16 de octubre de 2019

Mentiras necesarias: La palabra es violencia y el número no existe.

No es novedad que los seres humanos nos sostenemos por intermedio de mitos, de verdades a medias, de mentiras legendarias, de expectativas inciertas por las que construimos senderos que creemos o sentimos seguros, pero que en verdad no existen. La comunidad encontró en la política, el ejercicio menos conflictivo para su cotinianeidad, a su vez, la política encontró en la democracia, el sistema mediante el cual se nos hace creer que todos somos iguales ante la ley y que contamos con las mismas expectativas; sí eso no es violentar, no a la verdad, sino al sentido común el significado de la violencia, ha variado mediante la palabra, que se introduce para combatir violencia con violencia.

Existen siempre los cultores del poder ocultista, de una suerte de “paranoiquismo” social, en donde un grupo de señores malos, manejan a miles de millones de pelotudos (que seríamos usted y yo), moviendo las piezas de la realidad como si fuésemos un gran tablero de ajedrez de esta suerte de liga internacional de tipos súper-poderosos (alguna vez arriesgaremos que los abonados a esta forma de entender el mundo, inconscientemente añoran la infancia atestada de dibujitos animados que cincelan la realidad del infante con esta paleta de colores y de situaciones) que no tienen otra cosa que hacer que cagarse en nuestras vidas, normales y burdas, y por tanto nos conducen continuamente a que no salgamos de las mismas.

Salirnos de nuestra comodidad, tardo-burguesa, del cine en el plasma, del juego en el celular, del dvd en la camioneta, de la casa de fin de semana con la consola de juegos, de la heladera que nos hace hielo, de la que nos prepara la comida, de las que nos satisface sexualmente, o lo que es mejor, si algo de esto no tenemos, creer que en verdad somos infelices porque algo de este listado nos falta, o incluso otros listados que no forman parte del presente, es el estado de engaño perfecto. La mayoría no piensa en su situación de felicidad, le impusieron pensar o sentir que será feliz, con todos los objetos materiales que tiene el otro que lo ve por tele, incluso lo inmaterial, la fama del que sale en las pantallas y llena los huecos de las siestas interminables, y eso sí que es un triunfo de un sistema sino demoníaco, violento. 

Lo creemos de tal manera, porque es un sistema que se consolido, fabricándose un consenso, es decir, es democrático, pero no por ello, deja de ser demoniaco o violento. Viene formando por generaciones, como dábamos el ejemplo de las menopaúsicas, trastorno la cabeza de quienes por inercia creen, que es una noticia publicable que un par de jovatas o veteranas, de profesión docentes, en un centro cultural, se hagan frotar por un machito que frecuenta gimnasios. El mismo sistema que genera una red social, tan virtual como real, en donde hembritas que apenas debutan con la menarca, entangadas o vestidas como las meretrices de antaño, tengan miles de seguidores, mientras intelectuales que analizan la realidad a diario, siquiera lleguen a la decena de personas que expresen estar interesadas en las estupideces que escriba. 

Este sistema que ha encontrado en la política, la forma menos problemática del día a día de la mentira necesaria de la humanidad, hizo surgir a la democracia como alter ego de un sistema perfecto. En el mismo todos debemos decir, sentir y trabajar en una igualdad inexistente, en una similitud de condiciones para la letra muerta de lo que llaman ley, que luego será interpretada, por otro grupo de privilegiados que nos dicen cuanto les corresponde de castigo al que hizo expresa la ruptura con el pacto social, con el que se salió del acuerdo tácito del que está todo bien.

Es que es esto mismo, lo que sucede con los famosos linchamientos, se suman desde otros sectores sociales, los que dicen “no está todo bien” pero la forma de verbalizar esto mismo es con el boleto del pasaje al acto, así como el pobre, tan bien entendido por el garantismo, tras generaciones de no tener trabajo, de no tener techo digno, de no tener pasado, presente ni futuro, sale a mostrarle a la sociedad su desaprensión, su no pertenencia, su grito temeroso y temerario, para lo cual necesita enmascararlo de violencia, ahora son los de otro sector, lo que están diciendo que este sistema, que este acuerdo tácito no le está sirviendo, no les está cerrando. 

Es esto los que le preocupa a los preocupados, esos mentirosos que se dicen estar al lado de los más débiles, esos que los defienden con suntuosidades en las manos, con onerosos sueldos del estado, en verdad están preocupados, porque no son esos personajes estereotipados (los negritos de mierda) los que muestran la ruptura con el sistema, son sus iguales, los que tienen mayor poder de incidencia social, las clases medias, que cuando encuentran formas de canalizar sus desencuentros, suelen hacer tronar el escarmiento. 

Probablemente estemos viviendo (lo haremos teoría social y lo presentaremos en los claustros gobernados por las mentes pro-sistema, por más que sea una contradicción en sí misma) un estado de efervescencia en donde sectores más influyentes, y sobre todo fundadores, históricamente, del sentir y vivir democrático,  sientan que esto mismo ya no los protege, ya no les sirve, y por tanto podrían pensar en ir cambiándolo. 

Y cambiar la ecuación democrática, sería simplemente poner en blanco sobre negro, que para esta democracia en la que nos hace vivir la clase dirigente (a la que sí le sirve vivir en estas condiciones, porque son los que más cobran, los que más beneficios tienen, etc.) la igualdad ante la ley y ante las oportunidades, es una mentira cada vez más flagrante y cada día menos verosímil.

 “Cualquier palabra es violencia, una violencia tanto más temible cuanto más secreta, es el centro secreto de la violencia, violencia que se ejerce sobre aquello que la palabra nombra y puede nombrar  sólo privándolo de la presencia;, esto significa que cuando hablo habla la muerte (esta muerte que es poder)…siempre orden, terror, seducción, resentimiento, adulación,  iniciativa;  la palabra siempre es violencia, y quien pretende ignorarlo y tiene la pretensión de dialogar añade la hipocresía liberal al optimismo dialéctico, según el cual la guerra es simplemente una forma de diálogo”. (M.Blanchot. “L`infinito intrattenimiento”)

“El discurso, si es originariamente violento, no puede otra cosa que hacerse violencia, negarse para afirmarse, hacer la guerra a la guerra que lo instituye sin poder jamás, en tanto que discurso, volverse a apropiar de esa negatividad. Sin deber volvérsela a apropiar, pues si lo hiciese, desaparecería el horizonte de la paz en la noche (la peor violencia, en tanto pre violencia). Esta guerra segunda, en cuanto confesión, es la violencia menor posible, la única forma de reprimir la peor violencia, la del silencio primitivo y pre-lógico de una noche inimaginable que ni siquiera sería lo contrario del día, la de una violencia absoluta que ni siquiera sería lo contrario de la no violencia; la nada o el sinsentido.( “Derrida. Violencia y Metafísica) 

Sin embargo, la mentira más nociva, más perversa e irredenta, es la que nos pretende hacer creer que con el número, con la aritmética, la política puede ser suplida, por un ábaco moderno, en donde se pongan todos los ingresos que se puedan obtener de una comunidad determinada y se lo divida por la cantidad de habitantes de tal lugar, de esta forma y manera, a cada quién, le correspondería lo justo, económica y númericamente hablando. Sería un imposible no por su resultante, sino dado que esto mismo significaría el fin de la política, y esta es la mentira, más atroz que esconden muchos que entronizan al número y a la perfección matemática, como sí las tensiones humanas debieran resolverse tan sencilla, básica y fríamente, mediante una cuenta, que no es más que el más grande de los cuentos. 

 

Por Francisco Tomás González Cabañas.


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