La playa es de todos, las decisiones no.
Que portemos como estandartes identitarios, al chamamé y al carnaval, obedece a esta cuestión. El corsódromo, como el anfiteatro, o los recintos en donde estas actividades se desandan, se llenan de partícipes necesarios, de cómplices aturdidos de cantos y bailes, que hacen loas, a la resignación, la pobreza y la hipocresía. Cómo están planteados, desde ese otro lugar que sortea, que escapa, que fuga a la mera expresividad narrativa, no llegan de forma directa a la razonabilidad del hombre y la mujer de a pie, que escucha algo más que la mera letra de un chamamé (como la mayoría le canta al miserable y a su irrevocable condición de tal) o que baila, al paso de las plumas y la purpurina, que no le hacen reparar, qué sólo son unos días, en los que esta permitido, y es divertido, el uso de la máscara, y la semi-desnudez, para tolerar y soportar el resto del año, bajo la férula irrestricta de una doble moral, en donde te determina el color de piel, habitar dentro o fuera de cuatro avenidas, haber nacido en la familia patricia o pertenecer a los círculos áulicos del poder, o simplemente ser uno más, a la espera de la dádiva electoral, o en el mejor de los casos, al cronograma de sueldos, al aguinaldo dorado o la tarjeta del banco del pez, que se pesca, para devolver o en verdad para mostrar que se pudo con él, tal como en Malvinas, ante el Inglés, con un solo cuchillo y haciendo gala de esa heroicidad del pobre, la misma que volverá a cantar, románticamente, que es imposible de romper, el chamamé.
Lejos cómo cerca a la vez, tal como los bancos de arena, a los que selectamente se acceden, mediante lancha o vehículo de agua y por más que no tengan infraestructura alguna, emergen como las islas para pocos, pero claro, se dejan ver. No existe barrera visual alguna, para desde la costa, soñar con tener para acceder, sea mediante la adquisición del bien material que traslade o tejiendo amistades, con los que fueron tocados por la vara del señor azar (para no endilgarle la responsabilidad al dios que nos pide resignación) para que a la noche, puedan desfilar, en la otra festividad de todos, en donde una sola pluma de faisán, le haría comer por más de un mes, a un solo gurí condenado a solamente tener fe.
Lo que molesta, irrita e impulsa no es lo que es, sino lo que se ve. Esta es la razón, por la cuál, desde la cuenta de twitter del gobernador, donde se anuncian actividades institucionales, políticas y decisiones de gobierno, jamás se subirá una foto, veraneando donde lo haga, o informando como se debiera, de cuánto es su sueldo por ejemplo y por ende que nos diga lo que nos sale que nos gobierne.
Lo podemos intuir, sospechamos, ciertos medios o comunicadores, dispersos y caracterizados, como librepensadores y poco normales, harán circular datos, se construirán leyendas, que morirán, despiadadamente, en la jornada electoral, en donde votaremos lo mismo, por más que se presenten como distintos, bajo la mimesis del carnaval, para lo cual, siguen el mismo patrón, y por ende, nosotros con la cabeza gacha, aplastada por la bota o la alpargata, de los que deciden lo que supuestamente es de todos y nos pertenece.
Sí bien es un principio político, que alguna vez fue llamado por el autor del contrato social, como “voluntad general”, lo cierto es que nadie nos explica, que la democracia, tiene como letra chica de este acuerdo que los ciudadanos delegamos las decisiones a quiénes votamos.
Nuestras escuelas no fueron hechas para que pensemos, sino para que obedezcamos, para fortalecer el principio sagrado de mando y obediencia. Nuestros intelectuales sólo son queridos, afamados y mediatizados, en caso, que nos alegren, que nos entretengan, que hagan uso profesional y médico de nuestras anestesias sociales, y somos tratados con indiferencia, apartados, exiliados de la protección del manto de la correntinidad, quiénes osemos proponer que reflexionemos bajo nuestra condición pensante y de razonabilidad con la que fuimos arrojados a este mundo los seres humanos.
No existe polémica alguna. La decisión está tomada. Nos harán ver, cada vez más contundentemente, que ellos son los que deciden y que nosotros, los que obedecemos. Nos educan para ello, nos forman paciente y progresivamente para que así lo entendamos. Nos dan festivales, de bailes, de pesca y carnavales para que aguantemos y toleremos.
Así como para algunos los moviliza el crimen contra un perro, a otros les puede movilizar que se le aumente el boleto de colectivo, que se le construya un shopping en la playa, que se les inunde la cuadra o lo que fuere.
Ahora bien, sí ni siquiera las decisiones individuales nos pertenecen del todo, mucho menos podemos pretender que nos pertenezcan las públicas.
Tenemos el derecho sí, de reclamar y protestar, de querer hacer valer determinadas posiciones y de luchar para que estas se muestren, real y virtualmente, como masivas y multitudinarias, pero no podemos desconocer el principio democrático que la firma del contrato social, implica que delegamos en gobernantes y representantes las principales decisiones políticas, sociales y públicas.
En caso de que pretendamos, cambiar de fondo y de raíz, el principio basal de nuestro sistema político, no nos va alcanzar con marchas, que pretendan cautivar con la falacia que antepone que algo es de “todos”.
Difícilmente desde nuestra Corrientes pauperizada, pretendamos algo así, apenas nos alcanza con sobrevivir, con mostrar que lo conseguimos, y que cada tanto, algunos reaccionan, ante ciertas decisiones, de las tantas, que se toman y que nos exceden.
El poder es para pocos, sino dejaría de ser poder. Las crisis, nos afectan a todos, y esa es la tensión que se está resolviendo en las altas esferas, el terreno y el ámbito, en el cual debamos, nuevamente, ceder.
Anestesiados y domesticados estamos hace tiempo, resta saber en que parte del cuerpo el golpe, inevitable e irreversible, será más efectivo y por ende tolerable, para que la decisión que se tome no cause reacciones que no sean fácilmente manejables y neutralizables por los gerentes de la privatizada tierra sin mal, que indefectible como imposiblemente, es de todos.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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