Boleteado.
Es otro de los crasos y cruentos, errores de evaluación que hacen los pertenecientes a la clase política. Creyendo que no se es democrático, porque se critica a la democracia para mejorarla, para vaciarla de sus sinsentidos, de los que está plagada, los popes de la política, en una obtusa y confusa, defensa de lo que creen que terminara con sus prerrogativas (cuando es al revés, sí logramos modificar, enalteciendo lo democrático, no sólo los políticos mantendrán sus bienes materiales, sino que además podrán tener prestigio, honra, celebridad y prestancia fundamentada) ningunean las perspectivas críticas de lo democrático. No asisten e incluso más, mandan a denostar a todos los que de una u otra manera, piensan lo democrático, desde otro lugar que no sea el automatizado, el mecanizado, e industrializado, llamado lo electoral o la campaña política.
Sí fuese una cuestión de gustos, no tendría sentido siquiera el brindar otra posición. Pero lamentablemente no se trata, de que a uno le guste más o menos, los cientos de hombres, caracterizados como militantes o punteros que te dan la boleta, porque están esperando mantener, acrecentar u obtener el conchabo en el estado, o quedarse con la diferencia entre las mercaderías que le dará y las que efectivamente repartirá. Menos aún las mujeres que “encalzadas” complotan contra la cosificación del género, dejando sus menudencias al libre albedrío, sea exhibiendo glúteos necesitados de gimnasio (de acuerdo a las imposiciones culturales que dimanan de esos sistemas a los que la política no discute, ni pálidamente) o las “patas de camello”, instando, inconscientemente, a que asociemos (o al menos desde una perspectiva fálica) la urna electoral (nos dan la boleta) con la vulva, para que emitamos, metamos, penetremos con el sufragio, como tal vez, lo quisiésemos hacer en el órgano que se deja percibir, independientemente que este revestido por la calza del color que fuese.
De lo que se trata, es de lo democrático, entonces, debemos decir lo que pensamos, porque somos tan ciudadanos de esta aldea, como cualquier otro, independientemente de la cantidad de bienes materiales que cada quién tenga (y por sobre todo de cómo se los haya obtenido), del partido en el que se esté afiliado, si se está y por sobre todo, de los amigos que uno se pueda haber granjeado (entendiendo que los amigos razonables jamás podrían enfadarse con otro considerado amigo por pensar distinto, dado que sí uno sólo tiene amigos que piensan igual o siente parecido, más que amigos, está rodeado de fanáticos).
La repartija de los boletas electorales, de las propuestas o de cualquier otro volante, propaganda perteneciente al cotillón electoral, se debe terminar de una buena vez por todas, entre otras cosas, o mejor dicho, principalmente o básicamente, por una sola cosa, atenta, daña, perjudica a lo democrático, acecha, agrede, azota a la democracia.
No se trata de una cuestión de fe, es decir dogmática, pero tampoco podemos andar señalando las comprobaciones o evidencias a cada rato y momento.
Lo venimos expresando consuetudinariamente, de hecho lo hicimos libro “El acabose democrático” se ratificó en el símil de elección Venezolano, lo que en estas horas ocurre en Cataluña, y lo que mañana ocurrirá en cualquier otra aldea occidental que se precie de democrática, no es más que la lenta y progresiva descomposición de lo mismo, a lo que parece que estamos condenados a llevarla, indefectiblemente acabo.
La votación, lo electoral, la reducción de la democracia a meter el sobre en la urna, transformado en un ejercicio repetitivo, en un sacramento simbólico, nos dio la pauta, la cuenta de que finalmente sirve para cualquier cosa menos para elegir, es decir menos para hacer uso de la libertad y ejercer política.
Esta es la problemática actual, la culminación de la banalización democrática, nos está develando una realidad tan siniestra como real; votando no elegimos, la democracia no es votar. Esta asimilación, se dio, recientemente en forma fehaciente en los distritos mencionados (Venezuela y Cataluña), en donde el ciudadano común, lo único que le queda en claro es esto mismo; votando no se solucionan, no se arreglan, ni los problemas, ni tampoco se ejercer política, se obtiene libertad o se es más o menos democrático.
Banalizar o vulgarizar que tenemos el derecho a elegir, debería ser considerado un crimen de lesa humanidad. Es decir un hombre o una mujer que me quiera dar una boleta electoral, para que sea mediante su sonrisa, su palabra, su calza, su amistad, su promesa o lo que fuere que me ofrezca, yo tenga que votar (como sí las boletas no sobraran, no sobreabundaran aún en el cuarto oscuro) por lo que me está dando, cómo mínimo debería corresponderle una multa, por no decir cárcel.
Lo único que tenemos es la ilusión de elegir, de hecho eso fue lo que nos encanto de lo democrático ( y lo que nos está desencantando, que mediante la democracia, o su reducción, lo electoral no elegimos o ni siquiera nos hacen creer ello) por tanto que por no tener nada mejor que hacer, por una rutina, tradición o por no animarse a trabajar lo democrático, desde sus desafíos más interesantes o importantes, y que perversamente, en nombre de esa democracia, nos quieran, por intermedio de músicas, cotillón y todo un show o espectáculo, meternos, darnos, condicionarnos con una boleta, es como mínimo temerario para la democracia.
En una sociedad democrática, los políticos, sus equipos y simpatizantes, nos tienen que dar proyectos, propuestas, ideas, conceptos, generarnos con ello, entusiasmo, convicciones, pasión bien entendida, para que al traducir todo esto, seamos todos y cada uno de los encantados, los seducidos, cautivados, convencidos, quiénes vayamos a buscar las boletas, escribamos sus nombres, las imprimamos, las hagamos valer en el cuarto oscuro, como en cualquier otro lugar. Una foto de lo democrático, bien podría ser esto mismo.
La película que venimos presenciando de la democracia como la vienen entendiendo los directores como los protagonistas, se corresponde al género de terror y, para preocupación de los hacedores, de los responsables, deberían saber que en las mismas, al final o el malo siempre pierde o nadie se salva.
“La voz política democrática no es la voz de la tierra, de la patria y ni siquiera la de una clase (dirigente, media u obrera), sino la respuesta a una apertura, a un espaciamiento del lugar político en las calles y en las plazas. Es una sonoridad que mide un espacio, que permite a la calle comprender la amplitud de su propio estrépito, captar su propia polifonía disonante: siempre una voz más, una más, serie infinita… la democracia no es lo que puebla el vacío, no es la fuente que dispensaría una nueva significación del mundo. La democracia es más bien el espacio vacío para una convocatoria; una plaza en que hacer resonar la voz política, cada voz singular y todas las voces. La democracia no debe saturar las plazas [places], sino que debe hacer espacio [place] para los que aún no tienen espacio [place] propio, es decir, para los que todavía no tienen una voz política, sino sólo un timbre, tonos, líneas rítmicas, una presencia, una realidad”. (Ferrari, F. “Comunidad y Nihilismo en torno al pensamiento de Jean-Luc Nancy”. Revista Pléyade. 2011).
En este apreciado ensayo, acerca de las disquisiciones del francés Nancy, quién acertadamente explicitó que “El `68 fue el primer surgimiento de la exigencia de la reinvención de la democracia en Europa, fuera de las comparaciones-siempre rentables a los gobiernos-con los totalitarismos…fue paradójicamente el momento más crítico a la construcción democrática, y simultáneamente, la situación propicia para el despliegue de un pensamiento político capaz de redefinir y forzar a la democracia de un sentido liberador (Pennisi, A. “Pasiones Políticas. Pág 86. Quadrata. Buenos Aires. 2013) podemos encontrar sin duda alguna, el sentido que más acertadamente podríamos usar para auscultar nuestra realidad política y social en Occidente.
Escuchar, pasa a ser la acción más democrática que podamos realizar. No casualmente, el discurso político, sobre todo, cuando la democracia se imponía sobre los regímenes totalitarios, asomaba como la poción mágica, o el antibiótico proverbial que nos despojara de todos los males sociales, económicos ("Con la democracia se come, se educa y se cura”. Alfonsín, R. Al asumir la Presidencia de la Argentina, que recuperaba la democracia tras los “Años de Plomo”, en su discurso inaugural ante el congreso. 1983).
Sin embargo, la incomprensión de fondo del fenómeno democrático, de aquello que realmente significa y comprende (es decir su condición de garantía para que ocurran otras cosas, a partir de la democracia misma, los que nos dice Ferrari, la plaza a ser ocupada) llevó a los políticos, a la banalidad del discurso democrático. Los espacios públicos se fueron despoblando, dado que no querían escuchar aquellos discursos que otrora enamoraban y que un tiempo después desencantaban y hasta exasperaban e inducían a la violencia. La política, gobernada o dominada por quiénes no habían accedido a la misma por el espíritu democrático (es decir, sí por su formalidad y legalidad, pero no por su legitimidad, de escuchar a los asistentes a las plazas, para que las vuelvan a llenar) creyó que se trataba de una cuestión metodológica. Aún hoy, y gracias a la profundidad de la revolución digital, que presta su marasmo para dificultar el pensamiento, ese significante extenso de la “política” que se apodero de lo democrático, trabaja sobre los medios de comunicación, sobre las plataformas, sobre las redes, sobre la virtualidad, los mecanismos y las aplicaciones. Los grandes gurués de lo democrático, no por casualidad son publicitas, eximios hombres del marketing, especialistas en conexiones inmediatas y en idas y vueltas, etéreos, como efímeros, que llevan confusamente el sonido impersonal de una computador en funcionamiento.
La legalidad, es decir la democracia formal, que aún se sigue sosteniendo por temor a que no exista nada mejor(aquí se percibe la importancia de Nancy, cuando afirma que el `68 no fue una crítica a la democracia, que a contrario sensu, o en forma lineal, pidiera por los totalitarismos, en esa falacia en que muchos caen, de pensar, por ponerlo en términos individuales, que porque alguien casado en segundas nupcias, al criticar a su pareja actual, estaría pensando o deseando regresar con la primera) suena a réquiem, a preludio de algo que no durará mucho más.
Previamente, como reacción, estertórea quizá, ciertas plazas, es decir distintos distritos occidentales, elevaron al principio gritos, quejidos, como manifestaciones y expresiones en reclamo hacia lo democrático. La voz política se transformó en una exigencia potente, que luego se fue desvaneciendo y que en muchos lugares, devino en silente. La no participación, la indiferencia, o la resistencia desde la anulación del logos, también fue parte de la voz política que circunda las plazas que la democracia libera, para que sean ocupadas. Pero sobre todo, para aquellos que además de la legalidad, se acendren en la legitimidad política, de escrutar las voces, de escucharlas, de darles significancia, sentido, finalidad, testimonio, participación, puedan constituirse en los políticos que la política y la democracia necesitan.
De lo contrario, sí es que nuestras plazas, o espacios públicos, no encuentran a estos representantes que se dispongan a escuchar, compartir, interpretar y comulgar con estas voces (a las que la democracia les asegura la posibilidad que asistan, sin que sea esto mismo sea ni mucho más ni mucho menos) estos políticos que auguren la posibilidad de la posdemocracia , de profundizarla, de redefinirla, de resignificarla, no faltará quien proponga que como nadie asiste a esos espacios públicos, y los que lo hacen no encuentran más que mentiras o promesas incumplibles, no es necesario que salgamos de nuestros hogares, de nuestros ordenadores (que cada vez más nos ordenarán), garantizándonos para ello que en un pequeña parcela de tierra, podríamos fundar, o refundar nuestro país, nuestro Estado-Nación, en donde, cualquier cosa que nos ocurra, hasta las lógicas e inevitables, será siempre, responsabilidad o culpa, del otro, del vecino, a quién siempre le encontraremos alguna veta, sobre todo estética, como par estigmatizarlo.
Este es el debate que nos estamos dando en Occidente. A esto suena la democracia actual. Veremos, o mejor dicho, escucharemos, sí las voces serán comprendidas, sí es que nosotros las queremos decir en tal destino, o sí callamos (que no es solo por lo silente, sino también el callar podría ser repetir las consignas autómatas, pensadas hegemónicamente por facciones que no quieren escuchar, siquiera que las plazas sean espacios públicos a llenar) para que el grito, sea de dolor o de alegría, se confunda con la partida del alma del cuerpo, de la libertad que el sometido rehúsa a utilizar, perdiendo su condición de humano, de ser social y de animal político. De lo contrario, los políticos o quiénes pretendan dedicarse a ello, seguirán apareciendo muertos, en la corriente de cualquier curso de agua que los haga parecer, accidentados o suicidados, como si hubiesen tomado una decisión individual, para escaparle a la realidad colectiva de esa política que se transformaría en su asesina.
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