6 de diciembre de 2018

La democracia es substancia no número

Sucintamente queremos dar nuestra visión sobre estas nuevas corrientes que ocupan horas y horas en medios de comunicación masiva, no vamos a entrar en terreno novedoso, de hecho, hace años desde esta tribuna venimos advirtiendo sobre la llegada de estos fenómenos, basta con dar una recorrida por los artículos.

Por Carlos A. Coria Garcia

Desde hace algunos años somos testigos de la irrupción de un fenómeno nuevo, algunos aseguran que se trata de un renacer del nacionalismo, del fascismo y la llegada definitiva al universo de la política de la ultraderecha como nuevo actor de peso.

Algunos sostienen que transitamos el tiempo de neo, irrumpen en la escena política mundial los neo fascismos, neo nacionalismos o neo ultraderechas, no coincidimos con esa tesis, en realidad, lo que ocurrió con las grandes corrientes políticas extremas es que luego de la finalización de la segunda gran guerra han quedado en stand by, en modo pausa, no desaparecidos.

La finalización de la segunda guerra mundial y como consecuencia, la derrota del Eje del mal encabezado por el nazismo de Adolf Hitler produjo, entre otras cosas, una acuerdo mundial para el fortalecimiento del sistema democrático aceptado por todo Europa, es así, que hoy en el viejo continente no existe un régimen totalitario (descontando al continente asiático particularmente China y Corea del Norte), prácticamente todos los países canalizaron sus vidas eligiendo alguna de las variantes que el sistema político ofrece para convivir socialmente en un hábitat democrático.

El presente nos ofrece un horizonte diferente y difuso, no podemos esquivar la pregunta ¿Por qué? Que ha cambiado de aquella época a hoy para que nuevamente se hable del retorno del fascismo, nacionalismo extremo o de la ultraderecha. Podríamos responder la pregunta remontándonos a la historia como fuente del nuevo conflicto, que fue lo que despertó del stand by a estas ideologías que se creían superadas, existen al menos dos puntos en común que encendieron la mecha en la primera época (segunda guerra mundial) y en el presente es la coincidencia de una crisis económica y otra política.

Es imprescindible, al menos es lo que creemos, para entender el tiempo que nos toca vivir o convivir con estos fenómenos políticos, es no quitar la atención sobre la democracia, sobre la extensión de su concepto y su praxis. Una de las características esenciales del totalitarismo es que daba cuerpo a la sociedad, el gobierno caracterizado en una persona se presentaba como la totalidad nacional, la totalidad del derecho, la justicia y la verdad, la unidad total humana representada en uno. En cambio, la democracia irrumpe en la lógica del uno para convertir la realidad en indeterminación acompañada de una nueva posición del poder, con la democracia el poder se encuentra en un lugar vacio, ya no hay posibilidad de la apropiación o de que un hombre se incorpore dentro del poder asumiendo la totalidad.

En los últimos tiempos ¿las sociedades están en la búsqueda de una nueva incorporación del poder total en un hombre o grupo? Acaso, esa coincidencia de una crisis económica y otra política está siendo el caldo de cultivo para un despertar definitivo del fascismo, nacionalismo o la ultraderecha. Sabido es, que el fenómeno nuevo del que se impregna tanto Europa como Sudamérica no puede tener éxito si no se filtra dentro del sistema político democrático, ahora su llegada ya no es por la fuerza, utiliza las herramientas del sistema político, las mismas que se utilizaron para desterrar, al menos momentáneamente, al totalitarismo del siglo pasado, existe una suerte de mimesis con la democracia para cautivar a la sociedad.

Gellner sostiene que, el nacionalismo es primeramente un principio político que sostiene que la unidad política y la unidad nacional deben de ser congruentes. El nacionalismo como un sentimiento o como un movimiento se puede definir de la mejor manera en términos de este principio[1].

El nacionalismo es una necesidad psicológica basada en el tipo de estructura social, producto más de la modernidad que del despertar de un sueño nacional[2].

Extrema derecha, es aquella que atenta contra los principios básicos del orden social y de la constitución. En su discurso político público se pueden mencionar aspectos coincidentes en todos los continentes donde han surgido. imputan gran parte de los problemas a varios elementos propios de la modernidad, entre ellos: el pluralismo y el multiculturalismo, la pérdida de la identidad nacional, la igualdad y el individualismo, la ausencia de una comunidad orgánica, el respeto a la desigualdad natural y las tensiones entre Izquierda y Derecha entre otras tantas.

En tiempos de campaña se puede escuchar, también en idéntico orden tanto en el viejo continente como en América Latina, un discurso que apunta a un nacionalismo exacerbado y excluyente, chauvinismo social con tendencia a culpar a aquellos que se considera externos al grupo, conservadurismo y una nostalgia por los valores familiares tradicionales y una posición intolerante hacia las políticas liberales, rechazo hacia las minorías (étnicas, sociales y sexuales), racismo planteado no en términos darwinianos sino en términos de identidad y pureza cultural, rechazo hacía el multiculturalismo, la integración de las etnias y la integración política y económica, posición clara anti-inmigrante tanto por motivos económicos (se quedan con empleos de ls nacionales) como por motivos culturales (amenazan la identidad cultural) y más recientemente por motivos de seguridad (son instigadores de actos delictivos). Estas nuevas corrientes cuentan con un sustento ideológico propio, distinto al de los fascismos de la pre-guerra y buscan desvincularse de éstos, en realidad no son ni antisistema, ni antidemocráticos sino que plantean un sistema político y una democracia basada en términos de comunidad étnica, más que de una sociedad civil.

A este maridaje debemos sumar una reflexión sobre lo que el mundo mediático en muchas ocasionas, tras el triunfo y antes de alguna de estas expresiones extremas, titulan livianamente como un voto castigo hacia los partidos tradicionales, en estos casos, el descreimiento hacia los tradicionales se trasforma en confianza a otro postura, el votante transita en un mismo momento del descreimiento a la confianza plena. Tal vez, este salto de un lado a un extremo se deba a que las nuevas corrientes extremas, en el plano de lo discursivo, hablan de aquello que los votantes hablan en privado con sus allegados, el extremo hace carne lo que pasa en el llano llevándolo a la luz pública, las corrientes extremas, como habíamos mencionados antes, buscan hacerse cuerpo de la totalidad social, desplazando la indeterminación que funda la democracia.

Para terminar, es preciso regresar al punto núcleo, es la desviación conceptual y practica de la democracia la que siembra la posibilidad cierta, clara, tangible en muchos países del regreso del pueblo-uno encarnado en un partido o movimiento. El desprecio por lo que es y puede ser la democracia da posibilidades ciertas a los extremos políticos que avanzan a todo vapor como los Demócratas de Suecia (SD) Marine Le Pen en Francia, Jair Bolsonaro, presidente electo de Brasil, Donald Trump (como un accidente en la política) en EEUU, VOX en Andalucía, España que recientemente dio un golpe fatal, entre muchos otros y con sus particularidades.

El desprecio por la democracia, patente en los medios de comunicación masiva y en el seno de los partidos tradicionales, reduciéndola a un acto único de votar es el motor de arranque para que desde la misma democracia aterricen grupos, movimientos o nuevos partidos dispuestos a implosionarla, desde el momento en que la soberanía popular se manifiesta y el pueblo actualiza su voluntad, las solidaridades sociales desaparecen, el ciudadano se ve expulsado de todas las redes en que se desarrolla la vida social para convertirlo en una unidad contable, el número sustituye a la substancia, el número va desangrando la democracia, nace el adentro y el afuera.

Y no podemos dejar de volver a la coincidencia de una crisis económica y otra política como germinador de la idea de regresar a un cuerpo social aferrado a una cabeza, la idea de que la salida es la unidad total para salvar al Estado fracturado. Cuando la democracia es destrozada por el número las sociedades se desarman, se disocian, se aniquilan. Los fenómenos políticos extremos que hoy vemos no son nuevos, son el producto de la matanza diaria que los pueblos infringen sobre la democracia en su extensión.

 

¿En Argentina es posible la irrupción de estas nuevas corrientes extremas? Es posible.

 

 

 

[1] Ernest  Gellner. Nations and Nationalism. GB, Blackwell, 1988. p. 1

[2] Ernest Gellner. Nationalism and High Cultures. En: John Hutchinson & Anthony D Smith. (Eds.) “Nationalism” Oxford. pp.63 – 69, 1994.

 


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