3 de abril de 2020

Desprecio.

No debe haber forma tan cruel y por ende perversa, de odiar, por parte de quién se dice proteger, cuidar (en el sentido colectivo, que proviene de los gobernantes como guardianes, desde la República de Platón) o quién tácita o implícitamente da a entender que lo hace, que humillar, denigrar, y agraviar al otro, tratándolo como un inferior, desde tal cima en la que ficticiamente escala el despreciador. Es cómo sí diésemos solamente, desde la obligación de gobierno, el pago (siempre escaso, al límite de la marginalidad) a término, privándolo de dignidad, de respeto, de solidariad, haciéndole sentir que sólo nos queda, el supuesto imperativo humano que nos hace superior, de alimentarlo, para mantenerlo biológicamente en vida, brindándole, todos los días que así lo mantengamos, mes a mes, el veneno de nuestro odio, convertido en desprecio. Brillando el gobernante, en su mediocridad, por tenerlo, debajo de la alpargata, tirándole peor que a un perro sarnoso, el hueso duro de roer, al viejo pelagato, que no tiene ni futuro, ni expectativa, ni mucho menos fuerza o energía para hacerse respetar y engrandecer al despreciador con el ínfimo aliento.

 

Lo mismo le vale, al opositor que se dice desear estar en el lugar del oficialista, para despreciar con más rigor, al de siempre que no tiene salida, más que elegir el color del infierno, de cobrar, poco, mal en cualquier averno.

 

Despreciar es no permitirse vivir, es no prevalecer sobre quién o quiénes, mediante agresión y odio, dejaron y dejan su mella en nosotros, para que convirtamos al mundo, en el actual estercolero del que no parece haber salida, más que morir excluyendo y excluyéndonos de lo humano y de la vida misma. Entonces, así como un día despertamos, sin la posibilidad de salir, con el temor crepitante de caer enfermos, en una suerte de lotería de la muerte, con el mundo cambiado en su retorsión, no sería injusto decir, que nos lo teníamos merecidos, tanto los responsables, como los cómplices, sí, vos y yo, por acción u omisión, y sobre todo, por nuestro humano desprecio. 

 

Desprecio es que nos garanticen libertad, que nos aseguren el derecho de decirlo, expresarlo y ratificarlo con la mera declamación para nunca obtenerla, desprecio es que el sistema democrático, nos otorgue desde su petulancia, la posibilidad de optar, cada cierto tiempo, haciéndonos creer con ello que vivimos consensualmente, en equidad y en igualdad de oportunidades, sin que nada se aplique de ello. 

 

Desprecio es que el sistema, hace décadas perimido y muerto, al cuál le seguíamos pidiendo, nos diga ahora, nos reconozca, que no nos pueda brindar, más que terror y miedo. 

 

Desprecio es que tratemos el cuerpo, cómo si fuese lo único humano, que pretendamos sanarlo, cuidarlo y protegerlo, sin reparar qué para ello, lo primero a tener en cuenta es que pensemos, que reflexionemos, que sintamos, y qué a partir de ello, obremos, para no quedar engrampados en la automatización soberbia que nos ofrece el desprecio como escarnio. 

 

Desprecio, es el valor del dinero, como falso intercambio, es la falsa preminencia del número sobre el verbo, es el precio que nos ponen y nos ponemos. 

 

Desprecio es que nos digan que no lo pensaron, que se desbordaron, que lo corrigieron, desprecio es incluso, que algunos facinerosos, se rasguen las vestiduras por haber organizado bien una fila, para que ancianos hambrientos, retiren lo que es suyo, como si fuese una limosna, que tienen que estar lamiendo. 

 

Sí el virus tuviese lógica humana, es decir, actuara con desprecio, como nosotros lo hacemos con el que condenamos a que tenga menos, no tendría que demorarse más que un invierno para llevarnos a todos de donde hemos venido y dejarle, este mundo, a las otras especies, que de seguro no saben lo que es el desprecio. 

 

Por Francisco Tomás González Cabañas. 


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