El acto electoral o de la manumisión democrática y la prevalencia de los oficialismos.

Ya no se trata del “panquequismo” de la “borocotización” que deriva en el “cualquiercosismo”, de sujetos que se bastardean a sí mismos, terminando de vender el último de sus resquicios de dignidad, pasándose ellos, y por ende sus sellos o partidos, de una elección a otra, como quién se cambia de bombacha o calzoncillo, sino de todo el sistema que nos sostiene desde hace algunas décadas y que con estas acciones, lastimeras y pendencieras, las llevan a un punto de difícil retorno y de alta vulnerabilidad.
Uno de los síntomas más acabados de esto mismo, es la prevalencia, obvia, inveterada de los oficialismos, que por más mal que hayan gobernado o administrado, tienen un plafón de seguir, manejando o mal manejando en todo caso, los destinos de un estado, por repartir los fondos de los que dependen los empobrecidos ciudadanos del mismo que no son tales, sino esclavos de un sistema, que cada dos años proponen esta supuesta manumisión general que en verdad es para unos pocos.
La siguiente es una crónica del descontado triunfo, que se adelantaba, en un país africano al que por ser tal, le cabe la estigmatización de que viven bajo una democracia fragua, pero que como veremos, en verdad, sucede en todas y cada una de nuestras aldeas occidentales. O los oficialismos gobernantes ganan, casi sin esforzarse o poseen grandes chances de continuar, pese a tener indicadores económicos y sociales desfavorables, dado que la democracia tal como está planteada, no formula a los ciudadanos a los que dice representar, la posibilidad de que estos elijan algo realmente.
Descuentan Triunfo Oficialista en las Elecciones, de Angola.
"No vemos cómo el oficialismo podría perder estos sufragios. Una derrota sería un tsunami", resume Didier Péclard, investigador en la Universidad de Ginebra. "El único verdadero desafío es saber con qué margen va a ganar"." No tenemos ninguna duda sobre la victoria. Nuestro candidato será el futuro presidente de la República” arengó en un acto público el aún Presidente “Zedu” Dos Santos quién tras casi 40 años de gobierno, agoniza en el poder. La Comunidad Europea no enviará veedores a la elección, que a nivel formal es un rito protocolar para hacer sostenible en términos reales “Un acabose democrático” (tal como el libro editado por Apeirón, Madrid, agosto de 2017) en donde lo electoral se constituyó en el símbolo de una acción que ni siquiera es tal, ni tampoco una reducción de lo que plantea esencialmente, es decir tampoco se opta o se escoge entre opciones, simplemente se ratifica el poder omnisciente que imponen los oficialismos en el devenir de las democracias actuales.
El sábado, aquel sábado como cualquier otro para los que juegan al poder y con el poder, un tal José Eduardo dos Santos, de 74 años, pasó a duras penas el testigo a su sucesor delante de miles de partidarios cubiertos con banderas rojas y negras con la estrella dorada del partido, convocados en la gran periferia de la capital Luanda. Fue esta foto, como la que será en cualquier otra aldea que ratifique con matices estéticos, el mismo paisaje o la mismidad del paisaje, del avistaje de pobres en que se ha transformado lo democrático.
"No tenemos ninguna duda sobre la victoria del MPLA. Nuestro candidato será el futuro presidente de la República. Por eso les pido: el 23 de agosto voten al MPLA (...) y a Joao Lourenço", susurró con una voz casi inaudible antes de despedirse rápida y discretamente de sus tropas, visiblemente cansado.
Este tipo de conceptos, se calcan en las diferentes latitudes en donde la democracia ofrece su proverbial garantía que es el mejor de los sistemas posibles. Oficialistas que en el clímax del goce del ejercicio del poder, se muestran, seguros, confiados, impiadosamente certeros de que seguirán siendo gobierno, por “mandato popular”, o que ratificaran con los de sus huestes los apoyos que precisan en las legislaturas.
La democracia, entendida en términos más justos, humanos e inclusivos, debiera plantear ante que triunfos, entendimientos y consensos, antes que números, palabras, sobre todo palabras, no sólo porque primero fue el verbo, sino porque en última instancia también lo es.
Por Francisco Tomás González Cabañas
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