4 de mayo de 2019

Sí pudiésemos, ¿elegiríamos ponerle fin al estado?

“De los fundamentos del estado, se sigue, con toda evidencia, que su fin último no es dominar a los hombres ni sujetarlos por el miedo y someterlos a otro, sino, por el contrario, librarlos a todos del miedo para que vivan, en cuanto sea posible, con seguridad; esto es, para que conserven al máximo este derecho suyo natural de existir y de obrar sin daño suyo ni ajeno. El fin del estado, repito, no es convertir a los hombres en seres racionales en bestias o autómatas, sino lograr más bien que su alma y su cuerpo desempeñen sus funciones con seguridad, y que ellos se sirvan de su razón libre y que no se combatan con odios, iras o engaños, ni se ataquen con perversas intenciones. El verdadero fin del estado es, pues, la libertad” (Spinoza, B. “Tratado Teológico-Político. Alianza Editorial. 1997. Madrid. Pág. 411).

 Podríamos afirmar, con la presunción de equivocarnos, pero de qué trata la vida sino de asumir los equívocos (en un claro acto de rebeldía ante la razón instrumental que nos pretende perfectos, o lo que es peor, perfectibles para que siempre sumemos a costa de exfoliarnos en vida de nuestra humanidad) que la actualidad de la ciencia política, o de la filosofía política, se reduce a tal frase; El fin del estado. El mismo puede ser interpretado como una frase asertiva o, prescindiendo de los signos de interrogación, como una dubitativa o retórica, que pregunte, que cuestione, que inquiera, que incomode, que insatisfaga, que derrote la certeza que nos absolutiza en el presidio de la comodidad autómata de nuestras pretensiones en lo culmine de la pedantería.

Sin embargo, y más allá de la cita del inicio, que implica la necesaria referencia a la autoridad intelectual, independientemente de lo que se expresa (en este caso importa, al menos para nosotros), tal como los documentos académicos requieren, a los efectos que el autor de ocasión, cotice más en el mismo ámbito, traducido en lo tangible de mayores horas cátedras, a los efectos de tener un mayor mercado cautivo de a quienes imponerle la venta de sus libros, pueda tener el respectivo baño de ego que le brinde los medios en donde algún amigo o ex alumno, haya aprendido algo del oportuno profesante de ideas, muy raras vez propias, precisamente por la falla fundamental o fundacional de no haber tenido un estado que vele, por generar posibilidades de libertad.

Independientemente de donde usted sea, imagine una ciudad con  casi la mitad de la población de pobres. Pobres estructurales, no de ocasión, como tal vez puedan ser los pobres Europeos, sin que esto sea una desvalorización de la pobreza reciente que pueden estar viviendo los ciudadanos de aquella parte del mundo. Estos pobres, lo son, porque sus abuelos han sido condenados a la misma pobreza y probablemente sus nietos difícilmente pueden salir de ella. Una pobreza que se traduce en no tener para comer, en que duela la panza, el estómago de hambre. En un lugar así, en donde tres cuartas partes de la población, viven de ingresos propiciados por el mismo estado. Un estado por otra parte, integrado a una Nación, que considera a este sector, casi parasitario, que lo declaro en algún momento inviable, surge, desde la praxis de la política, una propuesta que plantea que quién arribe al poder, otorgara una determinada cantidad de dinero a todos y cada uno de los ciudadanos. Esto generaría la disolución de las obligaciones del estado, de un estado de derecho más luego, en pos de una posibilidad de libertad práctica, en un mundo dominado por el imperio del capital. Esta realización sería el fin del estado, en su finalidad misma de propiciar la libertad.

En un lugar de las características mencionadas, en donde el estado no pudo realizarse o el intento de conformarlo, ha caído una y otra vez en un profuso y oscuro lago, desde el fondo más renegrido, emerge, el tiro de gracia, esta propuesta conceptual que generaría tras sí, amplias escuelas de pensamiento.

El diagnóstico del que partimos es que contamos con un estado omnipresente para pocos como contracara obligada del estado ausente para muchos.  Esto se palpa en el desprestigio de la política (significante que incluye, los políticos, la democracia y por ende las instituciones en que se sostiene) verbigracia: Sí un legislador, cobra 20 veces el haber mínimo, está ocupando en las grillas de economía de ese estado el lugar de los que en teoría tienen la garantía de tener las mismas posibilidades y de encontrar ingresos mediante la idoneidad y sin que pesen prerrogativas. Si ese mismo legislador dispone de un cupo, espacio o presupuesto para designar a trabajadores por el monto de 15 sueldos mínimos y si a eso se le agrega que el mismo estado, le abona los servicios en su oficina, los gastos de traslado (vehículos, nafta, pasajes) como así también comunicaciones (celulares, fijos, wifi, computadoras) por lo que en términos concretos le representa al tesoro una erogación similar a la que realiza un empleador para al menos 40 de los trabajadores, terminamos de completar el cuadro de situación sin que aún signifique nada.

Comienza a significar para el ciudadano común que sabe perfectamente de esto (¿Algún medio de comunicación le ha preguntado a algún legislador cuánto gana en términos reales y cuanto en estos ítems de representatividad y nombramientos, o el costo real de las campañas políticas y que se hacen para dilatar las eternas promesas de reformas o de mejoramientos de esto que diagnostican como las cuestiones importantes y urgentes a resolver?) cuando nota o mejor dicho cuando percibe, la presencia del estado en ese tipo, que además no le resuelve ni le facilita su vínculo con el estado. Es decir lo nota efectivamente cuando lo ve bajar de su auto caro, cuando se entera su mujer en la peluquería que la mujer del legislador cobra sin ir a trabajar, cuando entra a su red social y ve las fotos de las vacaciones de este, de sus inmuebles permanentes y de descanso, al salir a pasear y verlo de pasada en los lugares más caros, descorchando los espumantes más costosos, en tantas situaciones tan cotidianas en donde esa obviedad de la omnipresencia del estado en estos pocos es condición necesaria y suficiente para que el tipo común y de a pie, se le incremente la presión impositiva, se le acorten los plazos de pago y tenga que escuchar lo que le dicen, hablar cuando se le permite y votar de acuerdo a como lo condicionan.

Hace mucho que destacamos que no es una cuestión de izquierda, derecha, de conservadores o progresistas, de tal o cuál partido, estos son simples enmascaramientos sin este (como sin las grandes extensiones o bastiones de ciudadanos sometidos a la pobreza que condena a que las que lo padecen no puedan ni quieran pensar), la ciudadanía hubiese obrada de otro modo, ante tamaña injusticia que vive a diario, con la complicidad de las leyes perversas que dicen una cosa, pero en el ejercicio de la realidad son una burla para el tipo común.

“Los miembros de un estado, unidos con vistas a la legislación, se llaman ciudadanos y sus atributos jurídicos, inseparables de su esencia, son los siguientes: la libertad legal de no obedecer a ninguna otra ley más que aquella a la que ha dado su consentimiento; la igualdad civil, es decir, no reconocer ningún superior en el pueblo, solo a aquel al que tiene la capacidad moral de obligar jurídicamente del mismo modo que éste puede obligarle a él; en tercer lugar, el atributo de la independencia civil, es decir, no agradecer la propia existencia y conservación al arbitrio de otro en el pueblo, sino a sus propios derechos y facultades como miembro de la comunidad” (Kant “La Metafísica de las Costumbres”).  

La definición de Thomas Lawrence “La filosofía en la Pintura” que nos sugiere que las presentes palabras, vayan acompañas de una imagen de la obra “Sin pan y sin trabajo” de Eduardo  de la Cárcova, nos remite a que pensemos que el niño siendo amamantado, no deja de estar fuera de la seguridad del útero, del que tuvo que salir, como la madre, en su condición de tal, sin la posibilidad de traducirse en mujer desde otras perspectivas y el hombre, en claro desdén con lo que está viviendo, desde su adentro, desde su hogar, se muestra insatisfecho, por más que al parecer lo que nos quiera sugerir la obra es que en el afuera en el que está mirando todo está mucho peor.

Es la gran pregunta o cuestión, tal vez lo que se nos presenta como seguro y  destinado a brindarnos protección no hace más que imposibilitarnos a que vayamos en busca de una mayor realización, sea personal, colectiva, aisladamente o en mancomunión.

 Por Francisco Tomás González Cabañas.

 

 

 

 


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