Corrientes tiene patrón, el Chaco no.
Comenzando por la más histórica o tradicional, la complexión de su estructura conservadora, su matriz político-cultural, continúa recostada en el vértice que la constituyó como una de las provincias de cuño más tradicionalista. Corrientes aún no se complementa con la argentinidad de la cuál es, orgullosamente pre existente, siempre para su clase dirigente, a la que no le preocupa demasiado que gran parte de su población permanezca bajo los índices de pobreza y marginalidad. Al correntino con poder, le interesa el chamamé y el carnaval, sabe que será más fácil aún seguir manejando a la “crotada” con los bastiones simbólicos, más allá de lo real, que ofrece el manejar la cosa pública, como privada, que en Corrientes, sigue siendo lo mismo.
Desde hace 20 años que Corrientes encontró a su “Mburuvicha guasu” que como máxima autoridad no sólo se maneja a sus anchas en los mundos paralelos de lo guaraní y lo blanco, es decir de lo informal y lo formal, sino que además controla, con la eficacia de un hechicero supremo la tensión crucial del poder, entre la ausencia y la presencia.
El gobernador simbólico, cree o intenta hacer creer que modificó un equipo de gobierno, que lo heredó completo de su antecesor, de su jefe, y apenas, puede operar cambios (es decir suplantar a quienes deciden renunciarle por orden del que sigue manejando para evidenciar lo “ausente”), que no dejan de ser meros reflejos de un hombre que carece de poder o que lo tiene en calidad de préstamo, para quién lo condiciona no sólo en tiempo, o al hacerlo de esta manera, también lo condiciona, por el espacio o el lugar, del que nunca se ha retirado ni se piensa retirar (el del poder real o de máxima autoridad).
Cruzando la orilla, la historia que por kilómetros resultó distinta, alumbró una provincia que nace en el seno de una presidencia nacional determinada, pero que desde su constitución misma (sobre todo la de 1951), alentó y promovió a quiénes se constituyeran en sus ciudadanos, a que consolidaran una identidad política como cultural propia, independientemente de ese estado nación que dispuso la piedra fundacional.
Este es el secreto del Chaco. Sí el Chaco puede, es porque quiere, más allá de que lo logre o no. Este deseo colectivo de ser algo que esta en todos y cada uno de los que vienen constituyendo esa provincialidad, y que muchas veces pugna con inusitada intensidad, como en ninguna otra provincia de la región, tal vez se dirima en las calles, en manifestaciones o en los tribunales, pero finalmente se termina de acordar un punto de acuerdo en las elecciones, en donde el que gana la elección, gobierna, manda, ejecuta, administra, tal como se promete en lo teórico de lo electoral.
Sí esto fuese un artículo académico se podría arriesgar que el Chaco nunca ha sido gobernado a control remoto, por ninguno de los partidos (ni siquiera el provincial que hubo de acceder al poder central) que fue electo para gobernar el ejecutivo, porque básicamente la ciudadanía no lo concebiría como posibilidad.
Después se podrán abonar lecturas, de qué es mejor o peor, que es más o menos natural con la concepción que uno tenga del poder, lo cierto es que de acuerdo a los parámetros más básicos y elementales, la democracia es ni más ni menos que gobierna al que se lo vota, aunando todo tipo de poderes (el real, simbólico e imaginario) en el ungido por la mayoría. Este es el que puede y debe hacer los cambios, las modificaciones y como tal, el dar su consideración ante el resto de sus compañeros de partido, como el resto de la ciudadanía, sí es que cree que podría ofrecer un período más de continuidad, tal como la constitución se lo habilita. Más sí se tiene en cuenta, que podría estar en juego, para la consolidación de la identidad Chaqueña, que lo electoral, de acuerdo a quién lo encabece, podría estar atado, o desatado, al destino de lo que suceda en las grandes urbes de la Argentina, la que tantas veces, le ha dado la espalda a los reclamos justos, verdaderos y dignos de provincias que no debieran estar condenadas por elegir ni su destino, ni su autoridad política, que en este caso es exactamente lo mismo.
Corrientes tiene patrón, el Chaco no. Esto habla más de los gobernados que de los gobernantes, dado que estos son en toda instancia el emergente más cabal de que quiere cada sociedad y cada pueblo para sí, para sus generaciones venideras, para la posteridad y por ende para la historia.
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