24 de marzo de 2020

“Cuida un poquito la boca”.

Me lo envió como mensaje de voz. Un 24 de marzo, en el contexto de encierro forzado por la cuarentena preventiva y obligatoria, controlada las calles por un estado policial, del que no teníamos memoria. Minutos atrás, uno de los uniformados me paró en plena circulación, tal como lo requería el estado de excepción. Segundos después se abuso. Creyéndose con poder, al tener un arma, el control y la autoridad momentánea, disparó: “es obligatorio llevar barbijo, por orden del presidente”. De tanto obedecer, se le detonó la cabeza, pensé. No le dije nada, lo peor vendría después, no con el mensaje de voz, de otro con poder, mero, huero y circunstancial, sino la reacción de los otros, a quiénes les compartí el audio para que me dieran su opinión.

Legisladores, funcionarios, políticos, periodistas, actores sociales, personalidades, amigos, familiares, a casi todos los saludo a diario, cotidianamente, por algo los tengo en mi listado telefónico. Les compartí el exabrupto, de ese que me advertía, en tono de amenaza, tal vez, de acuerdo a su temblorosa voz, de que cuidara un poquito la boca, dado que no pudo distinguir, que en una nota, que publicó ese mismo día un rival político suyo (usándome para tal fin y aceptando con gusto estas reglas de juego) quién esto suscribe, en una suerte de emulación de la mayéutica socrática, realizaba preguntas en relación a su doble función y por ende doble rasero, de cómo obraría en relación a la crisis sanitaria que desnuda la pandemia del coronavirus en todo el mundo conocido. 

Me respondió, en ese mensaje de voz, algo que a mí en lo particular, no me interesaba, ni me interesa. Me exigió que me retractara, y temblores de voz siguientes, me acusó de tratar temas con liviandad, de hablar sin saber, para finalmente, advertirme en tono o código de amenaza (por su cargo y función que ostenta desde hace tiempo) “cuida un poquito la boca”. 

Lo poco que afirme en la nota en cuestión, tenía que ver precisamente con datos objetivos y estadísticos que señalaron autoridades nacionales y gobernadores de otras provincias como Chaco, el resto son preguntas, que el amenazador, confundió o confunde con afirmaciones. 

Tal vez, el tiempo que lleva lejos de las aulas (ya que tanto lo incomodan las preguntas, le haría la última, con su permiso y con el adelantado pedido de perdón ¿recuerda el hecho que lo llevó a dejar el profesorado o la docencia?) le imposibilitaron llevar a cabo la fundamental distinción entre afirmación e interrogación.

Nadie se puede retractar de una pregunta. En todo caso, lo que desea quién rechaza las indagaciones, es que no se pregunte, y eso lo desnuda, de cabo a rabo al sujeto en cuestión.

Pero como expresé, nunca me preocupó el hombrecillo en cuestión, hace mucho lo vi desnudo y sé quién es.

Lo que me generó mucho dolor y preocupación, es la desnudez de todos y cada uno de los contactos con los que compartí tal locución. 

Muy pocas expresiones de solidaridad, tibias y timoratas. Cómo sí se tratase del virus, que le toca al que viajó y por más que tosa o estornude, crees que no te va a contagiar y sí eso ocurre, no vas a necesitar el respirador, y sí finalmente lo precisas, seguirás con la firme convicción, que como sos amigo o familiar, del dueño, jefe o poderoso de turno, a vos te lo darán. 

Así pasó aquel 24 de marzo, por ello los desaparecidos no son una cifra exacta sino simbólica, por eso los afectados por el coronavirus, no se dimensionarán únicamente por los pulmones reventados, sino también por los empobrecidos, por los que no podrán ser tratados por otras patologías, por los que se pelearán por una bolsa de comida y por las víctimas de los poderosos de turno, que son tantos que podrían tapar las estrellas en el caso de que volaran.

Por todo esto, además y sobre todo, por la exclusión económica y social de la que venimos siendo parte como corresponsables, sería milagroso que produzcamos, de la noche a la mañana un contagio masivo de solidaridad. 

A mí ya me silenciaron tantas veces, como las que me seguirán intentando callar, el problema para los represores, es que yo habito incluso dentro de sus propias cabezas, y esa voz, que suena y resuena en sus momentos previos al sueño, es la que jamás callaran, la de sus responsabilidades, las de sus complicidades, esa voz, que se alimenta y se agigante de tu silencio, que te hace cómplice por acción y omisión, la que nunca te preguntará, sí acaso no serás vos mañana el receptor de tanto odio y desprecio, y que cuando lo sientas en tu ser y cuerpo, clamarás al vacío por la solidaridad y comprensión que no tuviste ganas y tiempo de prodigarle al prójimo, al otro, que piensa y siente distinto, que tiene derecho a preguntar y es tan humano como, la prudencia y no compromiso,  disfrazado de pavoroso silencio, como los que reinan en los cementerios. 

 

 

            Por Francisco Tomás González Cabañas.


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Mamanga
Francisco Senador!
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