De la necesidad de un comité de filósofos.
Las primeras semanas, o hasta el primer mes del confinamiento o cuarentena preventiva y obligatoria, dictaminada por el gobierno argentino y apoyada uniformemente por la dirigencia política y dirigencia en general del país del sur, tenía el sustento, científico de un comité de expertos de salud, de renombrada capacidad en los círculos galenos que amalgamó la decisión de restricciones drásticas a las libertades públicas e individuales.
En virtud de los resultantes en número, tanto de los pocos casos y baja letalidad del producido del virus, inversamente proporcional a los altos índices de aprobación de las gestiones de los gobernantes por tomar estas medidas, en un juego de doble pinza, en donde sería indisimulable la contribución de los medios de comunicación qué por intereses económicos o existenciales (el morbo de alimentar el pavor) hicieron de las suyas, lo cierto es que las multitudes en pánico, por el derecho a estar salvaguardados al fantasma de un virus-real, ven conculcados sus derechos a transitar, a abrazar, a besar, a estudiar, a trabajar y a subsistir.
Los médicos, los mismos que no tienen ni remedios ni vacunas, en nombre de esa ciencia por la que han jurado y perjurado, sólo nos dicen que podemos ganarle a la enfermedad, lavándonos las manos y permaneciendo en casa, sin contacto físico alguno. En verdad no se necesitaría ni medio año en ningún instituto de medicina para ofrecer a una población desesperada, un placebo tan inconsistente.
El problema, de impacto o posible impacto o recrudecimiento del impacto, o potencia del impacto, ha dejado de ser médico, clínico o pandémico. El problema con el que nos enfrentamos es de índole filosófica, excede el orden económico, social y político.
Debemos reconocer, nobleza obliga, que el Presidente Argentino, como pocos otros mandatarios del mundo, en un primer momento, reaccionó inteligentemente en la conformación del comité de médicos o científicos. Transcurrido más de un mes y por la dinámica de la pandemia, como del impacto, el real, el posible y el imaginario, en el que impacta el virus en la población, no necesita a los médicos para decidir sí debe continuar el confinamiento o no. Es más, ya es tiempo (así lo requerirán los pacientes que serán más) que los galenos vuelvan a los hospitales y a la atención, en donde verdaderamente ejercen su profesión, magia o arte.
Sí alguna profesión estuvo desde un inicio vinculada a la asesoría de las decisiones de estado, esta es la de los filósofos, tal como observamos que se escribe desde siglos antes de cristo, por definición conceptual y porque los problemas siempre son generales (como una pandemia que afecta a todo el globo) y que requiere que los particulares, todos y cada uno, de los que conformamos ese todos, actuemos en conjunto, sincronizadamente y administrando las contradicciones.
No podemos razonar efectivamente, que sí tenemos un problema sanitario, debemos seguir el consejo de médicos, como sí fuesen los únicos sabios. De hecho, se genera, que también los economistas, pidan un comité de economistas, y así los ingenieros, los psicólogos y en esta misma lógica, lo harán mañana los malandrines.
Siguiendo al citado Aristóteles, la filosofía es la ciencia de las causas primeras, la única que no tiene ningún otro fin que sí misma, por tanto, no es subsidiaria de ninguna otra actividad y es madre de todas las ciencias y conocimientos.
Tanto el primer mandatario, como los gobernadores e intendentes, deben tener a su lado, filósofos que le brinden la perspectiva, el pliegue de lo general a lo particular y viceversa.
Ninguna de las aporías, de los conflictos que se nos suscitan en lo cotidiano, desde la irrupción de la pandemia, y que se nos seguirán suscitando (los límites entre ese estado, gobernado por políticos con oscilantes niveles de credibilidad, bajo un poder judicial en licencia y declarado un servicio no esencial y un legislativo que discute la forma de sesionar a distancia o no y nuestros derechos más básicos que son minuto a minuto cada vez más conculcados en nombre de ese temor que ya aparece agigantado o fantasmal por tanto agite de morir o contagiar matando el virus) tiene que ver con una actividad o disciplina, especifica, puntual o determinada.
Todas las áreas y actividades están en crisis, los únicos que se preparan para lidiar con las crisis generales, y piensan precisamente en generalidades y en abstracciones, incluso como estas, que hasta ayer parecían imposibles, son los filósofos.
Sí usted tiene algo de poder, llame un filósofo, de lo contrario, continúe con los que lo depositaron en esta crisis de magnitudes o siga comprándose problemas a corto plazo de quiénes le prometen respuestas a lo urgente o a lo inmediato, pero que nada saben o pálida idea tienen, de lo importante. Que no se le vuelva a escurrir entre las manos, el mundo que tuvo en su puño y del que ahora quedan resabios para volver a rearmarlo.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
Mónica Alicia Colunga
El/La filósofo/a vive y respira lo real presente intuyendo las consecuencias de las múltiples persistencias. Una ventaja, sin dudas. Saludos!