Tiempo y espacio. ¿El fin del aula como concepto educativo?
A nivel académico e institucional, en algún momento de la historia, aquel paseo educativo que realizaban los alumnos junto a Aristóteles, llamada la peripatética, por definición etimológica, se reconvirtió en el espacio cerrado, ocluido del aula, con la disposición de mobiliario y la autoridad del maestro, profesor o docente por delante, distinguido de la muchedumbre de los alumnos, uniformados, condensados en una masa dispuesta y disponible, para repetir, replicar y multiplicar lo escuchado desde la autoridad.
La telemática, como herramienta principal de la razón instrumental, estará siempre a tiro y como primera opción, pero sí de educación en relación, al espacio, hablamos, nos deberíamos una recomposición más profunda. No se tratará solamente de las formas, al cambiarse estas por fuerza mayor, o por la prioridad sanitaria o de salubridad, se modificarán, necesaria y consecuentemente, los contenidos.
¿En qué momento hemos perdido la noción, que leer un libro, texto, artículo o pensamiento escrito, y pedirle al lector, que lleve a cabo un comentario, resumen o crítica de lo leído, no significaría ni representaría una de las acciones principales de la educación en su sentido más elocuente y básico?
¿So pretexto de qué argucias, ataviadas con fino cordel, en algún momento de nuestra historia nos convencimos qué estar encerrados en un lugar, sería el ámbito ideal para desarrollar el accionar educativo?
¿Cuándo fue, que dejamos de pensar en forma conexa, conjunta y vinculante el espacio con el tiempo, creyendo en la preminencia de uno sobre el otro, sin contemplar que ambas son condición necesaria y suficiente de nuestra experiencia de lo humano y por ende la aprehensión de todo y cada uno de los fenómenos que nos surcan desde el inicio del acontecimiento?
Trastocados los elementos constitutivos y formales para ejercitar la experiencia del aprendizaje y el conocimiento, hemos cambiado las preguntas, las dudas, las cuestiones, por las supuestas certezas totalitarias, del golpismo de las afirmaciones, de los ejércitos de supremacía que se imponen por la fuerza de reglas que se dicen preminentes y que vencen, por miedo y por supuestos que nunca se cumplen como tales.
Perdidos en la lontananza de qué todo tiene explicación y que incluso el azar es necesidad, el síntoma que demuele nuestras estructuras actuales, impacta de lleno en lo que creíamos completo, pero que no es más que un profundo y gigantesco vacío.
Nos cuesta respirar, a riesgo de no poder seguir haciéndolo más, no tenemos otra cosa que comunicar. Nos repetimos, nos multiplicamos, en la parodia, de buscar siempre resultados o un resultante de acumulación, lo hace nuestro cuerpo sin ton ni son, sin que contemos con defensas o prevención.
Cualquiera que ingrese al aula, sea de nuestra educación o como alegoría del hogar, de lo propio o del cuerpo y que nos dé con convicción una orden, de repetición y de reproducción, contará con nuestro apoyo y aprobación.
Así el plan sea nuestra propia aniquilación. El problema, sí es que tenemos espacio y tiempo, como para plantearnos nuestra existencia como tal, radica en que debemos ser reeducados, para volver a las fuentes, o para salir del encierro en el que desesperados ingresamos por olvidar el valor, de pensar a riesgo, de no dominar, no controlar, no manejar, no tutelar la intemperie, amoldarnos a los multiversos de las experiencias del afuera, afrontar el temblor, incluso del dolor y el empacho de la plena satisfacción.
Pensar tiene que ver con un escenario, o con una experiencia de tal magnitud. Difícilmente podamos aprehender algo más de lo que ya no aprendimos, encerrados en los dispositivos que nos quieren hacer mero repetidores de fórmulas, ajenas y extrañas, que niegan lo fundamental, de que somos seres en el aquí y ahora, en un espacio y tiempo que excede la definición y el establecimiento de hecho, de los mismos.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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