4 de junio de 2019

Estación Acevedo.

Los nombres cambian cuando el significado termina de imbricarse en lo real, modificándolo. Es decir, la democracia en verdad es lo electoral y el sistema político que nos impera, en breve se terminara de llamar el “eleccionismo” o la “eleccionada”. El número jamás podrá conceptualizar, pese a que determina la conceptualización. Las aplastantes victorias de los oficialismos, de las que no escapa nuestro terruño, no refieren a la tragedia, ni literaria ni por ende un ápice de exagerada, que a lo que hemos dado muerte es la posibilidad de recuperar la pretensión de lo democrático, entendido esto como la aspiración a que anhelemos otra cosa, colectivamente, que no sea el prevalecer sobre el otro, facciones mediante, a través de un juego pernicioso en donde todos nos mentimos para creer que somos iguales ante la ley o ante un estado, que nos sojuzga desde su conformación obliterada de equidad y eclipsada en una noción precisa de lo justo o razonable.

Adentrándonos en lo parroquial, el estropicio institucional, de la victoria apabullante, aplastante y por “muerte” de lo democrático o al menos pírrica, se explica, como en los asuntos más insondables de lo humano, allí donde no ocurrió. Sí apartáramos a la recientemente creada comuna del santo labrador, tendríamos que decir que el oficialismo gobernante, no ganó en el único municipio, en donde podría jactarse que la derrota los engrandece. Sin embargo esto no será así, siquiera es advertido, dado que el oficialismo tiene como sistema validarse mediante estas no victorias que legitiman el proceso en general, por más que lleven en mucho de los casos los desquiciados números de haber obtenido más del 90% de los votos en muchos pueblos y casi todos los concejales que se ponían en juego, sobre un total de algo más de 100 en casi toda la provincia.

Bajo el cielo infinito del que hace mención el Chamamé, se reprodujeron, cuál si hubiese ocurrido una desgracia civil, una cantidad inusitada de pensiones por invalidez, que tienen estrictamente que ver con el nepotismo ilustrado que, gobierna, por no decir, somete, a los habitantes de dicho lugar, que ultrajados en su dignidad, que enajenados de su condición de tales, extirpados de las tierras de la ciudadanía y condenados al sabor único y totalitario de la mandarina, consagran, la reelección de uno de los suyos, que nada tiene que ver con ellos, pero que seguramente como le ocurrió a Pedro Fernández, se le cambiará el nombre de la localidad, del pueblo, de la estación o de todo junto, por el alfajor, que ha sido y es, hijo, como hermano y seguramente padre, de todo lo que suceda bajo el cielo infinito, de un rincón en donde seguramente, para seguir con la lectura maniquea,  dios ha perdido las elecciones con el diablo.

Que la oposición, una parte de ella, en este lugar, con estas características, políticas (el poder feudalizado en una familia, que se trasviste como afecta a una idea política mediante la que enmascara su verdadera pretensión) como sociales (los índices y niveles de prebendarismo) se revista, con el triunfo electoral, como excepción que legitima todo el proceso que se quiere englobar en lo democrático cuando sólo es electoral o eleccionista, habla a las claras de porque jamás podrá ganar, en estas condiciones, en nada, ni por las buenas, ni por las malas.

Primero dado que, cumple su función legitimadora ante un oficialismo del que es funcional. Segundo porque propone lo mismo, y para tener la copia o la segunda versión, el pueblo que es sabio y que nunca se equivoca, elije la versión original el eco de la correntinidad. Finalmente, nada que proponga, en estos términos políticos y sociales, por más travestido o “gacetillado” que se quiera presentar, revestido en letras chamameceras, edulcorado por el sobrenombre de un alfajor o solapado por lo pintoresco de un lugar, podría ser aceptado o tolerado en un sistema que busque o que tenga por finalidad la inclusión, la equidad o algún mínimo valor de lo democrático.  Nada es personal, hasta que las personas dejan de ser personas, por esto el llamado y la súplica de que entendamos los fenómenos públicos-políticos desde la frontera en que nos impactan, o desde la línea en que nos señalan hasta donde lo nuestro no paso a ser lo propio del otro que se nos dice que nos representa.

Por Francisco Tomás González Cabañas.-

  


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