaccionará el conjunto de ciudadanos ante quiénes el poderoso, por mandato de los mismos, está obligado a decidir.
Podemos inferir entonces, que en lo paradojal de su poder, el poderoso, esta obligado a tomar decisiones, que necesariamente lo angustiaran. Además de la angustia, sentirá también cierta pérdidad de libertad, dado que se invierte el peso del derecho a gobernar (ganado en la elección y en el goce cotidiano de una gobernabilidad normal) por la responsabilidad de hacerlo (en tiempos de crisis, donde la ciudadanía hace sentir el peso de su delegación de poder).
De tomar plena y cabal dimensión de esto mismo, podrá terminar como el juez, o en el mejor de los casos, tal como nos dice el italiano, en la obsesión paranoica de la superviencia a cualquier precio. Del poderoso, del gobernante, no de la gente o de la ciudadanía, a quiénes en nombre de cuidarla, se la puede dañar en grado sumo.
Este es el poder de la angustia de mando, poder que radica en que ningún gobernante puede escapar de la misma, mal que le pese a él como a sus gobernados.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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